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Columnista - 14 enero, 2018

Lo que vemos, lo que somos

En el año que acaba de terminar los colombianos vieron por persona 1.3 películas. El promedio mundial es de 1.1. Es decir, lo sobrepasamos. Uno quisiera quedarse con la frase de “no importa que lean, lo importante es que lean” y en este caso decir: no importa que vean, lo importante es que vayan a […]

En el año que acaba de terminar los colombianos vieron por persona 1.3 películas. El promedio mundial es de 1.1. Es decir, lo sobrepasamos. Uno quisiera quedarse con la frase de “no importa que lean, lo importante es que lean” y en este caso decir: no importa que vean, lo importante es que vayan a cine. Pero la cosa resulta desalentadora cuando el primer lugar de lo que se vio en el territorio nacional con casi cuatro millones de espectadores fue Rápidos y furiosos 8, el segundo con más de dos y medio millones fue Mi villano favorito 3 y el honroso tercer lugar se lo llevó Dago García con su versión 4 de El paseo.

Ese pódium, desde una lectura sociológica, nos deja como una gente que se identifica con la violencia como su resto arcaico, se infantiliza y se siente cómodo con el reflejo de una idiosincrasia de improvisadores, vivarachos y perdedores. Ahí están las tres películas. El asunto podría resultar pintoresco sino es porque tenemos la urgente necesidad de dar un salto que nos permita construir un país que actúe más desde su talento, su productividad y su proyección en el marco de todas las realidades que nos conforman.

Entonces, sería deseable que algo, no sé qué con exactitud, sucediera en la formación de los colombianos que los llevase a cambiar sus elecciones a la hora de entretenerse. Y el cambio podría ser visible si, por ejemplo, no siguiera repitiéndose El Paseo como la película colombiana más vista en el año. No es lejana la idea de una sociedad de consumo llevada de la mano, infantilmente, por el modelo que los medios de élite proponen para incomodar al sistema. Es una vieja discusión, pero en nuestro caso nunca ha perdido vigencia. La tele colombiana es la muestra más clara de ello y en las últimas décadas, ya no fuimos nunca más Yo y Tú o Camelias al desayuno, que guardaban decoro, sino Romeo y Buseta y de ahí para acá Los Reyes y toda la suerte de paraísos y tetas y narcos y delincuencia que han querido los mismos libretistas que seamos. Caracol ha vivido por años de las llagas y las vergüenzas de este país. Luego, en años recientes les dio a los cachacos por mirar a los costeños y entonces surgieron toda suerte de telenovelas siempre interpretadas por los mismos cachacos imitando nuestro acento porque no había, según ellos, talento regional. Y luego descubrieron talentos regionales, como para reconocernos, y desde entonces tienen el vallenato del timbo al tambo diciéndonos con sus libretos como es que se ven nuestros cantantes y sus historias.

Es obligatorio pensarse, encontrar argumentos reales para construir nuevas realidades que nos permitan empoderarnos mediante el talento, la investigación, el conocimiento, las soluciones a tantos problemas que tenemos. Es necesario rebelarse de manera individual contra el modelo que quieren seguir mostrándonos los medios de élite y actuar desde la dignidad de quien piensa y no desde la inercia de una risa colectiva.

La familia de Jaime Garzón protestó recientemente indignada por la manera como habían desdibujado su figura y trastocado todo su legado con unos libretos insulsos que lo dejaban como un pelele. Ajá, ¿acaso creían que RCN iba a hacer algo distinto a volverlo un payaso?, ¿acaso iban a respetar su condición de bufón como el que tiene el gran papel social de actuar desde su marginalidad para enrostrarle al poder sus miedos, sus fracasos, sus miserias y darse el lujo al mismo tiempo de cuestionarlo y mostrarle soluciones?

Columnista
14 enero, 2018

Lo que vemos, lo que somos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
María Angélica Pumarejo

En el año que acaba de terminar los colombianos vieron por persona 1.3 películas. El promedio mundial es de 1.1. Es decir, lo sobrepasamos. Uno quisiera quedarse con la frase de “no importa que lean, lo importante es que lean” y en este caso decir: no importa que vean, lo importante es que vayan a […]


En el año que acaba de terminar los colombianos vieron por persona 1.3 películas. El promedio mundial es de 1.1. Es decir, lo sobrepasamos. Uno quisiera quedarse con la frase de “no importa que lean, lo importante es que lean” y en este caso decir: no importa que vean, lo importante es que vayan a cine. Pero la cosa resulta desalentadora cuando el primer lugar de lo que se vio en el territorio nacional con casi cuatro millones de espectadores fue Rápidos y furiosos 8, el segundo con más de dos y medio millones fue Mi villano favorito 3 y el honroso tercer lugar se lo llevó Dago García con su versión 4 de El paseo.

Ese pódium, desde una lectura sociológica, nos deja como una gente que se identifica con la violencia como su resto arcaico, se infantiliza y se siente cómodo con el reflejo de una idiosincrasia de improvisadores, vivarachos y perdedores. Ahí están las tres películas. El asunto podría resultar pintoresco sino es porque tenemos la urgente necesidad de dar un salto que nos permita construir un país que actúe más desde su talento, su productividad y su proyección en el marco de todas las realidades que nos conforman.

Entonces, sería deseable que algo, no sé qué con exactitud, sucediera en la formación de los colombianos que los llevase a cambiar sus elecciones a la hora de entretenerse. Y el cambio podría ser visible si, por ejemplo, no siguiera repitiéndose El Paseo como la película colombiana más vista en el año. No es lejana la idea de una sociedad de consumo llevada de la mano, infantilmente, por el modelo que los medios de élite proponen para incomodar al sistema. Es una vieja discusión, pero en nuestro caso nunca ha perdido vigencia. La tele colombiana es la muestra más clara de ello y en las últimas décadas, ya no fuimos nunca más Yo y Tú o Camelias al desayuno, que guardaban decoro, sino Romeo y Buseta y de ahí para acá Los Reyes y toda la suerte de paraísos y tetas y narcos y delincuencia que han querido los mismos libretistas que seamos. Caracol ha vivido por años de las llagas y las vergüenzas de este país. Luego, en años recientes les dio a los cachacos por mirar a los costeños y entonces surgieron toda suerte de telenovelas siempre interpretadas por los mismos cachacos imitando nuestro acento porque no había, según ellos, talento regional. Y luego descubrieron talentos regionales, como para reconocernos, y desde entonces tienen el vallenato del timbo al tambo diciéndonos con sus libretos como es que se ven nuestros cantantes y sus historias.

Es obligatorio pensarse, encontrar argumentos reales para construir nuevas realidades que nos permitan empoderarnos mediante el talento, la investigación, el conocimiento, las soluciones a tantos problemas que tenemos. Es necesario rebelarse de manera individual contra el modelo que quieren seguir mostrándonos los medios de élite y actuar desde la dignidad de quien piensa y no desde la inercia de una risa colectiva.

La familia de Jaime Garzón protestó recientemente indignada por la manera como habían desdibujado su figura y trastocado todo su legado con unos libretos insulsos que lo dejaban como un pelele. Ajá, ¿acaso creían que RCN iba a hacer algo distinto a volverlo un payaso?, ¿acaso iban a respetar su condición de bufón como el que tiene el gran papel social de actuar desde su marginalidad para enrostrarle al poder sus miedos, sus fracasos, sus miserias y darse el lujo al mismo tiempo de cuestionarlo y mostrarle soluciones?