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Columnista - 15 mayo, 2017

Las estadísticas oficiales son públicas

Para quienes insisten en hacer, apocalípticas comparaciones de la situación de Venezuela con la de Colombia, les tengo la siguiente perla: El presidente Maduro acaba de destituir de manera fulminante a su ministra de Salud, Antonieta Caporale, porque cometió el pecado capital de revelar datos estadísticos de la actual situación epidemiológica que revelan el dramático […]

Para quienes insisten en hacer, apocalípticas comparaciones de la situación de Venezuela con la de Colombia, les tengo la siguiente perla: El presidente Maduro acaba de destituir de manera fulminante a su ministra de Salud, Antonieta Caporale, porque cometió el pecado capital de revelar datos estadísticos de la actual situación epidemiológica que revelan el dramático incremento de la mortalidad infantil, los casos de malaria y otras enfermedades en ese país.

La medida podrá parecer arbitraria y dictatorial, pero que más podría esperarse de la narco-dictadura del señor Nicolás Maduro. Sin embargo, en el año 2004 el Presidente de la época se molestó con César Caballero, director del Departamento Nacional de Estadísticas de entonces, cuando este cometió el pecado capital de convocar una rueda de prensa en la que revelo información estadística sobre la percepción de seguridad urbana en las principales ciudades de Colombia, -léase, Bogotá, Cali y Medellín-. Ciertamente, el funcionario renunció a su cargo de manera irrevocable, gracias a las presiones recibidas de las altas esferas del poder, no fue destituido, pero lo cierto es que el Presidente de la época, considero que revelar esa información “no ayudaba al gobierno”. Como si revelar la realidad de la situación de seguridad, no fuera útil para ajustar sus políticas, a fin de hacerlas más eficaces.

El mensaje es deplorable, pues en últimas lo que se pretende es monopolizar la información, y que las estadísticas oficiales sean del manejo exclusivo del Gobierno de turno, perdiéndose la credibilidad y confianza depositada en ellas, y ello no es ético ni aceptable, ni aquí, ni en Venezuela, ni en Cafarnaúm.

Las estadísticas de los organismos oficiales, son sagradas, y deben ser de dominio público, sean favorables o no al Gobierno, el país debe estar bien informado, y la información que recibe debe ser veraz y objetiva, más cuando se trata de temas de gran trascendencia como la salud y la seguridad ciudadana. Es que no se puede tapar el sol con un dedo, ni cambiar las fórmulas para que arrojen el resultado deseado, ni manipularlas al antojo de cada mandatario, pues ello es también una forma de corrupción. Y hablando de corrupción, uno de los indicadores más relevantes de la encuesta realizada por el Dane reflejaba que para la época existía una importante incidencia de la corrupción en la cotidianidad de los ciudadanos, y que al igual que con la extorsión, esta no se denuncia en el 95,29 % de los casos (¡!). Ahora bien, cualquier parecido entre estos dos episodios, es simple coincidencia.

Por Darío Arregocés

[email protected]

Columnista
15 mayo, 2017

Las estadísticas oficiales son públicas

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Dario Arregoces

Para quienes insisten en hacer, apocalípticas comparaciones de la situación de Venezuela con la de Colombia, les tengo la siguiente perla: El presidente Maduro acaba de destituir de manera fulminante a su ministra de Salud, Antonieta Caporale, porque cometió el pecado capital de revelar datos estadísticos de la actual situación epidemiológica que revelan el dramático […]


Para quienes insisten en hacer, apocalípticas comparaciones de la situación de Venezuela con la de Colombia, les tengo la siguiente perla: El presidente Maduro acaba de destituir de manera fulminante a su ministra de Salud, Antonieta Caporale, porque cometió el pecado capital de revelar datos estadísticos de la actual situación epidemiológica que revelan el dramático incremento de la mortalidad infantil, los casos de malaria y otras enfermedades en ese país.

La medida podrá parecer arbitraria y dictatorial, pero que más podría esperarse de la narco-dictadura del señor Nicolás Maduro. Sin embargo, en el año 2004 el Presidente de la época se molestó con César Caballero, director del Departamento Nacional de Estadísticas de entonces, cuando este cometió el pecado capital de convocar una rueda de prensa en la que revelo información estadística sobre la percepción de seguridad urbana en las principales ciudades de Colombia, -léase, Bogotá, Cali y Medellín-. Ciertamente, el funcionario renunció a su cargo de manera irrevocable, gracias a las presiones recibidas de las altas esferas del poder, no fue destituido, pero lo cierto es que el Presidente de la época, considero que revelar esa información “no ayudaba al gobierno”. Como si revelar la realidad de la situación de seguridad, no fuera útil para ajustar sus políticas, a fin de hacerlas más eficaces.

El mensaje es deplorable, pues en últimas lo que se pretende es monopolizar la información, y que las estadísticas oficiales sean del manejo exclusivo del Gobierno de turno, perdiéndose la credibilidad y confianza depositada en ellas, y ello no es ético ni aceptable, ni aquí, ni en Venezuela, ni en Cafarnaúm.

Las estadísticas de los organismos oficiales, son sagradas, y deben ser de dominio público, sean favorables o no al Gobierno, el país debe estar bien informado, y la información que recibe debe ser veraz y objetiva, más cuando se trata de temas de gran trascendencia como la salud y la seguridad ciudadana. Es que no se puede tapar el sol con un dedo, ni cambiar las fórmulas para que arrojen el resultado deseado, ni manipularlas al antojo de cada mandatario, pues ello es también una forma de corrupción. Y hablando de corrupción, uno de los indicadores más relevantes de la encuesta realizada por el Dane reflejaba que para la época existía una importante incidencia de la corrupción en la cotidianidad de los ciudadanos, y que al igual que con la extorsión, esta no se denuncia en el 95,29 % de los casos (¡!). Ahora bien, cualquier parecido entre estos dos episodios, es simple coincidencia.

Por Darío Arregocés

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