Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 26 diciembre, 2012

Libertad

Por: Andrés Eduardo Quintero Olmos Después de muchos meses de reserva, he vuelto a teclear para El Pilón. No pasó la tormenta y se nos vino 2013. Aprovecho este fin de año para hablarles de libertad de expresión y, asimismo, ejercerla sin pelos en la lengua. Es difícil, hoy en día, hablar de libertad de […]

Por: Andrés Eduardo Quintero Olmos

Después de muchos meses de reserva, he vuelto a teclear para El Pilón.

No pasó la tormenta y se nos vino 2013. Aprovecho este fin de año para hablarles de libertad de expresión y, asimismo, ejercerla sin pelos en la lengua.

Es difícil, hoy en día, hablar de libertad de prensa sin ser tasado de ingenuo.

Sin embargo, esta libertad, entre otras, es una más de tantas otras libertades exigibles, pero comprenderemos nuestra obstinación en defenderla si queremos admitir conjuntamente que no hay otra libertad que nos permita sobrepasar nuestros conflictos. La verdad y la libertad son dos amantes exigentes y por eso tienen pocos amantes.

La pregunta en Colombia no es de saber cómo preservar las libertades de prensa. Es, más bien, buscar ¿cómo, frente a la supresión de las libertades públicas, un periodista puede ser libre? El problema ya no concierne a la colectividad.

Concierne al individuo. Si un periódico depende del humor o de la competencia de un hombre, el grado de inconsciencia de éste es preocupante. Y por eso, de vez en cuando, se necesitan cambios en su seno.

Muchos obstáculos son puestos para circunscribir la libertad de expresión. Contradictoriamente a lo que se puede pensar, históricamente, no son los obstáculos más severos que desalientan más a las mentes periodísticas: las amenazas, las suspensiones, las demandas judiciales tienen generalmente el efecto contrario a mediano-largo plazo.

Los verdaderos obstáculos que desalientan son: la constante sandez, la organizada falta de carácter y la “ininteligencia” agresiva. De ahí es que nos viene la necesidad de obstinarse en querer cambiar las cosas. Por eso, y por tantas otras cosas, debemos ejercer con plenitud nuestra libertad de expresión y alertar la sociedad en cuanto a nuestros peligros contemporáneos.

Cuando escribimos debemos de ser coherentes con nuestro más íntimo pensar. Y es hacia eso a donde los quiero llevar a partir de ahora: hacia mi convicción.

Estoy convencido que el Cesar está plagado de problemas culturales que traspasan las generaciones: la tolerancia hacia lo ilegal, la falta de innovación, la carencia en la mundialización de sus argumentos, los permanentes conflictos de parrandas y pistolas, la constante costumbre de querer enriquecerse a través de la teta pública y la utilización del folclorismo en lo público con todo su esplendor.

Lo más preocupante es que no veo  cambios con la nueva generación que se avecina al poder. Siguen haciendo política como su ascendientes con sancocho de gallina y parrandas de casetas, donde la gente llega es a ejercer lambonería y a saborear la cosecha del whisky. Creemos, ingenuamente, que sólo hay una manera de hacer política: codeándose con todo el mundo, sean éstos personajes con pasados judiciales o personajes cercanos a la violencia, con el objetivo de abarcar el máximo número de compra-votos.

Por éstos días, escuché un discurso pronunciado por Crispín Villazón de Armas en 1983, quién fue un inminente político de nuestra región durante el siglo pasado.

Tanto su tono de voz como el contenido de sus frases trasmiten seguridad: seguridad en sus capacidades intelectuales, suficientes por sí solas, para convencer a la gente de su idónea representatividad.  ¿Qué político hoy en día puede darse ese lujo? ¿Qué político cesarense le entrega el devenir de sus votos a la meritocracia?

En Colombia, y de manera más intensa en el Cesar, somos adictos a la mediocridad. No somos en lo general ambiciosos en cuanto al porvenir de nuestros departamentos y de nuestras ciudades.

Somos tolerantes con la pequeñez intelectual de nuestros gobernantes y nos satisfacemos con una carretera inaugurada y no terminada, con un mediocre servicio de acueducto, con un Corpocesar que a finales del 2012 acaba de despertarse, con un Gobernador que tiene más plata que argumentos y con unos congresistas que están más pendientes de sus reelecciones que en el bienestar de sus coterráneos. En esta tierra, los que quieren hacer política elaboran más fiestas que argumentos y se conjugan con cualesquiera tipo de intereses para llegar al poder

La virtud del hombre está en mantenerse de pie frente a todo lo que lo niega.

El progreso y la imparcialidad sólo se expresan dentro de corazones libres y mentes perspicaces.

Educar a esos corazones y a esas mentes, es la tarea a su vez modesta y ambiciosa que tiene el hombre independiente, sea éste periodista o no. La historia tendrá o no tendrá en cuenta de sus esfuerzos, pero éstos se habrán hechos.    

 

Columnista
26 diciembre, 2012

Libertad

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Andrés E. Quintero Olmos

Por: Andrés Eduardo Quintero Olmos Después de muchos meses de reserva, he vuelto a teclear para El Pilón. No pasó la tormenta y se nos vino 2013. Aprovecho este fin de año para hablarles de libertad de expresión y, asimismo, ejercerla sin pelos en la lengua. Es difícil, hoy en día, hablar de libertad de […]


Por: Andrés Eduardo Quintero Olmos

Después de muchos meses de reserva, he vuelto a teclear para El Pilón.

No pasó la tormenta y se nos vino 2013. Aprovecho este fin de año para hablarles de libertad de expresión y, asimismo, ejercerla sin pelos en la lengua.

Es difícil, hoy en día, hablar de libertad de prensa sin ser tasado de ingenuo.

Sin embargo, esta libertad, entre otras, es una más de tantas otras libertades exigibles, pero comprenderemos nuestra obstinación en defenderla si queremos admitir conjuntamente que no hay otra libertad que nos permita sobrepasar nuestros conflictos. La verdad y la libertad son dos amantes exigentes y por eso tienen pocos amantes.

La pregunta en Colombia no es de saber cómo preservar las libertades de prensa. Es, más bien, buscar ¿cómo, frente a la supresión de las libertades públicas, un periodista puede ser libre? El problema ya no concierne a la colectividad.

Concierne al individuo. Si un periódico depende del humor o de la competencia de un hombre, el grado de inconsciencia de éste es preocupante. Y por eso, de vez en cuando, se necesitan cambios en su seno.

Muchos obstáculos son puestos para circunscribir la libertad de expresión. Contradictoriamente a lo que se puede pensar, históricamente, no son los obstáculos más severos que desalientan más a las mentes periodísticas: las amenazas, las suspensiones, las demandas judiciales tienen generalmente el efecto contrario a mediano-largo plazo.

Los verdaderos obstáculos que desalientan son: la constante sandez, la organizada falta de carácter y la “ininteligencia” agresiva. De ahí es que nos viene la necesidad de obstinarse en querer cambiar las cosas. Por eso, y por tantas otras cosas, debemos ejercer con plenitud nuestra libertad de expresión y alertar la sociedad en cuanto a nuestros peligros contemporáneos.

Cuando escribimos debemos de ser coherentes con nuestro más íntimo pensar. Y es hacia eso a donde los quiero llevar a partir de ahora: hacia mi convicción.

Estoy convencido que el Cesar está plagado de problemas culturales que traspasan las generaciones: la tolerancia hacia lo ilegal, la falta de innovación, la carencia en la mundialización de sus argumentos, los permanentes conflictos de parrandas y pistolas, la constante costumbre de querer enriquecerse a través de la teta pública y la utilización del folclorismo en lo público con todo su esplendor.

Lo más preocupante es que no veo  cambios con la nueva generación que se avecina al poder. Siguen haciendo política como su ascendientes con sancocho de gallina y parrandas de casetas, donde la gente llega es a ejercer lambonería y a saborear la cosecha del whisky. Creemos, ingenuamente, que sólo hay una manera de hacer política: codeándose con todo el mundo, sean éstos personajes con pasados judiciales o personajes cercanos a la violencia, con el objetivo de abarcar el máximo número de compra-votos.

Por éstos días, escuché un discurso pronunciado por Crispín Villazón de Armas en 1983, quién fue un inminente político de nuestra región durante el siglo pasado.

Tanto su tono de voz como el contenido de sus frases trasmiten seguridad: seguridad en sus capacidades intelectuales, suficientes por sí solas, para convencer a la gente de su idónea representatividad.  ¿Qué político hoy en día puede darse ese lujo? ¿Qué político cesarense le entrega el devenir de sus votos a la meritocracia?

En Colombia, y de manera más intensa en el Cesar, somos adictos a la mediocridad. No somos en lo general ambiciosos en cuanto al porvenir de nuestros departamentos y de nuestras ciudades.

Somos tolerantes con la pequeñez intelectual de nuestros gobernantes y nos satisfacemos con una carretera inaugurada y no terminada, con un mediocre servicio de acueducto, con un Corpocesar que a finales del 2012 acaba de despertarse, con un Gobernador que tiene más plata que argumentos y con unos congresistas que están más pendientes de sus reelecciones que en el bienestar de sus coterráneos. En esta tierra, los que quieren hacer política elaboran más fiestas que argumentos y se conjugan con cualesquiera tipo de intereses para llegar al poder

La virtud del hombre está en mantenerse de pie frente a todo lo que lo niega.

El progreso y la imparcialidad sólo se expresan dentro de corazones libres y mentes perspicaces.

Educar a esos corazones y a esas mentes, es la tarea a su vez modesta y ambiciosa que tiene el hombre independiente, sea éste periodista o no. La historia tendrá o no tendrá en cuenta de sus esfuerzos, pero éstos se habrán hechos.