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Columnista - 9 noviembre, 2017

Miedo al cambio

Dije en otra columna y lo reitero en esta, que si hay alguien quien debiera estar resentido con las Farc ese soy yo. En mi época de alcalde de La Paz sufrí el rigor de su embestida criminal, las atrocidades de la guerra que se anidó en nuestro territorio llenaron de dolor mi casa y […]

Dije en otra columna y lo reitero en esta, que si hay alguien quien debiera estar resentido con las Farc ese soy yo. En mi época de alcalde de La Paz sufrí el rigor de su embestida criminal, las atrocidades de la guerra que se anidó en nuestro territorio llenaron de dolor mi casa y opacó lo que pudo ser una gran gestión. Afortunadamente ya eso pasó.

Otros sentimientos me llevan hoy a escribir estas líneas, porque en contra de la fracción del país que se deja escandalizar porque Timochenko se postuló a la Presidencia de la República por el partido político que hoy representa a esa guerrilla, prefiero pensar que por fin la democracia entregará los espacios que al negarlos nos sumieron en esta violencia de tantos años.

Representación de esta exclusión y sus lamentables efectos fue el Frente Nacional, aún vigente porque desde esa época los clanes familiares estructuraron una estrategia para perpetuarse en el poder, disfrazando la información, promoviendo el statu quo social que les permite manipular la democracia con base en necesidades y no en soluciones, todo en un solapado concierto para reinar, con el exclusivo propósito de asegurar su supervivencia política y la de sus descendientes.

Afortunadamente la incapacidad de algunos sucesores solo pudo capitalizar a quienes prefirieron mantenerse en su comodidad particular recibiendo las sobras de ‘los que mandan’, aún es común ver esta inercia política; al tiempo que los menos obedientes se decidieron por las armas, comenzando a escribir el sangriento capítulo de nuestra historia que, sin distingos, ha tocado a todas las familias colombianas.

Todos hemos sufrido, a todos nos han asesinado familiares. De uno y otro bando son las víctimas y de uno y otro bando son los victimarios. Esa es la guerra, la que no repetiremos solo si exploramos los tonos grises de la reconciliación, abandonando el blanco y negro de la intolerancia que nos condena a la eterna confrontación.

Entonces llegó el momento de que nuestro comportamiento vaya acorde con nuestro discurso, no podemos seguir diciendo que queremos la Paz, pero sobre el cadáver de nuestro contradictor; el perdón y la tolerancia serán los pilares fundamentales para cumplir el sueño de una paz duradera
Aclimatemos la Paz, nuestros derechos terminan donde comienzan los de los demás; no todo es malo solo por sernos inconveniente económica o políticamente; es tiempo de que en vez de proyectiles y amenazas fluyan los argumentos; construyamos democracia desde el restablecimiento de los derechos colectivos y no sobre la capitalización de nuestros apetitos económicos.

Mientras nos perturbe que alguien de la izquierda radical se postule igual que lo hace uno de la extrema derecha, para que sean los electores quienes libremente escojan a sus representantes, será imposible percibir la amplia gama de matices ideológicos sobre los que se finca una verdadera democracia.

Opositores a La Paz seguirán existiendo y utilizarán cualquier argumento para confundir la voluntad popular, pero si tenemos un Estado fuerte militarmente para reprimir las disidencias y claro éticamente en su institucionalidad, muy seguramente perderemos el miedo al cambio. Un abrazo.

 

[email protected]
@antoniomariaA

Por Antonio María Araújo Calderón

 

Columnista
9 noviembre, 2017

Miedo al cambio

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Antonio María Araujo

Dije en otra columna y lo reitero en esta, que si hay alguien quien debiera estar resentido con las Farc ese soy yo. En mi época de alcalde de La Paz sufrí el rigor de su embestida criminal, las atrocidades de la guerra que se anidó en nuestro territorio llenaron de dolor mi casa y […]


Dije en otra columna y lo reitero en esta, que si hay alguien quien debiera estar resentido con las Farc ese soy yo. En mi época de alcalde de La Paz sufrí el rigor de su embestida criminal, las atrocidades de la guerra que se anidó en nuestro territorio llenaron de dolor mi casa y opacó lo que pudo ser una gran gestión. Afortunadamente ya eso pasó.

Otros sentimientos me llevan hoy a escribir estas líneas, porque en contra de la fracción del país que se deja escandalizar porque Timochenko se postuló a la Presidencia de la República por el partido político que hoy representa a esa guerrilla, prefiero pensar que por fin la democracia entregará los espacios que al negarlos nos sumieron en esta violencia de tantos años.

Representación de esta exclusión y sus lamentables efectos fue el Frente Nacional, aún vigente porque desde esa época los clanes familiares estructuraron una estrategia para perpetuarse en el poder, disfrazando la información, promoviendo el statu quo social que les permite manipular la democracia con base en necesidades y no en soluciones, todo en un solapado concierto para reinar, con el exclusivo propósito de asegurar su supervivencia política y la de sus descendientes.

Afortunadamente la incapacidad de algunos sucesores solo pudo capitalizar a quienes prefirieron mantenerse en su comodidad particular recibiendo las sobras de ‘los que mandan’, aún es común ver esta inercia política; al tiempo que los menos obedientes se decidieron por las armas, comenzando a escribir el sangriento capítulo de nuestra historia que, sin distingos, ha tocado a todas las familias colombianas.

Todos hemos sufrido, a todos nos han asesinado familiares. De uno y otro bando son las víctimas y de uno y otro bando son los victimarios. Esa es la guerra, la que no repetiremos solo si exploramos los tonos grises de la reconciliación, abandonando el blanco y negro de la intolerancia que nos condena a la eterna confrontación.

Entonces llegó el momento de que nuestro comportamiento vaya acorde con nuestro discurso, no podemos seguir diciendo que queremos la Paz, pero sobre el cadáver de nuestro contradictor; el perdón y la tolerancia serán los pilares fundamentales para cumplir el sueño de una paz duradera
Aclimatemos la Paz, nuestros derechos terminan donde comienzan los de los demás; no todo es malo solo por sernos inconveniente económica o políticamente; es tiempo de que en vez de proyectiles y amenazas fluyan los argumentos; construyamos democracia desde el restablecimiento de los derechos colectivos y no sobre la capitalización de nuestros apetitos económicos.

Mientras nos perturbe que alguien de la izquierda radical se postule igual que lo hace uno de la extrema derecha, para que sean los electores quienes libremente escojan a sus representantes, será imposible percibir la amplia gama de matices ideológicos sobre los que se finca una verdadera democracia.

Opositores a La Paz seguirán existiendo y utilizarán cualquier argumento para confundir la voluntad popular, pero si tenemos un Estado fuerte militarmente para reprimir las disidencias y claro éticamente en su institucionalidad, muy seguramente perderemos el miedo al cambio. Un abrazo.

 

[email protected]
@antoniomariaA

Por Antonio María Araújo Calderón