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Columnista - 19 junio, 2017

‘Luz de agosto’

Fue la primera novela de William Faulkner que leí y, como dicen ahora, me marcó para siempre. ‘Luz de agosto’. Más tarde supe que era considerada la novela perfecta, el viaje de Lena Grove hacia el sur en busca del padre de su hijo: el reverendo Gal Hightwer, la carreta que la recoge, le hace […]

Fue la primera novela de William Faulkner que leí y, como dicen ahora, me marcó para siempre. ‘Luz de agosto’. Más tarde supe que era considerada la novela perfecta, el viaje de Lena Grove hacia el sur en busca del padre de su hijo: el reverendo Gal Hightwer, la carreta que la recoge, le hace el chance, con paradas amigables por su estado de embarazo. La recuerdo tan claramente como cuando la leí, al terminarla me atacó ese afán, siempre me pasa, por conocer las obras del autor y fue cuando encontré a ‘Absalón, Absalón’, una obra compleja, enigmática en la que el autor fustiga a los terratenientes del sur de los Estados Unidos y deja presente en cada página rezagos de la Guerra de Secesión.

Sin embargo, Faulkner sólo logró el éxito cuando publicó ’El ruido y la furia’, una novela experimental en la que el autor utiliza la narración polifónica cuatro voces, cual de todas más sorprendentes, pero se destaca la de un retrasado mental, y se encuentra el lector, como en un choque impresionante, con lo que los críticos llaman ‘la técnica del torrente de consciencia’ que es cuando se presentan directos los pensamientos tal como aparecen en la mente antes de su estructura racional.

Me antojé de escribir esta columna para Faulkner porque se cumplen cincuenta años de su muerte, su organismo se deterioró por un alcoholismo tenaz, al que no le valieron las curas de desintoxicación a que fue sometido, vivía atormentado por lograr el reconocimiento de su país, y le llegó en el año mil novecientos cincuenta cuando recibió el Premio Nobel de Literatura. Antes sólo vivía de algunos guiones que le encargaban para películas, directores amigos.

El maestro Faulkner nunca quiso volver al Sur natal, lo dice uno de sus personajes del ruido y la furia: “uno no se cura de su pasado”, se inventó un condado imaginario Yoknapatawpha, que es el Sur en el que desarrolla toda su obra.

William Faulkner ha tenido una enorme influencia en autores interesantes, desde el medio siglo pasado hasta ahora, siempre me ha recordado el Macondo de García Márquez a Yoknapatawpha y se sabe que el norteamericano influyó indudablemente en el colombiano.

Estos días son especiales, para que en los colegios, se de a conocer la vida y obra de uno de los grandes escritores del mundo, sería un bonito homenaje a quien no le importó Harvard en donde no se destacó, ni los trabajos que le conseguían, todo por tener siempre un libro entre manos, el lector consuetudinario que con su escritura aumentó el número de lectores en el mundo. Ya lo dijo él: “Leer, leer, leer todo, clásicos, desconocidos, buenos, malos, ver cómo escriben, leer y absorberlo. Luego escriba. Si es bueno lo conserva, sino lo tira por la ventana.” Y aclaró: “No te molestes en ser mejor que tus contemporáneos o tus predecesores, intenta ser mejor que tú mismo”.

Faulkner, el grande, el atormentado, el escritor magnífico, tanto que puede que te lleve a lo que a mí me llevó: a leer sus libros, sólo porque se me ocurrió meterme en la alucinante narrativa de ‘Luz de agosto’.

Por Mary Daza Orozco

 

Columnista
19 junio, 2017

‘Luz de agosto’

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Fue la primera novela de William Faulkner que leí y, como dicen ahora, me marcó para siempre. ‘Luz de agosto’. Más tarde supe que era considerada la novela perfecta, el viaje de Lena Grove hacia el sur en busca del padre de su hijo: el reverendo Gal Hightwer, la carreta que la recoge, le hace […]


Fue la primera novela de William Faulkner que leí y, como dicen ahora, me marcó para siempre. ‘Luz de agosto’. Más tarde supe que era considerada la novela perfecta, el viaje de Lena Grove hacia el sur en busca del padre de su hijo: el reverendo Gal Hightwer, la carreta que la recoge, le hace el chance, con paradas amigables por su estado de embarazo. La recuerdo tan claramente como cuando la leí, al terminarla me atacó ese afán, siempre me pasa, por conocer las obras del autor y fue cuando encontré a ‘Absalón, Absalón’, una obra compleja, enigmática en la que el autor fustiga a los terratenientes del sur de los Estados Unidos y deja presente en cada página rezagos de la Guerra de Secesión.

Sin embargo, Faulkner sólo logró el éxito cuando publicó ’El ruido y la furia’, una novela experimental en la que el autor utiliza la narración polifónica cuatro voces, cual de todas más sorprendentes, pero se destaca la de un retrasado mental, y se encuentra el lector, como en un choque impresionante, con lo que los críticos llaman ‘la técnica del torrente de consciencia’ que es cuando se presentan directos los pensamientos tal como aparecen en la mente antes de su estructura racional.

Me antojé de escribir esta columna para Faulkner porque se cumplen cincuenta años de su muerte, su organismo se deterioró por un alcoholismo tenaz, al que no le valieron las curas de desintoxicación a que fue sometido, vivía atormentado por lograr el reconocimiento de su país, y le llegó en el año mil novecientos cincuenta cuando recibió el Premio Nobel de Literatura. Antes sólo vivía de algunos guiones que le encargaban para películas, directores amigos.

El maestro Faulkner nunca quiso volver al Sur natal, lo dice uno de sus personajes del ruido y la furia: “uno no se cura de su pasado”, se inventó un condado imaginario Yoknapatawpha, que es el Sur en el que desarrolla toda su obra.

William Faulkner ha tenido una enorme influencia en autores interesantes, desde el medio siglo pasado hasta ahora, siempre me ha recordado el Macondo de García Márquez a Yoknapatawpha y se sabe que el norteamericano influyó indudablemente en el colombiano.

Estos días son especiales, para que en los colegios, se de a conocer la vida y obra de uno de los grandes escritores del mundo, sería un bonito homenaje a quien no le importó Harvard en donde no se destacó, ni los trabajos que le conseguían, todo por tener siempre un libro entre manos, el lector consuetudinario que con su escritura aumentó el número de lectores en el mundo. Ya lo dijo él: “Leer, leer, leer todo, clásicos, desconocidos, buenos, malos, ver cómo escriben, leer y absorberlo. Luego escriba. Si es bueno lo conserva, sino lo tira por la ventana.” Y aclaró: “No te molestes en ser mejor que tus contemporáneos o tus predecesores, intenta ser mejor que tú mismo”.

Faulkner, el grande, el atormentado, el escritor magnífico, tanto que puede que te lleve a lo que a mí me llevó: a leer sus libros, sólo porque se me ocurrió meterme en la alucinante narrativa de ‘Luz de agosto’.

Por Mary Daza Orozco