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Columnista - 23 octubre, 2017

Las series del mal

Un jovencito, asistente a uno de mis talleres de lectura que con frecuencia dicto, al preguntarle qué leía, dijo: “Yo lo único que leo es todo lo que tenga que ver con Pablo Escobar”. Le pregunté por qué solo eso, y con cierta arrogancia contestó: “Pablo Escobar ha sido el único que ha acabado con […]

Un jovencito, asistente a uno de mis talleres de lectura que con frecuencia dicto, al preguntarle qué leía, dijo: “Yo lo único que leo es todo lo que tenga que ver con Pablo Escobar”. Le pregunté por qué solo eso, y con cierta arrogancia contestó: “Pablo Escobar ha sido el único que ha acabado con toda la basura de este país”. Una joven que perdió a su padre en la explosión de una bomba, le preguntó: “¿Entonces mi papá era una basura?” Y el muchacho se alzó de hombros y respondió: “Yo no sé, pero a mí me gusta solo la lectura sobre los narcos y los gatilleros”. La clase se me formó una tremolina, terminó dividida entre los que gustaban de los temas sobre el narcotráfico y sus patrones y los que no estaban de acuerdo.

Traigo a colación esta triste anécdota para comenzar el comentario de hoy: En España, después de la serie Juego de Tronos la más vista es Sin senos no hay paraíso; en otros países sigue triunfando La reina del Sur, El patrón del mal, Narcos, El señor de los cielos y muchos títulos más; en fin, el género oscuro que se ha impuesto. Lo más triste es la mención reiterada de la calidad de la cocaína colombiana; se acabó con el orgullo de poseer el café más suave del mundo, y las esmeraldas más preciadas.

Es una apología constante al narcotráfico, a las mal llamadas prepagos, a los sicarios, y a todos los agentes de ese deleznable mundo que una vez comenzó en Colombia larvado entre el verde fresco de las selvas orientales y que se extendió por todo el territorio patrio.

Hoy somos famosos por eso y aumentamos el sinsentido con la realización de series como la hecha a Popeye y a más. Está inundada la televisión mundial por esos programas de realidades que han desquiciado familias, han roto vidas que comenzaban, han sembrado de muerte territorios que antes eran paraísos, y digo realidades porque no podemos negar que Colombia ha sido abanderada en el accionar del narcotráfico, sería como negar la luz del sol.

Hoy por hoy registramos líderes sociales, asesinados, este año van ochenta y uno, y más muertes, más desplazamientos y más violencia interminable y todo derivado de ese mundo demencial de los narcotraficantes.

No se puede condenar a un joven que guste de la lectura de las hazañas horribles de un capo, ni que se emocione con la rapidez de un gatillero, si ese es el mundo en que está viviendo, no se puede regañar, porque no hará caso, si se frota las manos de gusto cuando ve en la televisión maletines repletos de dólares como pago a los matones; y se acostará soñando con ser él uno de esos.

Es más, cómo castigarlo si en el proceloso mundo de las calles o en la puerta de su colegio le compra papeleticas que un desaprensivo vendedor de dulces camufla entre su aparente pobre mercancía. Si su padre cuando llega de trabajar se sienta frente al televisor, ordena silencio y se solaza con las series llenas de drogas, muertes y héroes pavorosos.

El único remedio para que el niño crezca sano en medio de un mundo enfermo, son sus padres, esos que al traerlos a la vida sabían de la responsabilidad que asumían, padres con principios que sus hijos heredarán, padres con autoridad para indicar qué programa o películas van a ver; padres comprometidos con su núcleo familiar, padres que abracen a sus hijos y les hablen de amor, del triunfo limpio en las empresas que emprendan; de la responsabilidad que tienen de ser unas buenas personas.

Por Mary Daza Orozco

 

Columnista
23 octubre, 2017

Las series del mal

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Un jovencito, asistente a uno de mis talleres de lectura que con frecuencia dicto, al preguntarle qué leía, dijo: “Yo lo único que leo es todo lo que tenga que ver con Pablo Escobar”. Le pregunté por qué solo eso, y con cierta arrogancia contestó: “Pablo Escobar ha sido el único que ha acabado con […]


Un jovencito, asistente a uno de mis talleres de lectura que con frecuencia dicto, al preguntarle qué leía, dijo: “Yo lo único que leo es todo lo que tenga que ver con Pablo Escobar”. Le pregunté por qué solo eso, y con cierta arrogancia contestó: “Pablo Escobar ha sido el único que ha acabado con toda la basura de este país”. Una joven que perdió a su padre en la explosión de una bomba, le preguntó: “¿Entonces mi papá era una basura?” Y el muchacho se alzó de hombros y respondió: “Yo no sé, pero a mí me gusta solo la lectura sobre los narcos y los gatilleros”. La clase se me formó una tremolina, terminó dividida entre los que gustaban de los temas sobre el narcotráfico y sus patrones y los que no estaban de acuerdo.

Traigo a colación esta triste anécdota para comenzar el comentario de hoy: En España, después de la serie Juego de Tronos la más vista es Sin senos no hay paraíso; en otros países sigue triunfando La reina del Sur, El patrón del mal, Narcos, El señor de los cielos y muchos títulos más; en fin, el género oscuro que se ha impuesto. Lo más triste es la mención reiterada de la calidad de la cocaína colombiana; se acabó con el orgullo de poseer el café más suave del mundo, y las esmeraldas más preciadas.

Es una apología constante al narcotráfico, a las mal llamadas prepagos, a los sicarios, y a todos los agentes de ese deleznable mundo que una vez comenzó en Colombia larvado entre el verde fresco de las selvas orientales y que se extendió por todo el territorio patrio.

Hoy somos famosos por eso y aumentamos el sinsentido con la realización de series como la hecha a Popeye y a más. Está inundada la televisión mundial por esos programas de realidades que han desquiciado familias, han roto vidas que comenzaban, han sembrado de muerte territorios que antes eran paraísos, y digo realidades porque no podemos negar que Colombia ha sido abanderada en el accionar del narcotráfico, sería como negar la luz del sol.

Hoy por hoy registramos líderes sociales, asesinados, este año van ochenta y uno, y más muertes, más desplazamientos y más violencia interminable y todo derivado de ese mundo demencial de los narcotraficantes.

No se puede condenar a un joven que guste de la lectura de las hazañas horribles de un capo, ni que se emocione con la rapidez de un gatillero, si ese es el mundo en que está viviendo, no se puede regañar, porque no hará caso, si se frota las manos de gusto cuando ve en la televisión maletines repletos de dólares como pago a los matones; y se acostará soñando con ser él uno de esos.

Es más, cómo castigarlo si en el proceloso mundo de las calles o en la puerta de su colegio le compra papeleticas que un desaprensivo vendedor de dulces camufla entre su aparente pobre mercancía. Si su padre cuando llega de trabajar se sienta frente al televisor, ordena silencio y se solaza con las series llenas de drogas, muertes y héroes pavorosos.

El único remedio para que el niño crezca sano en medio de un mundo enfermo, son sus padres, esos que al traerlos a la vida sabían de la responsabilidad que asumían, padres con principios que sus hijos heredarán, padres con autoridad para indicar qué programa o películas van a ver; padres comprometidos con su núcleo familiar, padres que abracen a sus hijos y les hablen de amor, del triunfo limpio en las empresas que emprendan; de la responsabilidad que tienen de ser unas buenas personas.

Por Mary Daza Orozco