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Columnista - 3 marzo, 2018

Nuestra condena: seguir siendo Colombia, no Venezuela

Nos corresponde seguir siendo colombianos, con responsabilidad, con la alegría que produce lo que eso significa. Ser de Villanueva como Rosendo Romero o Fello Amaya; de Boyacá como Nairo Quintana, o paisa como Rigo Durán, santandereano como César Luna, mi abogado amigo, vallenato, como Iván Ochoa o quizás atanquero como Julio Mindiola o Rodolfo Ortega. Es nuestra responsabilidad […]

Nos corresponde seguir siendo colombianos, con responsabilidad, con la alegría que produce lo que eso significa. Ser de Villanueva como Rosendo Romero o Fello Amaya; de Boyacá como Nairo Quintana, o paisa como Rigo Durán, santandereano como César Luna, mi abogado amigo, vallenato, como Iván Ochoa o quizás atanquero como Julio Mindiola o Rodolfo Ortega. Es nuestra responsabilidad que el orgullo de ser colombianos se refleje en la capacidad para transformar a nuestro pueblo con acciones positivas.

Me refiero con esto a que no somos ni seremos como Venezuela, ni Cuba; no castrochavistas ni comunistas. Somos colombianos con orgullo, nos asiste la obligación y el deber de sacar adelante nuestra patria querida. ¿Y eso cómo lo logramos? Siendo agentes transformadores, siendo honestos con el país. Haciendo justicia y siendo justos en la justicia. El país se desangra y los responsables, según el sentir del pueblo, que día a día se sofoca señalando y lanzando juicios  -verdugos de bla bla-, a la hora de la verdad “es puro tilín tilín y nada de paletas”, siguen campantes como si nada. Seguimos escogiendo a los mismos sirveng?enzas del tamal, del ladrillo y del cemento. Es decir, somos responsables de nuestra propia desgracia.

Pero hay una luz al final del túnel, debemos seguir cultivando valores, enseñando a las nuevas generaciones a trabajar con denuedo. Insistir, nada perdemos con volver a empezar. Hay que estudiar con responsabilidad y a servirle a la patria con gusto, no con intereses mezquinos. Así, de esa forma, tendremos un mejor país. El país de la alegría: de carnavales de Barranquilla o de blancos y negros en Pasto.

De festivales por doquier con homenajeados o sin ellos; de colores verde o rojiblancos. De Nacional o del Junior; de tour de Francia y vueltas a España o  partidos del Real y Barcelona. Pasamos de manera increíble del Chemesquemena al Santiago Bernabéu. Cosas de la globalización.

Nos corresponde pensar más seriamente en las familias pobres, en los niños con hambre y sin estudios, en la madre abandonada con sus hijos y en el campesino sin tierra. Es nuestro deber velar porque las obras se hagan de calidad y completas y que además se orienten al beneficio comunitario y no a satisfacer lucros personales. Ya está bueno de seguir siendo irresponsables, de seguir cultivando nuestra propia desgracia. Ya está bueno de seguir siendo permisivos y tolerantes con los corruptos. No es posible que se apliquen condenas irrisorias a los que se roban la plata del progreso social, de la salud y de la educación de los niños. Mientras tanto y ante estos hechos, nos seguimos mirando en espejos ajenos y reflejando nuestro futuro en el presente gris de nuestros vecinos, dejando que un cielo negro siga empañando la forma honesta de hacer política y corrompiendo a los pocos políticos sanos que aún nos quedan. Quedan pocos días para escoger seriamente y con fundamento social, a los que van a legislar en nuestro país. A los que aprueban reformas fiscales y cascadas de impuestos. A los que deberían mirar con rigor los temas de corrupción y coadyuvar a que nuestra justicia sea justa y transformar la forma de hacer  política en  este país.

Este 11 de marzo es necesario comenzar a escribir una nueva historia en este país amado. En nuestras manos está ser colombianos de orgullo o cultivar la premisa de seguir con  la condena de ser Colombia, no Venezuela.  Sólo Eso.

Columnista
3 marzo, 2018

Nuestra condena: seguir siendo Colombia, no Venezuela

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Eduardo S. Ortega Vergara

Nos corresponde seguir siendo colombianos, con responsabilidad, con la alegría que produce lo que eso significa. Ser de Villanueva como Rosendo Romero o Fello Amaya; de Boyacá como Nairo Quintana, o paisa como Rigo Durán, santandereano como César Luna, mi abogado amigo, vallenato, como Iván Ochoa o quizás atanquero como Julio Mindiola o Rodolfo Ortega. Es nuestra responsabilidad […]


Nos corresponde seguir siendo colombianos, con responsabilidad, con la alegría que produce lo que eso significa. Ser de Villanueva como Rosendo Romero o Fello Amaya; de Boyacá como Nairo Quintana, o paisa como Rigo Durán, santandereano como César Luna, mi abogado amigo, vallenato, como Iván Ochoa o quizás atanquero como Julio Mindiola o Rodolfo Ortega. Es nuestra responsabilidad que el orgullo de ser colombianos se refleje en la capacidad para transformar a nuestro pueblo con acciones positivas.

Me refiero con esto a que no somos ni seremos como Venezuela, ni Cuba; no castrochavistas ni comunistas. Somos colombianos con orgullo, nos asiste la obligación y el deber de sacar adelante nuestra patria querida. ¿Y eso cómo lo logramos? Siendo agentes transformadores, siendo honestos con el país. Haciendo justicia y siendo justos en la justicia. El país se desangra y los responsables, según el sentir del pueblo, que día a día se sofoca señalando y lanzando juicios  -verdugos de bla bla-, a la hora de la verdad “es puro tilín tilín y nada de paletas”, siguen campantes como si nada. Seguimos escogiendo a los mismos sirveng?enzas del tamal, del ladrillo y del cemento. Es decir, somos responsables de nuestra propia desgracia.

Pero hay una luz al final del túnel, debemos seguir cultivando valores, enseñando a las nuevas generaciones a trabajar con denuedo. Insistir, nada perdemos con volver a empezar. Hay que estudiar con responsabilidad y a servirle a la patria con gusto, no con intereses mezquinos. Así, de esa forma, tendremos un mejor país. El país de la alegría: de carnavales de Barranquilla o de blancos y negros en Pasto.

De festivales por doquier con homenajeados o sin ellos; de colores verde o rojiblancos. De Nacional o del Junior; de tour de Francia y vueltas a España o  partidos del Real y Barcelona. Pasamos de manera increíble del Chemesquemena al Santiago Bernabéu. Cosas de la globalización.

Nos corresponde pensar más seriamente en las familias pobres, en los niños con hambre y sin estudios, en la madre abandonada con sus hijos y en el campesino sin tierra. Es nuestro deber velar porque las obras se hagan de calidad y completas y que además se orienten al beneficio comunitario y no a satisfacer lucros personales. Ya está bueno de seguir siendo irresponsables, de seguir cultivando nuestra propia desgracia. Ya está bueno de seguir siendo permisivos y tolerantes con los corruptos. No es posible que se apliquen condenas irrisorias a los que se roban la plata del progreso social, de la salud y de la educación de los niños. Mientras tanto y ante estos hechos, nos seguimos mirando en espejos ajenos y reflejando nuestro futuro en el presente gris de nuestros vecinos, dejando que un cielo negro siga empañando la forma honesta de hacer política y corrompiendo a los pocos políticos sanos que aún nos quedan. Quedan pocos días para escoger seriamente y con fundamento social, a los que van a legislar en nuestro país. A los que aprueban reformas fiscales y cascadas de impuestos. A los que deberían mirar con rigor los temas de corrupción y coadyuvar a que nuestra justicia sea justa y transformar la forma de hacer  política en  este país.

Este 11 de marzo es necesario comenzar a escribir una nueva historia en este país amado. En nuestras manos está ser colombianos de orgullo o cultivar la premisa de seguir con  la condena de ser Colombia, no Venezuela.  Sólo Eso.