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Columnista - 7 septiembre, 2014

No vivo sin ti

Percibió que estaba confundido y hasta quiso comprenderlo, se despojó de miedos y como pudo se le acercó, solo le preguntó cómo podía vivir sin extrañarla, él la miró, intentó hablarle desde el fondo de su corazón pero una fuerza oscura se lo impidió y detrás de su pecho se alojó un profundo dolor. La […]

Percibió que estaba confundido y hasta quiso comprenderlo, se despojó de miedos y como pudo se le acercó, solo le preguntó cómo podía vivir sin extrañarla, él la miró, intentó hablarle desde el fondo de su corazón pero una fuerza oscura se lo impidió y detrás de su pecho se alojó un profundo dolor.
La tarde moría y ella ya estaba muerta en vida, apenas tuvo tiempo de mirarlo otra vez y sus ojos se fueron con él para siempre mientras él se alejaba sin un adiós. Cuanta angustia había en su alma, ¡que no daría por retenerlo! pero nada pudo hacer.
Entre lágrimas lo vio partir. Iba teñido de gris por el último sol de la tarde. Entonces vivió la peor de las distancias, verlo tan cerca y sentirlo tan lejos. En sus ojos inmensos cabía toda la soledad del mundo. El dolor de lo inalcanzable pronto le hizo saber que no hallaría consuelo en este mundo. Nunca más volvió a sonreír.
La brisa de diciembre se tornó lenta, los pájaros cantores del amanecer enmudecieron de golpe como si algo les hubiera arrancado el entusiasmo. El cielo azul oceánico extrañamente comenzó a poblarse de golondrinas viajeras que anidaban junto a su casa, cada día llegaban más, por su ventana podía verse el amanecer y un cielo repleto de aves silenciosas.
Su vida se detuvo en el tiempo, comenzó a vivir de su felicidad pasada y sus recuerdos la atormentaban más. Amor no me duelas tanto – suspiraba- de a poco fue cayendo en una aflicción profunda y la luz de sus ojos se fue escapando lentamente como se escapan las gotas de rocío con el sol de la mañana.
Un mes después de aquella tarde gris ya no pudo resistir más. Esa mañana terrible no se levantó como de costumbre, al abrir su puerta la encontraron en su cama rodeada de cartas, tarjetas y regalos de los tiempos felices, a su lado estaba la última foto que se habían tomado juntos. Tenía la misma falda de encajes y las gafas de sol recogiéndole el cabello, abrazaba a su pecho la libreta del último día de clases.
Estaba infinitamente triste y pálida. Había partido por un camino infinito de nubes y estrellas, se marchó dormida, acosada por la soledad y prendida a su amor imposible.
El cielo estaba limpio, un sol estéril se elevaba solitario incapaz de alegrar las flores de la mañana, todas las golondrinas viajeras habían partido al amanecer sin explicaciones, su cuerpo estaba dormido pero ella no estaba allí, ya era peregrina de la eternidad.
Dicen que se suicidó, yo sé que murió de amor.
[email protected]

Columnista
7 septiembre, 2014

No vivo sin ti

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Leonardo Maya Amaya

Percibió que estaba confundido y hasta quiso comprenderlo, se despojó de miedos y como pudo se le acercó, solo le preguntó cómo podía vivir sin extrañarla, él la miró, intentó hablarle desde el fondo de su corazón pero una fuerza oscura se lo impidió y detrás de su pecho se alojó un profundo dolor. La […]


Percibió que estaba confundido y hasta quiso comprenderlo, se despojó de miedos y como pudo se le acercó, solo le preguntó cómo podía vivir sin extrañarla, él la miró, intentó hablarle desde el fondo de su corazón pero una fuerza oscura se lo impidió y detrás de su pecho se alojó un profundo dolor.
La tarde moría y ella ya estaba muerta en vida, apenas tuvo tiempo de mirarlo otra vez y sus ojos se fueron con él para siempre mientras él se alejaba sin un adiós. Cuanta angustia había en su alma, ¡que no daría por retenerlo! pero nada pudo hacer.
Entre lágrimas lo vio partir. Iba teñido de gris por el último sol de la tarde. Entonces vivió la peor de las distancias, verlo tan cerca y sentirlo tan lejos. En sus ojos inmensos cabía toda la soledad del mundo. El dolor de lo inalcanzable pronto le hizo saber que no hallaría consuelo en este mundo. Nunca más volvió a sonreír.
La brisa de diciembre se tornó lenta, los pájaros cantores del amanecer enmudecieron de golpe como si algo les hubiera arrancado el entusiasmo. El cielo azul oceánico extrañamente comenzó a poblarse de golondrinas viajeras que anidaban junto a su casa, cada día llegaban más, por su ventana podía verse el amanecer y un cielo repleto de aves silenciosas.
Su vida se detuvo en el tiempo, comenzó a vivir de su felicidad pasada y sus recuerdos la atormentaban más. Amor no me duelas tanto – suspiraba- de a poco fue cayendo en una aflicción profunda y la luz de sus ojos se fue escapando lentamente como se escapan las gotas de rocío con el sol de la mañana.
Un mes después de aquella tarde gris ya no pudo resistir más. Esa mañana terrible no se levantó como de costumbre, al abrir su puerta la encontraron en su cama rodeada de cartas, tarjetas y regalos de los tiempos felices, a su lado estaba la última foto que se habían tomado juntos. Tenía la misma falda de encajes y las gafas de sol recogiéndole el cabello, abrazaba a su pecho la libreta del último día de clases.
Estaba infinitamente triste y pálida. Había partido por un camino infinito de nubes y estrellas, se marchó dormida, acosada por la soledad y prendida a su amor imposible.
El cielo estaba limpio, un sol estéril se elevaba solitario incapaz de alegrar las flores de la mañana, todas las golondrinas viajeras habían partido al amanecer sin explicaciones, su cuerpo estaba dormido pero ella no estaba allí, ya era peregrina de la eternidad.
Dicen que se suicidó, yo sé que murió de amor.
[email protected]