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Columnista - 16 mayo, 2017

La vida como diversidad de timbres y tonos

A poco que nos adentremos en la vida, observaremos que toda ella rebosa variedad, y esto es lo que verdaderamente nos entusiasma; el conocer, el explorar otros horizontes. Únicamente, la muerte es quien nos injerta uniformidad. De ahí, lo importante de superar divisiones, de comprender y de dejarnos entender por toda existencia. Globalizado el mundo, […]

A poco que nos adentremos en la vida, observaremos que toda ella rebosa variedad, y esto es lo que verdaderamente nos entusiasma; el conocer, el explorar otros horizontes. Únicamente, la muerte es quien nos injerta uniformidad. De ahí, lo importante de superar divisiones, de comprender y de dejarnos entender por toda existencia. Globalizado el mundo, sabemos que las tres cuartas partes de los conflictos tienen una dimensión cultural. Está visto que todos tenemos algo que aportar. La exclusión no es de recibo. No me cansaré de vociferarlo, nadie sobra, todos somos necesarios y precisos.

La cohesión de los moradores, aparte de ser algo vital para encauzarnos en lo armónico, también nos enriquece intelectualmente, moralmente y espiritualmente. La sabiduría, fruto de lo vivido, no se alcanza recluido en los centros de pensamiento, sino compartiendo vivencias y convivencias, que es lo que nos ayuda a vivir, reconociendo nuestra propia ignorancia. Porque sí, en efecto; uno es nada, sin alguien que le aliente. Al fin y al cabo, todos nos alimentamos de todos. En consecuencia, este sinfín de entretelas, con sus pulsos y sus pausas, o si quieren de andantes poemas, son el efectivo motor del desarrollo de la especie pensante, que deshumanizada será un infierno para sí misma.

Hay que retomar esa complejidad y armonizarla. La tarea no es fácil, pero tampoco es imposible. Ya en 2001 se produjo la Declaración Universal de la Unesco sobre la riqueza cultural y, posteriormente, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 21 de mayo como el Día Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo, a través de su Resolución 57/249 de diciembre de 2002. También en 2011 la Unesco y la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas lanzaron la campaña: “Haz un gesto por la Diversidad y la Inclusión”, con el firme propósito de animar a las gentes y a las organizaciones de todo el mundo a que tomen medidas concretas de apoyo a la multiplicidad. Desde luego, aquí todos estamos llamados a aceptarnos mediante gestos reales en nuestro día a día y a combatir la polarización y los estereotipos para mejorar el entendimiento y la cooperación entre las gentes de diferentes ritmos y rimas. Precisamente, un informe reciente, publicado en enero de 2017, sobre Intolerancia Religiosa en Brasil, nos indica que en el planeta vegeta una ola creciente de intolerancia y de restricciones al ejercicio del derecho a la libertad religiosa y de credo. Ojalá aprendiésemos la lección desde uno mismo, puesto que si cada cual es imperfecto y requiere de la bondad de los demás, también nosotros tenemos que tolerar los defectos de los otros, quizás hasta lograr ser ese poema interminable y perfecto, con el que todos soñamos.

Tras el derrumbe de nuestro endiosamiento actual, no hablaremos tanto de desarrollo y si de generosidad, puesto que vivimos en un estado al borde de todos los límites, de recursos limitados, junto al proceder de algunos que lo acaparan todo. Frente a esas gentes que piensan que necesitamos un nuevo humanismo para el siglo XXI, a fin de renovar las aspiraciones fundamentales a la justicia, el entendimiento mutuo y la dignidad; yo estimo también, un dejar de adoctrinarnos para poder entrar más en el discernimiento, cuando menos para volver hacia nuestras posadas interiores, hacia la placidez que somos, más allá de la conjugación de verbos y de la correlación de espíritus, conscientes de que, si cultivamos más poemas que penas, podremos tejer un destino más tranquilizador para todos.

Por Víctor Corcoba Herrero
[email protected]

Columnista
16 mayo, 2017

La vida como diversidad de timbres y tonos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Víctor Corcoba Herrero

A poco que nos adentremos en la vida, observaremos que toda ella rebosa variedad, y esto es lo que verdaderamente nos entusiasma; el conocer, el explorar otros horizontes. Únicamente, la muerte es quien nos injerta uniformidad. De ahí, lo importante de superar divisiones, de comprender y de dejarnos entender por toda existencia. Globalizado el mundo, […]


A poco que nos adentremos en la vida, observaremos que toda ella rebosa variedad, y esto es lo que verdaderamente nos entusiasma; el conocer, el explorar otros horizontes. Únicamente, la muerte es quien nos injerta uniformidad. De ahí, lo importante de superar divisiones, de comprender y de dejarnos entender por toda existencia. Globalizado el mundo, sabemos que las tres cuartas partes de los conflictos tienen una dimensión cultural. Está visto que todos tenemos algo que aportar. La exclusión no es de recibo. No me cansaré de vociferarlo, nadie sobra, todos somos necesarios y precisos.

La cohesión de los moradores, aparte de ser algo vital para encauzarnos en lo armónico, también nos enriquece intelectualmente, moralmente y espiritualmente. La sabiduría, fruto de lo vivido, no se alcanza recluido en los centros de pensamiento, sino compartiendo vivencias y convivencias, que es lo que nos ayuda a vivir, reconociendo nuestra propia ignorancia. Porque sí, en efecto; uno es nada, sin alguien que le aliente. Al fin y al cabo, todos nos alimentamos de todos. En consecuencia, este sinfín de entretelas, con sus pulsos y sus pausas, o si quieren de andantes poemas, son el efectivo motor del desarrollo de la especie pensante, que deshumanizada será un infierno para sí misma.

Hay que retomar esa complejidad y armonizarla. La tarea no es fácil, pero tampoco es imposible. Ya en 2001 se produjo la Declaración Universal de la Unesco sobre la riqueza cultural y, posteriormente, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el 21 de mayo como el Día Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo, a través de su Resolución 57/249 de diciembre de 2002. También en 2011 la Unesco y la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas lanzaron la campaña: “Haz un gesto por la Diversidad y la Inclusión”, con el firme propósito de animar a las gentes y a las organizaciones de todo el mundo a que tomen medidas concretas de apoyo a la multiplicidad. Desde luego, aquí todos estamos llamados a aceptarnos mediante gestos reales en nuestro día a día y a combatir la polarización y los estereotipos para mejorar el entendimiento y la cooperación entre las gentes de diferentes ritmos y rimas. Precisamente, un informe reciente, publicado en enero de 2017, sobre Intolerancia Religiosa en Brasil, nos indica que en el planeta vegeta una ola creciente de intolerancia y de restricciones al ejercicio del derecho a la libertad religiosa y de credo. Ojalá aprendiésemos la lección desde uno mismo, puesto que si cada cual es imperfecto y requiere de la bondad de los demás, también nosotros tenemos que tolerar los defectos de los otros, quizás hasta lograr ser ese poema interminable y perfecto, con el que todos soñamos.

Tras el derrumbe de nuestro endiosamiento actual, no hablaremos tanto de desarrollo y si de generosidad, puesto que vivimos en un estado al borde de todos los límites, de recursos limitados, junto al proceder de algunos que lo acaparan todo. Frente a esas gentes que piensan que necesitamos un nuevo humanismo para el siglo XXI, a fin de renovar las aspiraciones fundamentales a la justicia, el entendimiento mutuo y la dignidad; yo estimo también, un dejar de adoctrinarnos para poder entrar más en el discernimiento, cuando menos para volver hacia nuestras posadas interiores, hacia la placidez que somos, más allá de la conjugación de verbos y de la correlación de espíritus, conscientes de que, si cultivamos más poemas que penas, podremos tejer un destino más tranquilizador para todos.

Por Víctor Corcoba Herrero
[email protected]