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Columnista - 5 junio, 2017

Manaure

¡Qué bonito está mi pueblo! Allí nací un veintiséis de abril; allí está la vieja casa, que luego de que mi padre la vendiera ha pasado por muchas manos, ya no tiene jardines ni nada de lo que me hacía extasiar cuando niña, pero si la recubre un halo luminoso, que solo yo le veo, […]

¡Qué bonito está mi pueblo! Allí nací un veintiséis de abril; allí está la vieja casa, que luego de que mi padre la vendiera ha pasado por muchas manos, ya no tiene jardines ni nada de lo que me hacía extasiar cuando niña, pero si la recubre un halo luminoso, que solo yo le veo, que nimba los recuerdos de una niñez muy feliz.

Manaure de la Montaña, como le decíamos cuando éramos niños y que ahora es Balcón Turístico del Cesar, ha logrado, por las buenas administraciones que ha atenido, ubicarse entre los pueblos, sino el primero, más bellos del Cesar.

Alguien me dijo, hace un tiempo: “Manaure tiene una escritora”, “Sí”, le contesté, “pero nadie lo sabe, ni nadie me conoce”. “¿Y Villanueva?” Le respondí: “Mira, Manaure me vio nacer y fue el primer paisaje que vieron mis ojos, por sus calles, antes curveadas, corrió mi niñez, allí viví la epopeya de Beliza, allí tuve un jardín de rosas y un patio de árboles frutales, y allí mi madre, al comenzar la noche, colgaba la lámpara de petróleo del marco de la puerta y se formaba un círculo dorado sobre el piso y en él nos sentábamos los niños a echar cuentos”. Manaure me marcó para siempre como una romántica empedernida; en él construí sueños, algunos ya realidad otros se quebraron en el camino.

Villanueva el pueblo donde crecí, me bautizaron, después te cuento de él. Sin embargo, lo que te marca de por vida es la niñez y fui una afortunada de vivirla en Manaure, rodeada de los cerros más verdes que he visto, y por los que caminábamos saltando riscos, con Beliza a la cabeza.

Hoy por hoy, voy mensualmente a Manaure y, como si fuera de incógnito, porque, como dije, nadie me conoce, recorro el pueblo, y vuelvo al río y el rumor del torrente me hace estremecer, y voy por las calles que todavía tienen olor fresco a mastranto, y veo las nubes arqueándose sobre los cerros, un eterno juego, son coquetas las nubes manaureras, y recuerdo el sitio donde mi papá y Poncho Cotes se sentaban a hablar, un par de románticos, que terminaban dando serenatas, eso lo cuento en Beliza, tu pelo tiene… De este libro llevé ciento cincuenta y los regalé a los niñitos de la escuela vocacional, quería que me leyeran y supieran como fue el Manaure de antes, pero nunca supe qué ocurrió con ellos.

Con Manaure tengo un amor enquistado en el alma, cada vez que voy se lo repito, al aire, a su verde eterno, a las heliconias que me traigo para ver en ellas un retacito de sueños; es un amor silente que solo ahora revelo, que solo ahora comento. Y seguiré yendo hasta cuando Dios lo permita, agazapada en las añoranzas y tocaré algunas de las paredes de sus casas blancas con farolitos en las puertas, y me sentaré en el parque a meditar o a recordar, seguiré visitándolo aunque nadie me conozca, y bridaré por nuestro amor callado.

Está bonito mi pueblo, fui ayer, cada vez me gusta más; y ahora su cara nueva es producto de buenas administraciones y de cultura ciudadana. Señor alcalde doctor Ever Santana Torres, siga cuidando ese fortín de belleza limpia. Manaure me enseñó lo valioso que es el amor a las cosas sencillas.

Columnista
5 junio, 2017

Manaure

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

¡Qué bonito está mi pueblo! Allí nací un veintiséis de abril; allí está la vieja casa, que luego de que mi padre la vendiera ha pasado por muchas manos, ya no tiene jardines ni nada de lo que me hacía extasiar cuando niña, pero si la recubre un halo luminoso, que solo yo le veo, […]


¡Qué bonito está mi pueblo! Allí nací un veintiséis de abril; allí está la vieja casa, que luego de que mi padre la vendiera ha pasado por muchas manos, ya no tiene jardines ni nada de lo que me hacía extasiar cuando niña, pero si la recubre un halo luminoso, que solo yo le veo, que nimba los recuerdos de una niñez muy feliz.

Manaure de la Montaña, como le decíamos cuando éramos niños y que ahora es Balcón Turístico del Cesar, ha logrado, por las buenas administraciones que ha atenido, ubicarse entre los pueblos, sino el primero, más bellos del Cesar.

Alguien me dijo, hace un tiempo: “Manaure tiene una escritora”, “Sí”, le contesté, “pero nadie lo sabe, ni nadie me conoce”. “¿Y Villanueva?” Le respondí: “Mira, Manaure me vio nacer y fue el primer paisaje que vieron mis ojos, por sus calles, antes curveadas, corrió mi niñez, allí viví la epopeya de Beliza, allí tuve un jardín de rosas y un patio de árboles frutales, y allí mi madre, al comenzar la noche, colgaba la lámpara de petróleo del marco de la puerta y se formaba un círculo dorado sobre el piso y en él nos sentábamos los niños a echar cuentos”. Manaure me marcó para siempre como una romántica empedernida; en él construí sueños, algunos ya realidad otros se quebraron en el camino.

Villanueva el pueblo donde crecí, me bautizaron, después te cuento de él. Sin embargo, lo que te marca de por vida es la niñez y fui una afortunada de vivirla en Manaure, rodeada de los cerros más verdes que he visto, y por los que caminábamos saltando riscos, con Beliza a la cabeza.

Hoy por hoy, voy mensualmente a Manaure y, como si fuera de incógnito, porque, como dije, nadie me conoce, recorro el pueblo, y vuelvo al río y el rumor del torrente me hace estremecer, y voy por las calles que todavía tienen olor fresco a mastranto, y veo las nubes arqueándose sobre los cerros, un eterno juego, son coquetas las nubes manaureras, y recuerdo el sitio donde mi papá y Poncho Cotes se sentaban a hablar, un par de románticos, que terminaban dando serenatas, eso lo cuento en Beliza, tu pelo tiene… De este libro llevé ciento cincuenta y los regalé a los niñitos de la escuela vocacional, quería que me leyeran y supieran como fue el Manaure de antes, pero nunca supe qué ocurrió con ellos.

Con Manaure tengo un amor enquistado en el alma, cada vez que voy se lo repito, al aire, a su verde eterno, a las heliconias que me traigo para ver en ellas un retacito de sueños; es un amor silente que solo ahora revelo, que solo ahora comento. Y seguiré yendo hasta cuando Dios lo permita, agazapada en las añoranzas y tocaré algunas de las paredes de sus casas blancas con farolitos en las puertas, y me sentaré en el parque a meditar o a recordar, seguiré visitándolo aunque nadie me conozca, y bridaré por nuestro amor callado.

Está bonito mi pueblo, fui ayer, cada vez me gusta más; y ahora su cara nueva es producto de buenas administraciones y de cultura ciudadana. Señor alcalde doctor Ever Santana Torres, siga cuidando ese fortín de belleza limpia. Manaure me enseñó lo valioso que es el amor a las cosas sencillas.