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Columnista - 21 noviembre, 2016

No más ultrajes, no más ofensas

No sé dónde vi este ejercicio pero lo traigo a cuento porque me sirve para mi tema de hoy: amables lectores, madres o padres siéntense en un lugar tranquilo de su casa y cierren los ojos, piensen en esa niña que es su hija o sobrina o prima, pequeñita con toda la ternura y alegría […]

No sé dónde vi este ejercicio pero lo traigo a cuento porque me sirve para mi tema de hoy: amables lectores, madres o padres siéntense en un lugar tranquilo de su casa y cierren los ojos, piensen en esa niña que es su hija o sobrina o prima, pequeñita con toda la ternura y alegría que es propia de la niñez; mírenla, con los ojos cerrados, ¡cómo es de bonita o inteligente¡, orgullosa la ven crecer; mírenla jugando en el parquecito cercano de pronto no la pueden ver, no está, desapareció. La llaman, la buscan, gritan su nombre, la policía acude y ayuda a buscar, los vecinos se hacen buscadores sin condiciones y nada no aparece. Su uniforme para ir al colegio está ahí limpiecito, esperando para ser usado al día siguiente, la comida que le gusta se enfrió sobre la mesa, no aparece.

Al día siguiente, a los tres días, a la semana, la encuentran, pero no es ella, son despojos de los que era: sucia, herida, con un rictus de terror en su boca que pidió ayuda, que gritó y nadie la escuchó, su cuerpo golpeado, tumefacto y sus partes íntimas violentadas y el horror ¡empalada! Piensen en esa personita o en esa ya adulta que tanto quieren, ¿se la imaginan así? El solo pensarlo los hace llorar, ¿verdad?

Pues bien eso y peor ocurre diariamente en este país, no sé si en el mundo, pero aquí nos centramos en los que está pasando en nuestra sociedad. Lo dicen en las noticias, nos causa escozor, pero estamos llegando a cruzar una línea delicada, la del acostumbramiento y cuando se llega a él no hay nada qué hacer.

Estamos rodeados de bestias que satisfacen su salvajismo con la indefensión de los niños, con la credulidad de las adultas, con la impotencia de los ancianos. Bestias que no respetan ni años ni ternura. Y nosotros tan tranquilo, si acaso comentamos con alguien, siempre la misma expresión: ¡Qué colmo!

Ya vemos que las autoridades no hacen nada, que son impotentes ante tantos desafueros o más bien, indiferentes, entonces ¿qué queda por hacer? Todo. Hay que hacer mucho; un ejemplo lo que hizo Natalia Ponce, seguir su ejemplo: alzar las voces no para gritar el nombre de una niñita desaparecida o de una mujer de cualquier edad que se ha perdido, sino para gritar un ¡no más dolor, no más salvajismo!

Asociaciones para salir a plantarse ante las autoridades, ante los políticos que seguramente todos tienen hijas y les puede ocurrir, ante la policía, ante todos, y no ceder hasta que encuentren la fórmula precisa que dé al traste con las acciones demenciales de los criminales y depravados que lastiman, que causan llantos. Hay que actuar cada minuto de cada día, usted no sabe, y ojalá no pase, que le puede pasar a una niña de las suyas, o a su hermana o a su esposa.

En Colombia cada día se registran dos maltratos sexuales a pequeñitas y a mayores, hace unos días una mujer fue encontrada empalada y hoy está muy grave en una clínica en el Occidente del país, y todos tan tranquilos. Hay que salir a decir ya no más desafueros, hay que comenzar la campaña de las mujeres por las mujeres, a los demás no les importa. Si nos sentamos a esperar seguirán abusando y empalando. ¡Ya basta! Esa debe ser la consigna. (Se me acabó el espacio, pero no el dolor, seguiremos)

Columnista
21 noviembre, 2016

No más ultrajes, no más ofensas

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

No sé dónde vi este ejercicio pero lo traigo a cuento porque me sirve para mi tema de hoy: amables lectores, madres o padres siéntense en un lugar tranquilo de su casa y cierren los ojos, piensen en esa niña que es su hija o sobrina o prima, pequeñita con toda la ternura y alegría […]


No sé dónde vi este ejercicio pero lo traigo a cuento porque me sirve para mi tema de hoy: amables lectores, madres o padres siéntense en un lugar tranquilo de su casa y cierren los ojos, piensen en esa niña que es su hija o sobrina o prima, pequeñita con toda la ternura y alegría que es propia de la niñez; mírenla, con los ojos cerrados, ¡cómo es de bonita o inteligente¡, orgullosa la ven crecer; mírenla jugando en el parquecito cercano de pronto no la pueden ver, no está, desapareció. La llaman, la buscan, gritan su nombre, la policía acude y ayuda a buscar, los vecinos se hacen buscadores sin condiciones y nada no aparece. Su uniforme para ir al colegio está ahí limpiecito, esperando para ser usado al día siguiente, la comida que le gusta se enfrió sobre la mesa, no aparece.

Al día siguiente, a los tres días, a la semana, la encuentran, pero no es ella, son despojos de los que era: sucia, herida, con un rictus de terror en su boca que pidió ayuda, que gritó y nadie la escuchó, su cuerpo golpeado, tumefacto y sus partes íntimas violentadas y el horror ¡empalada! Piensen en esa personita o en esa ya adulta que tanto quieren, ¿se la imaginan así? El solo pensarlo los hace llorar, ¿verdad?

Pues bien eso y peor ocurre diariamente en este país, no sé si en el mundo, pero aquí nos centramos en los que está pasando en nuestra sociedad. Lo dicen en las noticias, nos causa escozor, pero estamos llegando a cruzar una línea delicada, la del acostumbramiento y cuando se llega a él no hay nada qué hacer.

Estamos rodeados de bestias que satisfacen su salvajismo con la indefensión de los niños, con la credulidad de las adultas, con la impotencia de los ancianos. Bestias que no respetan ni años ni ternura. Y nosotros tan tranquilo, si acaso comentamos con alguien, siempre la misma expresión: ¡Qué colmo!

Ya vemos que las autoridades no hacen nada, que son impotentes ante tantos desafueros o más bien, indiferentes, entonces ¿qué queda por hacer? Todo. Hay que hacer mucho; un ejemplo lo que hizo Natalia Ponce, seguir su ejemplo: alzar las voces no para gritar el nombre de una niñita desaparecida o de una mujer de cualquier edad que se ha perdido, sino para gritar un ¡no más dolor, no más salvajismo!

Asociaciones para salir a plantarse ante las autoridades, ante los políticos que seguramente todos tienen hijas y les puede ocurrir, ante la policía, ante todos, y no ceder hasta que encuentren la fórmula precisa que dé al traste con las acciones demenciales de los criminales y depravados que lastiman, que causan llantos. Hay que actuar cada minuto de cada día, usted no sabe, y ojalá no pase, que le puede pasar a una niña de las suyas, o a su hermana o a su esposa.

En Colombia cada día se registran dos maltratos sexuales a pequeñitas y a mayores, hace unos días una mujer fue encontrada empalada y hoy está muy grave en una clínica en el Occidente del país, y todos tan tranquilos. Hay que salir a decir ya no más desafueros, hay que comenzar la campaña de las mujeres por las mujeres, a los demás no les importa. Si nos sentamos a esperar seguirán abusando y empalando. ¡Ya basta! Esa debe ser la consigna. (Se me acabó el espacio, pero no el dolor, seguiremos)