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Columnista - 17 enero, 2017

Llegaron los chinos

Estábamos perdidos, estábamos realmente perdidos. Vinicius saltó conmigo en Lombard St, luego de que el conductor de la Ruta 49 mirara hacia atrás y gritara “Last stop, guys”. El Golden Gate se posaba difuso sobre el horizonte, como una hebra naranja en medio del azul perenne de la bahía y junto a una mota de […]

Estábamos perdidos, estábamos realmente perdidos. Vinicius saltó conmigo en Lombard St, luego de que el conductor de la Ruta 49 mirara hacia atrás y gritara “Last stop, guys”. El Golden Gate se posaba difuso sobre el horizonte, como una hebra naranja en medio del azul perenne de la bahía y junto a una mota de tierra que sin duda alguna era Alcatraz. El plan no salió como nos lo explicaron en la recepción del hotel y por una jugarreta de la perspectiva, ahora sentíamos que nos habíamos alejado incluso un poco más. Nos pusimos en movimiento, conscientes de que allí parados, su portugués ni mi español nos iban a llevar hasta el puente.

Una aparición al final de la calzada nos devolvió el alma. La fantasmagórica Ruta 76 se hacía más grande conforme atravesaba semáforos. Esa era la buena, por fin tendríamos la icónica foto con el gigante de acero de San Francisco. Abordamos y automáticamente fuimos trasladados miles de kilómetros por sobre el Pacífico. Todas las sillas estaban colonizadas por chinos. Desde una rolliza matrona con canastos tanqueados de raíces compradas en Chinatown, hasta el jubilado que se empapaba de la actualidad mundial con una edición en tinta fresca del Sing Tao Daily. Fue en aquel instante cuando comprendí el poder avasallador de la República Popular.

El mundo entero ha sido testigo de cómo la avanzada china permea silenciosamente todos los aspectos de la vida global. Desde la economía, con genios bursátiles trasnochando para estar pendientes de la bolsa de Hong Kong y la fluctuación de Yuan, hasta los deportes, arrebatándole a Rusia el rol de eterno perseguidor de los Estados Unidos en los Olímpicos y desquiciando el mercado a fuerza de chequeras millonarias para lograr una liga de fútbol atractiva. Como hormigas en invasión subterránea, los chinos trabajan incansablemente para tomarse el mundo y no hay nada que podamos hacer al respecto más que adaptarnos con resiliencia.

Colombia no ha sido ajena a este fenómeno, solo hace falta ver los interesantes movimientos comerciales de los últimos años para percatarnos de su manifestación. Marcas de vehículos instalando descomunales concesionarios campestres, ensambladores de camiones pautando con jingles pegajosos en televisión, fabricantes de celulares auspiciando equipos de fútbol con gigantes logos en el pecho, bufetes de tenedor libre con nombres asiáticos cerca de las universidades o locales colosales donde todo vale $2.000 y la gente sale rebosada de bolsas con chucherías que no necesita. Todo ello en simbiosis tan cotidiana con nuestro día a día, que ya poco lo tenemos por algo extraordinario.

Quizás sea el momento de empezar a considerar a la China como un inminente aliado comercial a futuro. Su aterrizaje no será sencillo y el proceso de transición traumatizará algunos sectores de nuestra industria, en particular aquellos con procesos de producción todavía artesanales. La competencia contra sus precios irrisorios seguro dejará víctimas mercantiles, pero es la realidad a la que nos enfrentamos. Llegaron los chinos y traen consigo una inminente mutación del mercado que ya está en curso.

fuad.chacon@hotmail.com

 

Columnista
17 enero, 2017

Llegaron los chinos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Fuad Gonzalo Chacon

Estábamos perdidos, estábamos realmente perdidos. Vinicius saltó conmigo en Lombard St, luego de que el conductor de la Ruta 49 mirara hacia atrás y gritara “Last stop, guys”. El Golden Gate se posaba difuso sobre el horizonte, como una hebra naranja en medio del azul perenne de la bahía y junto a una mota de […]


Estábamos perdidos, estábamos realmente perdidos. Vinicius saltó conmigo en Lombard St, luego de que el conductor de la Ruta 49 mirara hacia atrás y gritara “Last stop, guys”. El Golden Gate se posaba difuso sobre el horizonte, como una hebra naranja en medio del azul perenne de la bahía y junto a una mota de tierra que sin duda alguna era Alcatraz. El plan no salió como nos lo explicaron en la recepción del hotel y por una jugarreta de la perspectiva, ahora sentíamos que nos habíamos alejado incluso un poco más. Nos pusimos en movimiento, conscientes de que allí parados, su portugués ni mi español nos iban a llevar hasta el puente.

Una aparición al final de la calzada nos devolvió el alma. La fantasmagórica Ruta 76 se hacía más grande conforme atravesaba semáforos. Esa era la buena, por fin tendríamos la icónica foto con el gigante de acero de San Francisco. Abordamos y automáticamente fuimos trasladados miles de kilómetros por sobre el Pacífico. Todas las sillas estaban colonizadas por chinos. Desde una rolliza matrona con canastos tanqueados de raíces compradas en Chinatown, hasta el jubilado que se empapaba de la actualidad mundial con una edición en tinta fresca del Sing Tao Daily. Fue en aquel instante cuando comprendí el poder avasallador de la República Popular.

El mundo entero ha sido testigo de cómo la avanzada china permea silenciosamente todos los aspectos de la vida global. Desde la economía, con genios bursátiles trasnochando para estar pendientes de la bolsa de Hong Kong y la fluctuación de Yuan, hasta los deportes, arrebatándole a Rusia el rol de eterno perseguidor de los Estados Unidos en los Olímpicos y desquiciando el mercado a fuerza de chequeras millonarias para lograr una liga de fútbol atractiva. Como hormigas en invasión subterránea, los chinos trabajan incansablemente para tomarse el mundo y no hay nada que podamos hacer al respecto más que adaptarnos con resiliencia.

Colombia no ha sido ajena a este fenómeno, solo hace falta ver los interesantes movimientos comerciales de los últimos años para percatarnos de su manifestación. Marcas de vehículos instalando descomunales concesionarios campestres, ensambladores de camiones pautando con jingles pegajosos en televisión, fabricantes de celulares auspiciando equipos de fútbol con gigantes logos en el pecho, bufetes de tenedor libre con nombres asiáticos cerca de las universidades o locales colosales donde todo vale $2.000 y la gente sale rebosada de bolsas con chucherías que no necesita. Todo ello en simbiosis tan cotidiana con nuestro día a día, que ya poco lo tenemos por algo extraordinario.

Quizás sea el momento de empezar a considerar a la China como un inminente aliado comercial a futuro. Su aterrizaje no será sencillo y el proceso de transición traumatizará algunos sectores de nuestra industria, en particular aquellos con procesos de producción todavía artesanales. La competencia contra sus precios irrisorios seguro dejará víctimas mercantiles, pero es la realidad a la que nos enfrentamos. Llegaron los chinos y traen consigo una inminente mutación del mercado que ya está en curso.

fuad.chacon@hotmail.com