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Crónica - 21 noviembre, 2010

Los amores de Juancho Rois (Primera Parte)

A dieciséis años de su partida Por Juan Rincón Vanegas [email protected] El rostro de Dalia Esther Zúñiga sigue recibiendo con estoicismo las lágrimas que comenzaron a derramarse desde la noche del 21 de noviembre de 1994, cuando murió su hijo Juan Humberto Rois Zúñiga, ‘Juancho Rois’. En su casa en San Juan del Cesar, La […]

A dieciséis años de su partida

Por Juan Rincón Vanegas
[email protected]

El rostro de Dalia Esther Zúñiga sigue recibiendo con estoicismo las lágrimas que comenzaron a derramarse desde la noche del 21 de noviembre de 1994, cuando murió su hijo Juan Humberto Rois Zúñiga, ‘Juancho Rois’.
En su casa en San Juan del Cesar, La Guajira,  todo gira en torno al célebre acordeonero que impuso su estilo y que en vida dio la más grande muestra de calidez humana. Tiene un cuarto, museo lo llama ella, con cuadros de la vida y obra musical del artista.
Están los momentos gloriosos al lado de familiares y amigos. Todo hace indicar que en San Juan del Cesar y en ese rincón ubicado en la carrera 10 número 4-27, Juancho Rois sigue más vivo que nunca.
A la entrada de la casa está una estatua de Juancho, dándoles a todos la bienvenida. Tiene un ademán de “todo bien”,  la camisa, el pantalón y las botas que más le gustaban, además de una hermosa cadena con figura de acordeón.
Su mamá tiene todas las palabras juntas para describir a su hijo y no permite que nadie hable mal de él, porque le cae irremediablemente la lengua sanjuanera. Y con razón, porque su hijo es su gran adoración hasta el punto de decir que “Juancho Rois tiene dos dueños: su hijo y yo”.
Se acomoda en su mecedora y comienza a hablar de lo que nunca ha dejado de hablar: de su querido hijo. “De Juancho Rois tengo todos los recuerdos, principalmente su hijo. Para mí Juancho Rois no ha muerto. Él sigue viviendo, por eso en este espacio que es mi casa se nota su presencia en todos lados”: Señala cuadros y más cuadros colgados en la pared. Son en total sesenta y cuatro, donde se refleja la sonrisa que nunca dejó al artista.
Despacio va sacando todas las reliquias que guarda de ese ‘Juanchoooo’ como lo llamaba Diomedes Díaz. Y en medio de fotos, discos y cientos de detalles expresa “el último recuerdo que tengo de Juancho fue el día de su matrimonio, que fue el día más feliz de su vida. En esa fecha pasó lo más bonito, nos unimos más nosotros. Cuando él me vio que llegué a Montería, me dijo: “me has hecho feliz, porque creí que no venías”. “Nos abrazamos largamente y me dio un beso”.
En ese preciso momento el dolor se estaciona en su garganta y las lágrimas toman forma de testimonio silencioso en sus ojos y no puede hablar más.
Arrebatando de un tajo el dolor replica: “con Juancho se me fue más de la mitad de mi vida.  A Juancho me lo regaló Dios un 25 de diciembre; nació precisamente para ser acordeonero y compositor y tuvo el don más grande que la naturaleza y su gracia le entregaron”.
Cuenta la mamá de Juancho que tuvo que irse a trabajar para Venezuela y dejarlo bajo el cuidado de su familia. “Cuando me fui a trabajar a Maracaibo el primer regalo que le mandé fue un acordeón. Le mandaba ropa y juguetes, pero nunca faltaba el acordeón. Yo pensaba que sería músico por su gran capacidad, pero nunca que alcanzaría la dimensión que tuvo y una cosa que me llena de orgullo, es que todo el mundo lo quiso por su sencillez, por su amabilidad, por su carisma y por su manera única de tocar el acordeón. Era todo un personaje de la música vallenata”.
En medio de su relato indica que para su hijo, San Juan del Cesar, era lo máximo. Además de ser su patria chica, era su refugio cuando sus compromisos se lo permitían. “Él adoraba a su pueblo. Se caminaba sus calles, jugaba con niños y jóvenes y se iba para los puestos de venta de fritos y les daba empanadas y papas. Ese era su deleite mayor. Ponía en fila a los chanceros y le apostaba a cada uno y jugaba hasta con los locos. En su pueblo, como dice la canción “Sigue siendo el Rey”.
En sus amores su mamá lo defendió y no lo puso como un santo, sino que lo metió dentro de los que pocos que se entregaban. Fue la primera y única vez que sonrió en medio de la entrevista.
“Juancho fue un hombre enamorado, pero no un enamorado apasionado que se iba a entregar a una mujer. Tenía sus amoríos, pero no era muy dado a engañar a ninguna. Tuvo una novia que quiso y yo también la quise”.  En ese instante no se atreve a confesar el nombre de la afortunada del amor de Juancho y prefiere seguir guardando el secreto. Solamente señala: “Yo hubiera querido que ese amor se hubiera consumado, pero la vida dio las vueltas necesarias y su gran amor fue Jenny Dereix, con quien se casó muy enamorado. Los dos se amaban y eso se notaba hasta en sus miradas”.
Habla entonces del matrimonio y sus ojos vuelven a ser poseídos por las lágrimas. “Estuve de acuerdo con ese matrimonio porque sabía que con ella iba a conseguir su felicidad, iba bien casado porque se llevaba una gran mujer y una gran familia. Me duele en el alma que no hubiera disfrutado por mucho tiempo su felicidad y que llegará a su plenitud, que era el nacimiento de su primer hijo. Dios lo llamó sin dejarle conocer a su hijo, del cual se sentía orgulloso y hablaba sin parar de él”.
Después del deceso de Juancho, Doña Dalia, ha sufrido constantes quebrantos de salud e incluso el médico le prohibió visitar la tumba de su hijo. A pesar de eso le envía las flores y pide que le recen, pero en medio de la charla manifiesta que Juancho hace milagros.
“A mi casa llega mucha gente de todas partes a decirme que le pidieron a Juancho Rois y les hizo el milagro. De Barranquilla llegó un señor a conocerme y a decirme que me daba las gracias por haber tenido un hijo tan bueno. Me contó que tenía una grave situación económica y él se la solucionó pidiéndole y pidiéndole a través de oraciones. También otra persona llegó diciendo que tenía una enfermedad y Juancho la curó. Yo creo todo eso, porque mi hijo era muy humanitario”.
Sigue hablando y anota que había soñado con su hijo y que le dijo que su vida iba a cambiar. “Me dictó los números 935 y 358, pero nunca le he apostado a la suerte. Para qué, si con Juancho perdí el premio mayor”.

La anécdota de la abuela

Juancho Rois vivió mucho tiempo en San Juan del Cesar, en la casa de su abuela paterna Rosa María Fernández de Rois.
En cierta ocasión Juancho quería venir a Valledupar al baile de lanzamiento del primer disco de Beto Zabaleta con Emilio Oviedo, pero sabía que su abuela no lo iba a dejar viajar. Entonces con su astucia sanjuanera se puso de acuerdo con sus amigos Joseito Parodi Daza y Armando Sarmiento y se acostó a las siete de la noche y tres horas después, cuando todos dormían, se escapó para Valledupar.
Esa noche le dieron la oportunidad de tocar en la tarima y demostró su sabiduría musical. Como a las tres de la mañana retornó a San Juan del Cesar y se acostó como si nada hubiese ocurrido. En las horas de la mañana por la emisora Radio Guatapurí hicieron el comentario del baile y de la actuación especial de Juancho Rois. Cuando su abuela Rosa María escuchó el comentario expresó: “Vee, ese radio está loco; y que Juancho tocó anoche en Valledupar. Mucha mentira esa, si se acostó temprano y mira que todavía es la hora y está durmiendo”…

Crónica
21 noviembre, 2010

Los amores de Juancho Rois (Primera Parte)

A dieciséis años de su partida Por Juan Rincón Vanegas [email protected] El rostro de Dalia Esther Zúñiga sigue recibiendo con estoicismo las lágrimas que comenzaron a derramarse desde la noche del 21 de noviembre de 1994, cuando murió su hijo Juan Humberto Rois Zúñiga, ‘Juancho Rois’. En su casa en San Juan del Cesar, La […]


A dieciséis años de su partida

Por Juan Rincón Vanegas
[email protected]

El rostro de Dalia Esther Zúñiga sigue recibiendo con estoicismo las lágrimas que comenzaron a derramarse desde la noche del 21 de noviembre de 1994, cuando murió su hijo Juan Humberto Rois Zúñiga, ‘Juancho Rois’.
En su casa en San Juan del Cesar, La Guajira,  todo gira en torno al célebre acordeonero que impuso su estilo y que en vida dio la más grande muestra de calidez humana. Tiene un cuarto, museo lo llama ella, con cuadros de la vida y obra musical del artista.
Están los momentos gloriosos al lado de familiares y amigos. Todo hace indicar que en San Juan del Cesar y en ese rincón ubicado en la carrera 10 número 4-27, Juancho Rois sigue más vivo que nunca.
A la entrada de la casa está una estatua de Juancho, dándoles a todos la bienvenida. Tiene un ademán de “todo bien”,  la camisa, el pantalón y las botas que más le gustaban, además de una hermosa cadena con figura de acordeón.
Su mamá tiene todas las palabras juntas para describir a su hijo y no permite que nadie hable mal de él, porque le cae irremediablemente la lengua sanjuanera. Y con razón, porque su hijo es su gran adoración hasta el punto de decir que “Juancho Rois tiene dos dueños: su hijo y yo”.
Se acomoda en su mecedora y comienza a hablar de lo que nunca ha dejado de hablar: de su querido hijo. “De Juancho Rois tengo todos los recuerdos, principalmente su hijo. Para mí Juancho Rois no ha muerto. Él sigue viviendo, por eso en este espacio que es mi casa se nota su presencia en todos lados”: Señala cuadros y más cuadros colgados en la pared. Son en total sesenta y cuatro, donde se refleja la sonrisa que nunca dejó al artista.
Despacio va sacando todas las reliquias que guarda de ese ‘Juanchoooo’ como lo llamaba Diomedes Díaz. Y en medio de fotos, discos y cientos de detalles expresa “el último recuerdo que tengo de Juancho fue el día de su matrimonio, que fue el día más feliz de su vida. En esa fecha pasó lo más bonito, nos unimos más nosotros. Cuando él me vio que llegué a Montería, me dijo: “me has hecho feliz, porque creí que no venías”. “Nos abrazamos largamente y me dio un beso”.
En ese preciso momento el dolor se estaciona en su garganta y las lágrimas toman forma de testimonio silencioso en sus ojos y no puede hablar más.
Arrebatando de un tajo el dolor replica: “con Juancho se me fue más de la mitad de mi vida.  A Juancho me lo regaló Dios un 25 de diciembre; nació precisamente para ser acordeonero y compositor y tuvo el don más grande que la naturaleza y su gracia le entregaron”.
Cuenta la mamá de Juancho que tuvo que irse a trabajar para Venezuela y dejarlo bajo el cuidado de su familia. “Cuando me fui a trabajar a Maracaibo el primer regalo que le mandé fue un acordeón. Le mandaba ropa y juguetes, pero nunca faltaba el acordeón. Yo pensaba que sería músico por su gran capacidad, pero nunca que alcanzaría la dimensión que tuvo y una cosa que me llena de orgullo, es que todo el mundo lo quiso por su sencillez, por su amabilidad, por su carisma y por su manera única de tocar el acordeón. Era todo un personaje de la música vallenata”.
En medio de su relato indica que para su hijo, San Juan del Cesar, era lo máximo. Además de ser su patria chica, era su refugio cuando sus compromisos se lo permitían. “Él adoraba a su pueblo. Se caminaba sus calles, jugaba con niños y jóvenes y se iba para los puestos de venta de fritos y les daba empanadas y papas. Ese era su deleite mayor. Ponía en fila a los chanceros y le apostaba a cada uno y jugaba hasta con los locos. En su pueblo, como dice la canción “Sigue siendo el Rey”.
En sus amores su mamá lo defendió y no lo puso como un santo, sino que lo metió dentro de los que pocos que se entregaban. Fue la primera y única vez que sonrió en medio de la entrevista.
“Juancho fue un hombre enamorado, pero no un enamorado apasionado que se iba a entregar a una mujer. Tenía sus amoríos, pero no era muy dado a engañar a ninguna. Tuvo una novia que quiso y yo también la quise”.  En ese instante no se atreve a confesar el nombre de la afortunada del amor de Juancho y prefiere seguir guardando el secreto. Solamente señala: “Yo hubiera querido que ese amor se hubiera consumado, pero la vida dio las vueltas necesarias y su gran amor fue Jenny Dereix, con quien se casó muy enamorado. Los dos se amaban y eso se notaba hasta en sus miradas”.
Habla entonces del matrimonio y sus ojos vuelven a ser poseídos por las lágrimas. “Estuve de acuerdo con ese matrimonio porque sabía que con ella iba a conseguir su felicidad, iba bien casado porque se llevaba una gran mujer y una gran familia. Me duele en el alma que no hubiera disfrutado por mucho tiempo su felicidad y que llegará a su plenitud, que era el nacimiento de su primer hijo. Dios lo llamó sin dejarle conocer a su hijo, del cual se sentía orgulloso y hablaba sin parar de él”.
Después del deceso de Juancho, Doña Dalia, ha sufrido constantes quebrantos de salud e incluso el médico le prohibió visitar la tumba de su hijo. A pesar de eso le envía las flores y pide que le recen, pero en medio de la charla manifiesta que Juancho hace milagros.
“A mi casa llega mucha gente de todas partes a decirme que le pidieron a Juancho Rois y les hizo el milagro. De Barranquilla llegó un señor a conocerme y a decirme que me daba las gracias por haber tenido un hijo tan bueno. Me contó que tenía una grave situación económica y él se la solucionó pidiéndole y pidiéndole a través de oraciones. También otra persona llegó diciendo que tenía una enfermedad y Juancho la curó. Yo creo todo eso, porque mi hijo era muy humanitario”.
Sigue hablando y anota que había soñado con su hijo y que le dijo que su vida iba a cambiar. “Me dictó los números 935 y 358, pero nunca le he apostado a la suerte. Para qué, si con Juancho perdí el premio mayor”.

La anécdota de la abuela

Juancho Rois vivió mucho tiempo en San Juan del Cesar, en la casa de su abuela paterna Rosa María Fernández de Rois.
En cierta ocasión Juancho quería venir a Valledupar al baile de lanzamiento del primer disco de Beto Zabaleta con Emilio Oviedo, pero sabía que su abuela no lo iba a dejar viajar. Entonces con su astucia sanjuanera se puso de acuerdo con sus amigos Joseito Parodi Daza y Armando Sarmiento y se acostó a las siete de la noche y tres horas después, cuando todos dormían, se escapó para Valledupar.
Esa noche le dieron la oportunidad de tocar en la tarima y demostró su sabiduría musical. Como a las tres de la mañana retornó a San Juan del Cesar y se acostó como si nada hubiese ocurrido. En las horas de la mañana por la emisora Radio Guatapurí hicieron el comentario del baile y de la actuación especial de Juancho Rois. Cuando su abuela Rosa María escuchó el comentario expresó: “Vee, ese radio está loco; y que Juancho tocó anoche en Valledupar. Mucha mentira esa, si se acostó temprano y mira que todavía es la hora y está durmiendo”…