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Columnista - 4 noviembre, 2017

No me preocupa Timochenko

Siempre he creído que terminar el conflicto con las Farc era lo mejor que le podía pasar a Colombia. Creer no fue solo un asunto de fe, sino de convicciones. Decididamente me involucré en actividades de socialización que también hice extensiva a través de esta tribuna. No obstante, soy consciente de que el fin del […]

Siempre he creído que terminar el conflicto con las Farc era lo mejor que le podía pasar a Colombia. Creer no fue solo un asunto de fe, sino de convicciones. Decididamente me involucré en actividades de socialización que también hice extensiva a través de esta tribuna. No obstante, soy consciente de que el fin del conflicto es apenas una etapa de una extenuante maratón, sobre todo, porque aún sobreviven el Eln, el cartel del Golfo, las disidencias de las Farc, la corrupción administrativa y el poder económico que genera el negocio del narcotráfico.

Los alcances de la ilegalidad se robustecen en la medida que el Estado es inferior a este proceso. Cuando creía que el post-acuerdo estaría enmarcado en la supremacía de la institucionalidad y la lucha anticorrupción, encuentro todo lo contrario, permanecen latentes y se constituyen en los principales temores que tengo. La candidatura de alias Timochenko solo sirve para atizar el fogón de la polarización y el demagógico antagonismo ideológico. El lamentable estado de nuestra institucionalidad, ausencia de liderazgo, la promiscuidad política, el despojo de los partidos políticos, los ríos de dineros invertidos en las campañas, la corrupción en todos los sectores de los poderes públicos, y los bajos niveles y valores democráticos de los electores, favorecen el protagonismo de los nuevos actores en la actividad política. Gracias a Dios los miembros de las Farc, gozan de desprestigio ante la gran mayoría de la opinión pública colombiana, inclusive sus dirigentes en cuerpo ajeno, no tienen oportunidad para el muy de moda populismo, razones suficientes para desmitificar los argumentos engañosos de que el país va rumbo al Castrochavismo o a la situación deplorable en que se encuentra Venezuela.

No me preocupa la candidatura presidencial de Timochenko, pero reitero que temo mucho por la debilidad institucional que sufre el país, y particularmente, por la historia documentada sobre la connivencia de hombres de estado con la ilegalidad para optar al poder y defender sus intereses.

Mis preocupaciones tienen repercusión en esta frase que dejó el inmolado dirigente Conservador Álvaro Gómez Hurtado: El Régimen necesita que la política sea sucia porque es la manera de conseguir la amplia gama de complicidades que se necesitan para mantener su predominio.

El proceso de paz y su desenlace estuvo provisto de campañas para desprestigiarlo y conjugaba elementos para sembrar odio y temor. Aún persiste el mensaje del Castrochavismo y la comparación con Venezuela, estos argumentos gozan de credibilidad aunque son incomparables las circunstancias. No tenemos el petróleo de Venezuela y las Farc ni la izquierda democrática colombiana representan el liderazgo que en su momento tuvo Hugo Chávez.

No debe sorprendernos la candidatura de Timochenko, es un paso natural consecuente con el proceso de negociación y es estratégico para defender lo suscrito en el acuerdo. La indignación es absolutamente comprensible, ese es el sapo que nos tocaba tragarnos por el bien superior de la nación, sin embargo, un tema tan serio como la Justicia Especial para la Paz, debe ser tratado con rigurosidad y claridad, porque los colombianos que respaldamos el proceso de paz, lo hicimos amparados en la reparación a las víctimas y en las garantías de no repetición, avalando la participación política de las Farc, para derrotarlas en las urnas como una certeza democrática, que nada tienen que ver con las conjeturas del cálculo de alianzas políticas subrepticias para alcanzar el poder.

Por Luis Elquis Díaz

@LuchoDiaz12

 

Columnista
4 noviembre, 2017

No me preocupa Timochenko

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Elquis Diaz

Siempre he creído que terminar el conflicto con las Farc era lo mejor que le podía pasar a Colombia. Creer no fue solo un asunto de fe, sino de convicciones. Decididamente me involucré en actividades de socialización que también hice extensiva a través de esta tribuna. No obstante, soy consciente de que el fin del […]


Siempre he creído que terminar el conflicto con las Farc era lo mejor que le podía pasar a Colombia. Creer no fue solo un asunto de fe, sino de convicciones. Decididamente me involucré en actividades de socialización que también hice extensiva a través de esta tribuna. No obstante, soy consciente de que el fin del conflicto es apenas una etapa de una extenuante maratón, sobre todo, porque aún sobreviven el Eln, el cartel del Golfo, las disidencias de las Farc, la corrupción administrativa y el poder económico que genera el negocio del narcotráfico.

Los alcances de la ilegalidad se robustecen en la medida que el Estado es inferior a este proceso. Cuando creía que el post-acuerdo estaría enmarcado en la supremacía de la institucionalidad y la lucha anticorrupción, encuentro todo lo contrario, permanecen latentes y se constituyen en los principales temores que tengo. La candidatura de alias Timochenko solo sirve para atizar el fogón de la polarización y el demagógico antagonismo ideológico. El lamentable estado de nuestra institucionalidad, ausencia de liderazgo, la promiscuidad política, el despojo de los partidos políticos, los ríos de dineros invertidos en las campañas, la corrupción en todos los sectores de los poderes públicos, y los bajos niveles y valores democráticos de los electores, favorecen el protagonismo de los nuevos actores en la actividad política. Gracias a Dios los miembros de las Farc, gozan de desprestigio ante la gran mayoría de la opinión pública colombiana, inclusive sus dirigentes en cuerpo ajeno, no tienen oportunidad para el muy de moda populismo, razones suficientes para desmitificar los argumentos engañosos de que el país va rumbo al Castrochavismo o a la situación deplorable en que se encuentra Venezuela.

No me preocupa la candidatura presidencial de Timochenko, pero reitero que temo mucho por la debilidad institucional que sufre el país, y particularmente, por la historia documentada sobre la connivencia de hombres de estado con la ilegalidad para optar al poder y defender sus intereses.

Mis preocupaciones tienen repercusión en esta frase que dejó el inmolado dirigente Conservador Álvaro Gómez Hurtado: El Régimen necesita que la política sea sucia porque es la manera de conseguir la amplia gama de complicidades que se necesitan para mantener su predominio.

El proceso de paz y su desenlace estuvo provisto de campañas para desprestigiarlo y conjugaba elementos para sembrar odio y temor. Aún persiste el mensaje del Castrochavismo y la comparación con Venezuela, estos argumentos gozan de credibilidad aunque son incomparables las circunstancias. No tenemos el petróleo de Venezuela y las Farc ni la izquierda democrática colombiana representan el liderazgo que en su momento tuvo Hugo Chávez.

No debe sorprendernos la candidatura de Timochenko, es un paso natural consecuente con el proceso de negociación y es estratégico para defender lo suscrito en el acuerdo. La indignación es absolutamente comprensible, ese es el sapo que nos tocaba tragarnos por el bien superior de la nación, sin embargo, un tema tan serio como la Justicia Especial para la Paz, debe ser tratado con rigurosidad y claridad, porque los colombianos que respaldamos el proceso de paz, lo hicimos amparados en la reparación a las víctimas y en las garantías de no repetición, avalando la participación política de las Farc, para derrotarlas en las urnas como una certeza democrática, que nada tienen que ver con las conjeturas del cálculo de alianzas políticas subrepticias para alcanzar el poder.

Por Luis Elquis Díaz

@LuchoDiaz12