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Columnista - 28 junio, 2017

Nicolás Maquiavelo: ¿presente?

Nos encontramos, por entonces, en los albores de la cultura intelectual renacentista –y atrás el medioevo-, derramada en múltiples formas de las artes, de la filosofía, de la política, etc. Al mismo tiempo en los de la modernidad. La luz que comenzaba a alumbrar era la del uso de la razón. Principiaba un desdén por […]

Nos encontramos, por entonces, en los albores de la cultura intelectual renacentista –y atrás el medioevo-, derramada en múltiples formas de las artes, de la filosofía, de la política, etc. Al mismo tiempo en los de la modernidad. La luz que comenzaba a alumbrar era la del uso de la razón. Principiaba un desdén por la religión y hasta por la misma moral, y la secularización iniciaba su camino, porque al teocentrismo de la edad media se enfrentó al antropocentrismo de los nuevos tiempos. Orgulloso de los nuevos valores, el hombre quiso alejarse de Dios.

Un nombre señero, entre otros, abría la puerta de entrada a la nueva época, fue el del italiano Nicolás Maquiavelo, nacido en Florencia en el año 1469 y muere en 1527. En su libro ‘El Príncipe’, propone su doctrina política, separando totalmente esta actividad de la de la religión y de la moral.
Según él, la tradición política clásica había mirado al hombre como éste debería ser y no como realmente es, bastante dependiente de su contradicción existencial.

Consideraba que aquél modo de pensar tradicional venía del mundo greco-latino y medioeval, y el cual no era más que una abstracción alejada de la realidad de los hechos de los hombres. Con su doctrina más bien se inclinaba a observar al ser humano tal como se presenta en la realidad, víctima de sus pasiones, tal como siglos antes lo había afirmado San Pablo: que deseando hacer el bien terminaba haciendo el mal.

Mantenía, que todo medio que permitiera conservar el poder político, era lícito. Consideraba la política como una súper estructura -aun cuando no la llamara así- por encima de la regla moral natural y de religión alguna. Que el fin último del príncipe (El gobernante), debe ser la conservación del poder político. De este modo, secularizaba la política, proclamaba la razón de Estado como un fin último de éste, incluso por encima de cualesquiera otras consideraciones, por importante que fuesen.

Aquello podría ser hasta anodino en la Italia renacentista, pero ha resultado fatal con la evolución hasta los tiempos contemporáneos de cada nación como quiera que teorías políticas basadas en la fuerza y la violencia nos sorprenden pavorosamente con su poder político-militar destructor. De ello, dan cuenta regímenes políticos totalitarios, aún dentro del mito de la democracia, en varios países del mundo, por ejemplo, en los casos espeluznantes archiconocidos en el siglo XX y aún en lo que va corrido del siglo XXI, que tienen por común denominador el desconocimiento de la voluntad popular.

Resumiendo en pocas palabras, supongamos que Maquiavelo no haya querido ser sino un teórico de la ciencia política pero su obra terminó siendo una lección nefasta para los gobernantes cínicos y pragmáticos que en los últimos tiempos se han posicionado del poder político, prebendas burocráticas, privilegios económicos, posiciones sociales y un gran etc., en desmedro de todos los derechos sociales de sus pueblos.
Verbigracia, el caso del gobernante de Venezuela, cuyo nombre es precisamente homónimo al del autor que comentamos, el que es criminoso y bochornoso. Porque los hechos de abominable contumelia que infiere, con su voluntarismo desenfrenado, a ese pueblo, superan de lejos las lecciones políticas extravagantes consignadas en el libro ‘El Príncipe’.

Por Rodrigo López Barros

NOTA: si visitas Pueblo Bello notarás que allí tu mente piensa mejor.
rodrigolopezbarros@hotmail.com

Columnista
28 junio, 2017

Nicolás Maquiavelo: ¿presente?

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodrigo López Barros

Nos encontramos, por entonces, en los albores de la cultura intelectual renacentista –y atrás el medioevo-, derramada en múltiples formas de las artes, de la filosofía, de la política, etc. Al mismo tiempo en los de la modernidad. La luz que comenzaba a alumbrar era la del uso de la razón. Principiaba un desdén por […]


Nos encontramos, por entonces, en los albores de la cultura intelectual renacentista –y atrás el medioevo-, derramada en múltiples formas de las artes, de la filosofía, de la política, etc. Al mismo tiempo en los de la modernidad. La luz que comenzaba a alumbrar era la del uso de la razón. Principiaba un desdén por la religión y hasta por la misma moral, y la secularización iniciaba su camino, porque al teocentrismo de la edad media se enfrentó al antropocentrismo de los nuevos tiempos. Orgulloso de los nuevos valores, el hombre quiso alejarse de Dios.

Un nombre señero, entre otros, abría la puerta de entrada a la nueva época, fue el del italiano Nicolás Maquiavelo, nacido en Florencia en el año 1469 y muere en 1527. En su libro ‘El Príncipe’, propone su doctrina política, separando totalmente esta actividad de la de la religión y de la moral.
Según él, la tradición política clásica había mirado al hombre como éste debería ser y no como realmente es, bastante dependiente de su contradicción existencial.

Consideraba que aquél modo de pensar tradicional venía del mundo greco-latino y medioeval, y el cual no era más que una abstracción alejada de la realidad de los hechos de los hombres. Con su doctrina más bien se inclinaba a observar al ser humano tal como se presenta en la realidad, víctima de sus pasiones, tal como siglos antes lo había afirmado San Pablo: que deseando hacer el bien terminaba haciendo el mal.

Mantenía, que todo medio que permitiera conservar el poder político, era lícito. Consideraba la política como una súper estructura -aun cuando no la llamara así- por encima de la regla moral natural y de religión alguna. Que el fin último del príncipe (El gobernante), debe ser la conservación del poder político. De este modo, secularizaba la política, proclamaba la razón de Estado como un fin último de éste, incluso por encima de cualesquiera otras consideraciones, por importante que fuesen.

Aquello podría ser hasta anodino en la Italia renacentista, pero ha resultado fatal con la evolución hasta los tiempos contemporáneos de cada nación como quiera que teorías políticas basadas en la fuerza y la violencia nos sorprenden pavorosamente con su poder político-militar destructor. De ello, dan cuenta regímenes políticos totalitarios, aún dentro del mito de la democracia, en varios países del mundo, por ejemplo, en los casos espeluznantes archiconocidos en el siglo XX y aún en lo que va corrido del siglo XXI, que tienen por común denominador el desconocimiento de la voluntad popular.

Resumiendo en pocas palabras, supongamos que Maquiavelo no haya querido ser sino un teórico de la ciencia política pero su obra terminó siendo una lección nefasta para los gobernantes cínicos y pragmáticos que en los últimos tiempos se han posicionado del poder político, prebendas burocráticas, privilegios económicos, posiciones sociales y un gran etc., en desmedro de todos los derechos sociales de sus pueblos.
Verbigracia, el caso del gobernante de Venezuela, cuyo nombre es precisamente homónimo al del autor que comentamos, el que es criminoso y bochornoso. Porque los hechos de abominable contumelia que infiere, con su voluntarismo desenfrenado, a ese pueblo, superan de lejos las lecciones políticas extravagantes consignadas en el libro ‘El Príncipe’.

Por Rodrigo López Barros

NOTA: si visitas Pueblo Bello notarás que allí tu mente piensa mejor.
rodrigolopezbarros@hotmail.com