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Columnista - 17 diciembre, 2016

La sabiduría

La sabiduría, como quiero entenderla, más que fruto del estudio lo es de la experiencia, porque hasta científico se puede ser, pero no sabio. Eso de ser sabio no es producir una fórmula química o matemática sino, por ejemplo, expresar la palabra precisa en su modo, tiempo y lugar y sobre todo a quien se […]

La sabiduría, como quiero entenderla, más que fruto del estudio lo es de la experiencia, porque hasta científico se puede ser, pero no sabio.

Eso de ser sabio no es producir una fórmula química o matemática sino, por ejemplo, expresar la palabra precisa en su modo, tiempo y lugar y sobre todo a quien se debe.

Cuando un mago de esos de las predicciones macroeconómicas sentencia ceremoniosamente, está haciendo ciencia, más no existe allí sabiduría. Científico es porque prevé los ciclos de la economía y sabio es aquel que nos recuerda que hay siete años de vacas gordas y siete de vacas flacas.

En la ciencia médica se da cuando a uno le extienden una fórmula que indica 5 miligramos de esta medicina y 100 de la otra, pero sabio es aquel que aconseja: cada día trae su afán, mira que todo tiene su tiempo. Eso elimina los anti- hipertensivos y los ansiolíticos.

Científico es aquel que inventa un reloj atómico con una precisión de un segundo cada 100 años y sabio el que te enseña a escuchar los suaves y profundos tañidos de aquel reloj familiar y que siempre te manifiesta: calma, que no por estar despierto amanecerá más temprano.

Sabio de toda sabiduría es cuando te enseñan que ser famoso no es ser feliz. Sabio es aquel que habla como sabio sin creerse sabio, si tú te lo crees, seguro que no lo eres.

Sabia, aquella noble anciana que era capaz de comprender que detrás de una petición infantil puede haber un complejo mundo de sentimientos, lleno de emociones encontradas, que solo percibe instantáneamente un sabio, porque lo que se debe estar necesitando no es sicología, sino algo de esa sabiduría adquirida pedaleando desde siempre una máquina de coser “Singer”, yendo a misa todos los días y manejando el congruo presupuesto familiar.

Eso de ser sabio no es practicar el método cartesiano, sino dejar fluir el suave fuego que moldea sin quemar. Nunca alzar la voz pero lanzar miradas, gestos, sonrisas, apertura de ojos o un “bueno….” largo y con irregular movimiento de labios, que alinean a cualquier ser.

[email protected]

Columnista
17 diciembre, 2016

La sabiduría

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jaime García Chadid.

La sabiduría, como quiero entenderla, más que fruto del estudio lo es de la experiencia, porque hasta científico se puede ser, pero no sabio. Eso de ser sabio no es producir una fórmula química o matemática sino, por ejemplo, expresar la palabra precisa en su modo, tiempo y lugar y sobre todo a quien se […]


La sabiduría, como quiero entenderla, más que fruto del estudio lo es de la experiencia, porque hasta científico se puede ser, pero no sabio.

Eso de ser sabio no es producir una fórmula química o matemática sino, por ejemplo, expresar la palabra precisa en su modo, tiempo y lugar y sobre todo a quien se debe.

Cuando un mago de esos de las predicciones macroeconómicas sentencia ceremoniosamente, está haciendo ciencia, más no existe allí sabiduría. Científico es porque prevé los ciclos de la economía y sabio es aquel que nos recuerda que hay siete años de vacas gordas y siete de vacas flacas.

En la ciencia médica se da cuando a uno le extienden una fórmula que indica 5 miligramos de esta medicina y 100 de la otra, pero sabio es aquel que aconseja: cada día trae su afán, mira que todo tiene su tiempo. Eso elimina los anti- hipertensivos y los ansiolíticos.

Científico es aquel que inventa un reloj atómico con una precisión de un segundo cada 100 años y sabio el que te enseña a escuchar los suaves y profundos tañidos de aquel reloj familiar y que siempre te manifiesta: calma, que no por estar despierto amanecerá más temprano.

Sabio de toda sabiduría es cuando te enseñan que ser famoso no es ser feliz. Sabio es aquel que habla como sabio sin creerse sabio, si tú te lo crees, seguro que no lo eres.

Sabia, aquella noble anciana que era capaz de comprender que detrás de una petición infantil puede haber un complejo mundo de sentimientos, lleno de emociones encontradas, que solo percibe instantáneamente un sabio, porque lo que se debe estar necesitando no es sicología, sino algo de esa sabiduría adquirida pedaleando desde siempre una máquina de coser “Singer”, yendo a misa todos los días y manejando el congruo presupuesto familiar.

Eso de ser sabio no es practicar el método cartesiano, sino dejar fluir el suave fuego que moldea sin quemar. Nunca alzar la voz pero lanzar miradas, gestos, sonrisas, apertura de ojos o un “bueno….” largo y con irregular movimiento de labios, que alinean a cualquier ser.

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