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Columnista - 17 septiembre, 2016

No perdamos nuestra verdadera identidad

Observo tristemente que muchas cosas intrínsecas de nuestras costumbres se han ido extraviando en los vericuetos de la desidia y en las marismas del extranjerismo, erróneamente creemos que lo foráneo es lo que vale, por eso hemos ido adoptando tradiciones ajenas a nuestra cultura como nuestras, pero peor aún hemos echado a un lado las […]

Observo tristemente que muchas cosas intrínsecas de nuestras costumbres se han ido extraviando en los vericuetos de la desidia y en las marismas del extranjerismo, erróneamente creemos que lo foráneo es lo que vale, por eso hemos ido adoptando tradiciones ajenas a nuestra cultura como nuestras, pero peor aún hemos echado a un lado las que verdaderamente nos pertenecen.

Los extranjeros valoran y disfrutan más de nuestra tierra que nosotros mismos, es raro ver paisanos usando mochila, esos preciosos y utilísimos artículos artesanales hechos por las diestras manos de las mujeres de las etnias arhuaca, wiwa, kankuama y wayúu, entre otras, vemos que la portan con orgullo los extranjeros, a ellos si les lucen, si hay una cosa que admiro de Egidio Cuadrado, el acordeonero de Carlos Vives, es su autenticidad, pocos saben que esa singularidad fue la que llamó la atención del tenor Luciano Pavarotti, cuando lo vio por primera vez en los estudios de Audiovisión en Nueva York, pues le pareció exótico, un hombre de aspecto latino, moreno de ojos claros, con una camisa vaquera a cuadros, pero mocha de mangas, alpargatas, sombreo voltiao, mochila y acordeón al hombro, un híbrido entre “countryman” americano, provinciano colombiano y rockstar.

Pero más sorprendido quedó aun cuando escuchó el melodioso sonido de su acordeón, tanto así que pidió los presentaran porque le gustaría hacer una producción con él, lo cual nunca se dio y hubiese sido importantísimo para nuestra música, les aseguro que si Egidio hubiese llegado vestido común y corriente o como los estereotipos de la moda lo indicaran en el momento, hubiese pasado desapercibido, pero esa autenticidad con la cual se reviste, sin dejar a un lado sus orígenes es lo que le da su “charming” su encanto, podemos evolucionar y untarnos de todo lo bueno que los nuevos tiempos traen consigo, pero sin olvidar quienes somos y de dónde venimos.

En mi oficio de chef y catador también he notado esa perdida de nuestras raíces, son contadas las fonderas, cocineras y chefs, que tratan de preservar nuestro legado, quisiera saber si alguien conserva las recetas de María Iberia Ustariz, nuestra querida ‘Bella’, su arroz con liza, su carne desmechada, sus albóndigas, carimañolas y arepas, para mí la mejor cocinera criolla de Valledupar de todos los tiempos, sobre todo por su autenticidad, era delicioso y divertido comer en su restaurante, lo más sabroso era escucharla hablar disparates y sorprenderse con sus palillos que no eran más que una escoba de paja que colgada adrede para que sirviera de mondadientes.

¿Qué les paso? a los herederos de ‘El Hueco’ o ‘La Viuda’, como también le decían al establecimiento (carrera 9 entre calles 13A y 13B una de las última fondas que existían en Valledupar) en donde ‘La Lule’ y su combo nos deleitaban con exquisiteces de nuestra comida raizal, arroz con pollo o cerdo apastelao, pasteles, carimañolas, bofe o “nomeplanches” y otras delicias que allí vendían y que hoy día ya no se consiguen o al menos no con la misma calidad de antes, lo cual indica que las recetas originales se han ido perdiendo, sé que aún ‘Las Mahomas’ y ‘La Mona’ de Patacón Pisao, hacen una excelente comida criolla, así como Felicidad Julio y Laurentino el patillalero de la carrera 10 con calle 13, me refiero a las auténticas recetas vallenatas, quizás la última fonda que existe es la de Esther, en la carrera 11 con 13, allí puedo uno deleitarse con algunas comidas que tienen el sabor de antaño. Dios permita que las nuevas generaciones conserven lo poquito que aún nos queda.

Columnista
17 septiembre, 2016

No perdamos nuestra verdadera identidad

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Julio Mario Celedon

Observo tristemente que muchas cosas intrínsecas de nuestras costumbres se han ido extraviando en los vericuetos de la desidia y en las marismas del extranjerismo, erróneamente creemos que lo foráneo es lo que vale, por eso hemos ido adoptando tradiciones ajenas a nuestra cultura como nuestras, pero peor aún hemos echado a un lado las […]


Observo tristemente que muchas cosas intrínsecas de nuestras costumbres se han ido extraviando en los vericuetos de la desidia y en las marismas del extranjerismo, erróneamente creemos que lo foráneo es lo que vale, por eso hemos ido adoptando tradiciones ajenas a nuestra cultura como nuestras, pero peor aún hemos echado a un lado las que verdaderamente nos pertenecen.

Los extranjeros valoran y disfrutan más de nuestra tierra que nosotros mismos, es raro ver paisanos usando mochila, esos preciosos y utilísimos artículos artesanales hechos por las diestras manos de las mujeres de las etnias arhuaca, wiwa, kankuama y wayúu, entre otras, vemos que la portan con orgullo los extranjeros, a ellos si les lucen, si hay una cosa que admiro de Egidio Cuadrado, el acordeonero de Carlos Vives, es su autenticidad, pocos saben que esa singularidad fue la que llamó la atención del tenor Luciano Pavarotti, cuando lo vio por primera vez en los estudios de Audiovisión en Nueva York, pues le pareció exótico, un hombre de aspecto latino, moreno de ojos claros, con una camisa vaquera a cuadros, pero mocha de mangas, alpargatas, sombreo voltiao, mochila y acordeón al hombro, un híbrido entre “countryman” americano, provinciano colombiano y rockstar.

Pero más sorprendido quedó aun cuando escuchó el melodioso sonido de su acordeón, tanto así que pidió los presentaran porque le gustaría hacer una producción con él, lo cual nunca se dio y hubiese sido importantísimo para nuestra música, les aseguro que si Egidio hubiese llegado vestido común y corriente o como los estereotipos de la moda lo indicaran en el momento, hubiese pasado desapercibido, pero esa autenticidad con la cual se reviste, sin dejar a un lado sus orígenes es lo que le da su “charming” su encanto, podemos evolucionar y untarnos de todo lo bueno que los nuevos tiempos traen consigo, pero sin olvidar quienes somos y de dónde venimos.

En mi oficio de chef y catador también he notado esa perdida de nuestras raíces, son contadas las fonderas, cocineras y chefs, que tratan de preservar nuestro legado, quisiera saber si alguien conserva las recetas de María Iberia Ustariz, nuestra querida ‘Bella’, su arroz con liza, su carne desmechada, sus albóndigas, carimañolas y arepas, para mí la mejor cocinera criolla de Valledupar de todos los tiempos, sobre todo por su autenticidad, era delicioso y divertido comer en su restaurante, lo más sabroso era escucharla hablar disparates y sorprenderse con sus palillos que no eran más que una escoba de paja que colgada adrede para que sirviera de mondadientes.

¿Qué les paso? a los herederos de ‘El Hueco’ o ‘La Viuda’, como también le decían al establecimiento (carrera 9 entre calles 13A y 13B una de las última fondas que existían en Valledupar) en donde ‘La Lule’ y su combo nos deleitaban con exquisiteces de nuestra comida raizal, arroz con pollo o cerdo apastelao, pasteles, carimañolas, bofe o “nomeplanches” y otras delicias que allí vendían y que hoy día ya no se consiguen o al menos no con la misma calidad de antes, lo cual indica que las recetas originales se han ido perdiendo, sé que aún ‘Las Mahomas’ y ‘La Mona’ de Patacón Pisao, hacen una excelente comida criolla, así como Felicidad Julio y Laurentino el patillalero de la carrera 10 con calle 13, me refiero a las auténticas recetas vallenatas, quizás la última fonda que existe es la de Esther, en la carrera 11 con 13, allí puedo uno deleitarse con algunas comidas que tienen el sabor de antaño. Dios permita que las nuevas generaciones conserven lo poquito que aún nos queda.