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Columnista - 28 julio, 2010

Ni tanto que queme a Santos…

Por: José Félix Lafaurie Rivera Era de esperarse. Nada, en el azaroso conflicto con Venezuela, hacía prever que las denuncias de Colombia ante la OEA, tuvieran una salida diferente. Desde 1987 las relaciones no registraban un clima tan deteriorado y las instancias de mediación no lucían tan incompetentes y parcas, como en los últimos años. […]

Por: José Félix Lafaurie Rivera

Era de esperarse. Nada, en el azaroso conflicto con Venezuela, hacía prever que las denuncias de Colombia ante la OEA, tuvieran una salida diferente. Desde 1987 las relaciones no registraban un clima tan deteriorado y las instancias de mediación no lucían tan incompetentes y parcas, como en los últimos años.
El nuevo presidente no la tiene fácil. Le corresponde restablecer la comunicación y sacar la disputa de los canales mediáticos para llevarla al orden diplomático. Su meta: zanjar las suspicacias y desconfianzas que rondan los palacios de Miraflores y Nariño, que sólo han servido a los intereses de las guerrillas, en detrimento de los dos pueblos.

La apuesta de Juan Manuel Santos, de normalizar las relaciones con Venezuela –de acuerdo con sus anuncios– requiere un nivel de conceptualización superior de lo que significan las maniobras diplomáticas de persuasión, disuasión y del uso efectivo del “poder blando”. Su objetivo no será otro que el de conducir a Chávez atemperar su intervencionismo –que pasa de lejos por proteger guerrilleros y alentar posturas incendiarias, guerreristas y nacionalistas, en donde reside el almendrón de la reyerta– y presionar una réplica respetuosa y madura.

Las premisas que deberían ser asumidas como punta de lanza, en la tarea de ensayar la nueva estrategia diplomática, debería partir de la protección y la seguridad de los conciudadanos y la preservación de la soberanía y del Estado de Derecho, como refugio de la democracia.
Sólo desde estas categorías, la situación de Venezuela se torna compleja, si se consideran las pruebas que aportó Colombia sobre la presencia de 1.500 guerrilleros en 87 campamentos en suelo venezolano, los asesinatos y detenciones de colombianos y los secuestros y extorsiones a sus nacionales.

Pero hay otro atenuante: las abultadas pérdidas en los planos económico y social –medidas en términos de las mermas del intercambio comercial, la profundización de la pobreza, el desempleo y el mismo deterioro de las economías– que, por supuesto, han sido dramáticas para ambas partes. Basta con volver los ojos hacia los ciudadanos de la frontera o considerar que nuestra economía pudo haber crecido, en términos nominales, al 7% entre 2008 y 2009 si no se hubiese registrado el impasse binacional. Para no mencionar cuánto habría podido colaborar Colombia con el vecino país, en el proceso de desactivar la bomba de la inflación y las difíciles condiciones económicas y sociales del pueblo venezolano.

Y es que si algo demostraron las diferencias con Venezuela y Ecuador, es que el ejercicio de la seguridad en las fronteras, dejó de ser exclusivo del gobierno colombiano y requiere compromiso y mecanismos vinculantes para los vecinos, por la vía de la diplomacia. No se trata, por supuesto, de que ellos garanticen nuestro orden interno, sino de que cierren las puertas a las “alianzas espurias”, que a ciencia cierta han comprometido la seguridad en la región y han insuflado el protagonismo de los delincuentes que, por supuesto, ellos han sabido capitalizar.

Al presidente Juan Manuel Santos le tocará alumbrar la esencia más pura de la diplomacia, sacar del congelador la confianza y el espíritu de colaboración, el lenguaje tranquilo y reposado y hasta aprovechar el terreno abonado que sembró el presidente Uribe que, en términos simples, le evitará a Santos el desgaste político, de sacar a relucir las pruebas del compromiso de gobierno de Caracas con las FARC, ante la comunidad internacional. Pero, más aún, le corresponde tratar de restablecer, los hasta ahora inútiles mecanismos de intermediación binacionales e internacionales.

Columnista
28 julio, 2010

Ni tanto que queme a Santos…

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Félix Lafaurie Rivera

Por: José Félix Lafaurie Rivera Era de esperarse. Nada, en el azaroso conflicto con Venezuela, hacía prever que las denuncias de Colombia ante la OEA, tuvieran una salida diferente. Desde 1987 las relaciones no registraban un clima tan deteriorado y las instancias de mediación no lucían tan incompetentes y parcas, como en los últimos años. […]


Por: José Félix Lafaurie Rivera

Era de esperarse. Nada, en el azaroso conflicto con Venezuela, hacía prever que las denuncias de Colombia ante la OEA, tuvieran una salida diferente. Desde 1987 las relaciones no registraban un clima tan deteriorado y las instancias de mediación no lucían tan incompetentes y parcas, como en los últimos años.
El nuevo presidente no la tiene fácil. Le corresponde restablecer la comunicación y sacar la disputa de los canales mediáticos para llevarla al orden diplomático. Su meta: zanjar las suspicacias y desconfianzas que rondan los palacios de Miraflores y Nariño, que sólo han servido a los intereses de las guerrillas, en detrimento de los dos pueblos.

La apuesta de Juan Manuel Santos, de normalizar las relaciones con Venezuela –de acuerdo con sus anuncios– requiere un nivel de conceptualización superior de lo que significan las maniobras diplomáticas de persuasión, disuasión y del uso efectivo del “poder blando”. Su objetivo no será otro que el de conducir a Chávez atemperar su intervencionismo –que pasa de lejos por proteger guerrilleros y alentar posturas incendiarias, guerreristas y nacionalistas, en donde reside el almendrón de la reyerta– y presionar una réplica respetuosa y madura.

Las premisas que deberían ser asumidas como punta de lanza, en la tarea de ensayar la nueva estrategia diplomática, debería partir de la protección y la seguridad de los conciudadanos y la preservación de la soberanía y del Estado de Derecho, como refugio de la democracia.
Sólo desde estas categorías, la situación de Venezuela se torna compleja, si se consideran las pruebas que aportó Colombia sobre la presencia de 1.500 guerrilleros en 87 campamentos en suelo venezolano, los asesinatos y detenciones de colombianos y los secuestros y extorsiones a sus nacionales.

Pero hay otro atenuante: las abultadas pérdidas en los planos económico y social –medidas en términos de las mermas del intercambio comercial, la profundización de la pobreza, el desempleo y el mismo deterioro de las economías– que, por supuesto, han sido dramáticas para ambas partes. Basta con volver los ojos hacia los ciudadanos de la frontera o considerar que nuestra economía pudo haber crecido, en términos nominales, al 7% entre 2008 y 2009 si no se hubiese registrado el impasse binacional. Para no mencionar cuánto habría podido colaborar Colombia con el vecino país, en el proceso de desactivar la bomba de la inflación y las difíciles condiciones económicas y sociales del pueblo venezolano.

Y es que si algo demostraron las diferencias con Venezuela y Ecuador, es que el ejercicio de la seguridad en las fronteras, dejó de ser exclusivo del gobierno colombiano y requiere compromiso y mecanismos vinculantes para los vecinos, por la vía de la diplomacia. No se trata, por supuesto, de que ellos garanticen nuestro orden interno, sino de que cierren las puertas a las “alianzas espurias”, que a ciencia cierta han comprometido la seguridad en la región y han insuflado el protagonismo de los delincuentes que, por supuesto, ellos han sabido capitalizar.

Al presidente Juan Manuel Santos le tocará alumbrar la esencia más pura de la diplomacia, sacar del congelador la confianza y el espíritu de colaboración, el lenguaje tranquilo y reposado y hasta aprovechar el terreno abonado que sembró el presidente Uribe que, en términos simples, le evitará a Santos el desgaste político, de sacar a relucir las pruebas del compromiso de gobierno de Caracas con las FARC, ante la comunidad internacional. Pero, más aún, le corresponde tratar de restablecer, los hasta ahora inútiles mecanismos de intermediación binacionales e internacionales.