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Columnista - 19 febrero, 2017

No robarás

“El séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes”. La propiedad privada es un derecho humano y debe ser respetada. Quien roba atenta contra su semejante y se constituye a sí mismo en ente decisorio de la realidad, de la justicia, de […]

“El séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes”. La propiedad privada es un derecho humano y debe ser respetada. Quien roba atenta contra su semejante y se constituye a sí mismo en ente decisorio de la realidad, de la justicia, de cómo deberían ser

Normalmente, cuando somos víctimas, reaccionamos con indignación, frustración y rechazo a los robos. Sin embargo, no son estos mismos sentimientos los que afloran en nosotros cuando pasamos de ser víctimas a victimarios. Un pequeño fraude en el medidor de la electricidad, no devolver el cambio que recibimos de más, las monedas que sin permiso tomamos, o las horas perdidas revisando Facebook e Instagram y charlando con los compañeros de oficina en vez de hacer nuestro trabajo. Todo ello no parece un gran pecado del que nos queramos arrepentir, pero es lo que es: robar.

No es necesario asaltar a mano armada al despistado transeúnte y despojarlo de su teléfono celular o de su dinero, no es necesario aprovecharse del cargo para estafar al estado o asaltar bancos, pedir grandes comisiones por adjudicar contratos a dedo o inflar los precios de bienes adquiridos con los dineros públicos. Todo ello es robar, pero también lo es no devolver el libro que pedimos prestado o el lápiz que un compañero nos dejó usar por un momento. Ciertamente no tiene la misma gravedad robar el dinero de la educación y alimentación de los pobres, que robar la comida que el hermano dejó guardada en el horno, pero ambas cosas son robar.

Es preciso mencionar el peligro siempre latente de justificar nuestras malas acciones con las malas acciones de los demás: robar porque otros roban. El hecho de que otros hagan el mal no nos autoriza a cometerlo. La conciencia, santuario en donde el hombre tiene sus citas a solas con Dios, cuando es recta, nos indica lo que es bueno y lo que es malo. Hagamos caso de sus sugerencias, aceptemos con humildad sus reprensiones cuando hayamos fallado y su felicitación cuando hayamos hecho el bien. No dejemos que se adormezca ni mucho menos que se cauterice.

En la Sagrada Escritura encontramos la historia de un recaudador de impuestos que solía robar pero que, al encontrarse con la mirada de Jesús, dio un rumbo totalmente nuevo a su vida. Su nombre era Zaqueo, un hombre pequeño con grandes ambiciones, pero también con una gran curiosidad. Su historia nos demuestra que no existen para Dios causas perdidas y que, aún en los más grandes ladrones hay lugar para el arrepentimiento.

Finalmente, hagamos a un lado la tentación de administrar justicia por nuestra mano o juzgar a quienes yerran. Dios ha tenido piedad de nosotros, ¿Por qué habríamos nosotros de ser inmisericordes con nuestros semejantes? Feliz domingo.

Columnista
19 febrero, 2017

No robarás

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

“El séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes”. La propiedad privada es un derecho humano y debe ser respetada. Quien roba atenta contra su semejante y se constituye a sí mismo en ente decisorio de la realidad, de la justicia, de […]


“El séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes”. La propiedad privada es un derecho humano y debe ser respetada. Quien roba atenta contra su semejante y se constituye a sí mismo en ente decisorio de la realidad, de la justicia, de cómo deberían ser

Normalmente, cuando somos víctimas, reaccionamos con indignación, frustración y rechazo a los robos. Sin embargo, no son estos mismos sentimientos los que afloran en nosotros cuando pasamos de ser víctimas a victimarios. Un pequeño fraude en el medidor de la electricidad, no devolver el cambio que recibimos de más, las monedas que sin permiso tomamos, o las horas perdidas revisando Facebook e Instagram y charlando con los compañeros de oficina en vez de hacer nuestro trabajo. Todo ello no parece un gran pecado del que nos queramos arrepentir, pero es lo que es: robar.

No es necesario asaltar a mano armada al despistado transeúnte y despojarlo de su teléfono celular o de su dinero, no es necesario aprovecharse del cargo para estafar al estado o asaltar bancos, pedir grandes comisiones por adjudicar contratos a dedo o inflar los precios de bienes adquiridos con los dineros públicos. Todo ello es robar, pero también lo es no devolver el libro que pedimos prestado o el lápiz que un compañero nos dejó usar por un momento. Ciertamente no tiene la misma gravedad robar el dinero de la educación y alimentación de los pobres, que robar la comida que el hermano dejó guardada en el horno, pero ambas cosas son robar.

Es preciso mencionar el peligro siempre latente de justificar nuestras malas acciones con las malas acciones de los demás: robar porque otros roban. El hecho de que otros hagan el mal no nos autoriza a cometerlo. La conciencia, santuario en donde el hombre tiene sus citas a solas con Dios, cuando es recta, nos indica lo que es bueno y lo que es malo. Hagamos caso de sus sugerencias, aceptemos con humildad sus reprensiones cuando hayamos fallado y su felicitación cuando hayamos hecho el bien. No dejemos que se adormezca ni mucho menos que se cauterice.

En la Sagrada Escritura encontramos la historia de un recaudador de impuestos que solía robar pero que, al encontrarse con la mirada de Jesús, dio un rumbo totalmente nuevo a su vida. Su nombre era Zaqueo, un hombre pequeño con grandes ambiciones, pero también con una gran curiosidad. Su historia nos demuestra que no existen para Dios causas perdidas y que, aún en los más grandes ladrones hay lugar para el arrepentimiento.

Finalmente, hagamos a un lado la tentación de administrar justicia por nuestra mano o juzgar a quienes yerran. Dios ha tenido piedad de nosotros, ¿Por qué habríamos nosotros de ser inmisericordes con nuestros semejantes? Feliz domingo.