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Columnista - 28 abril, 2018

Las alianzas de Duque

Cuando usted pide una taza de café en cualquier Staburcks en Estados Unidos, le cuesta alrededor de US$3.50, de los cuales sólo el 4% le vuelve al caficultor colombiano, el 96% restante se queda en las manos de quienes hicieron el Brand equity, el marketing y la comercialización. Cuando usted visita la finca de un […]

Cuando usted pide una taza de café en cualquier Staburcks en Estados Unidos, le cuesta alrededor de US$3.50, de los cuales sólo el 4% le vuelve al caficultor colombiano, el 96% restante se queda en las manos de quienes hicieron el Brand equity, el marketing y la comercialización.
Cuando usted visita la finca de un caficultor colombiano, encuentra que una hectárea de café le genera ingresos promedios de $105.000 mensuales. Es decir, para que una familia cafetera obtenga un ingreso de un salario mínimo mensual, debe cultivar 7.5 hectáreas, con un rendimiento promedio de 11.2 cargas de café pergamino seco por hectárea, a un costo de $621.000 por carga y un precio mínimo de $ 733.000 por carga.
En Colombia, se cultivan unas 930 mil hectáreas de café, de las cuales el 96% de los productores tienen en promedio 1.3 hectáreas. En conclusión, tenemos unas 520 mil familias cultivando pobreza, porque no están invirtiendo en la economía del conocimiento (la que deja el 96% de las ganancias) ni teniendo en cuenta la unidad económica mínima productiva que les garantice un ingreso digno. Este preocupante panorama también se presenta en otros subsectores agrícolas y ganadero del país.
¿Qué hacer? Si no podemos bajar costos y aumentar productividad en áreas tan pequeñas, una alternativa viable es explorar la explotación de otros cultivos más rentables como las verduras, frutas y hortalizas, que tienen una alta demanda en los mercados de Europa y Estados Unidos, o incentivar el agroturismo, como lo hicieron los italianos con los pequeños productores de uva y olivos en la región de la Toscana. Para ello, vamos a necesitar una política de acompañamiento técnico y financiero por parte del Estado.
Otra alternativa, para contrarrestar esta inequitativa distribución de la rentabilidad de los agronegocios, son las alianzas productivas entre productores, industriales y comercializadores, tal como lo ha propuesto en varios foros y debates el candidato presidencial Iván Duque. El modelo de las alianzas productivas nace porque el mundo empresarial se está dirigiendo hacia las estructuras participativas. Porque con recursos limitados y empleo en decadencia no se puede crecer en soledad.
Este modelo está permitiendo a muchas cooperativas de productores en el mundo, incursionar en nuevos mercados, acotar riesgos, eliminar competidores, asociarse y lograr economías de escala. Sus premisas básicas han sido los valores compartidos y el compromiso con el éxito. ¿Se imaginan ustedes, a las 550 mil familias cafeteras del país, con una participación accionaria en compañías como Nutresa, Starbucks, Tassimo, Pilao o Jacobs Douwe Egberts? O ¿a los pequeños productores de leche del país, con una participación en compañías lácteas como Alquería, Nestlé o Alpina? Si los productores e industriales de la palma de aceite fueron capaces de experimentar este modelo asociativo con éxito, ¿por qué los demás no lo pueden hacer?

Columnista
28 abril, 2018

Las alianzas de Duque

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Indalecio Dangond Baquero

Cuando usted pide una taza de café en cualquier Staburcks en Estados Unidos, le cuesta alrededor de US$3.50, de los cuales sólo el 4% le vuelve al caficultor colombiano, el 96% restante se queda en las manos de quienes hicieron el Brand equity, el marketing y la comercialización. Cuando usted visita la finca de un […]


Cuando usted pide una taza de café en cualquier Staburcks en Estados Unidos, le cuesta alrededor de US$3.50, de los cuales sólo el 4% le vuelve al caficultor colombiano, el 96% restante se queda en las manos de quienes hicieron el Brand equity, el marketing y la comercialización.
Cuando usted visita la finca de un caficultor colombiano, encuentra que una hectárea de café le genera ingresos promedios de $105.000 mensuales. Es decir, para que una familia cafetera obtenga un ingreso de un salario mínimo mensual, debe cultivar 7.5 hectáreas, con un rendimiento promedio de 11.2 cargas de café pergamino seco por hectárea, a un costo de $621.000 por carga y un precio mínimo de $ 733.000 por carga.
En Colombia, se cultivan unas 930 mil hectáreas de café, de las cuales el 96% de los productores tienen en promedio 1.3 hectáreas. En conclusión, tenemos unas 520 mil familias cultivando pobreza, porque no están invirtiendo en la economía del conocimiento (la que deja el 96% de las ganancias) ni teniendo en cuenta la unidad económica mínima productiva que les garantice un ingreso digno. Este preocupante panorama también se presenta en otros subsectores agrícolas y ganadero del país.
¿Qué hacer? Si no podemos bajar costos y aumentar productividad en áreas tan pequeñas, una alternativa viable es explorar la explotación de otros cultivos más rentables como las verduras, frutas y hortalizas, que tienen una alta demanda en los mercados de Europa y Estados Unidos, o incentivar el agroturismo, como lo hicieron los italianos con los pequeños productores de uva y olivos en la región de la Toscana. Para ello, vamos a necesitar una política de acompañamiento técnico y financiero por parte del Estado.
Otra alternativa, para contrarrestar esta inequitativa distribución de la rentabilidad de los agronegocios, son las alianzas productivas entre productores, industriales y comercializadores, tal como lo ha propuesto en varios foros y debates el candidato presidencial Iván Duque. El modelo de las alianzas productivas nace porque el mundo empresarial se está dirigiendo hacia las estructuras participativas. Porque con recursos limitados y empleo en decadencia no se puede crecer en soledad.
Este modelo está permitiendo a muchas cooperativas de productores en el mundo, incursionar en nuevos mercados, acotar riesgos, eliminar competidores, asociarse y lograr economías de escala. Sus premisas básicas han sido los valores compartidos y el compromiso con el éxito. ¿Se imaginan ustedes, a las 550 mil familias cafeteras del país, con una participación accionaria en compañías como Nutresa, Starbucks, Tassimo, Pilao o Jacobs Douwe Egberts? O ¿a los pequeños productores de leche del país, con una participación en compañías lácteas como Alquería, Nestlé o Alpina? Si los productores e industriales de la palma de aceite fueron capaces de experimentar este modelo asociativo con éxito, ¿por qué los demás no lo pueden hacer?