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Columnista - 12 marzo, 2018

La poeta cesarense Carmen Wadnipar

“Antes de conocerla le amaba mi corazón porque nada más fue verla y por ella sentí pasión…”. Con estos versos se inicia una hermosa canción de Carmen Ligia Wadnipar Martínez, que fue grabada en la década de 1960 por Alberto Fernández Mindiola con Bovea y sus Vallenatos. Carmen Ligia nació en El Paso (Cesar), el […]

“Antes de conocerla le amaba mi corazón porque nada más fue verla y por ella sentí pasión…”. Con estos versos se inicia una hermosa canción de Carmen Ligia Wadnipar Martínez, que fue grabada en la década de 1960 por Alberto Fernández Mindiola con Bovea y sus Vallenatos.

Carmen Ligia nació en El Paso (Cesar), el 10 de noviembre de 1918, hija de Maria Cipriana Martínez y Luis Wadnipar, cartagenero de origen jamaiquino. Desde temprana edad aprendió a querer la naturaleza: desde su casa oteaba el espejo de agua de la ciénaga de San Marco, la suave brisa matinal con el rumor cristalino del rio Ariguaní, la aurora teñida por el canto de las aves y el perfume verde de palmas y caracolíes. Este remanso natural que llenaba el paisaje de su entorno fue el génesis para despertar su vocación por la poesía. El grado superior de escolaridad fue quinto de primaria, lo máximo que brindaba la escuela local y, sin embargo, logra desarrollar su afición por la lectura.

Una vez, cumple la edad de ciudadana, formaliza su matrimonio con el comerciante Manuel Antonio Yepes. En 1950 se viene a vivir a Valledupar, y organiza con su esposo el hotel ‘El Atlántico’, y después ‘El Santander’. Aquí se iluminaron las lámparas de la poesía y la música, que desde la niñez habían permanecido intermitentes. Los fines de semana en el hotel hacia presentaciones poéticas, acompañadas de guitarras, y algunas de sus poesías las declamaba o las cantabas en diferentes ritmos. El ambiente citadino le permite mayor contacto con la literatura, pero su libro de cabecera era la Biblia, y sus poetas favoritos: Julio Flores, Porfirio Barba Jacob, José Asunción Silva, Guillermo Valencia y Luis Carlos ‘El Tuerto’ López. Hizo, también varias presentaciones en la concha acústica de la Plaza del barrio Doce de Octubre y en las emisoras Radio Guatapurí y Radio Valledupar.

En 1968 publica el folleto de poesía ‘Flor, voz del campo’. Yo tuve la feliz oportunidad de leer uno de esos folletos de 20 poemas, que ella le regaló a mi padre José Eleuterio Atuesta, que era el inspector del corregimiento. Su esposo, Manuel Yepes, en ese año había puesto en Mariangola un negocio de ventas y una trilladora de maíz y arroz. Con la muerte de su esposo ella se traslada a Caracolicito. En 1992 nos encontramos en Valledupar y me dijo: “Estoy tejiendo los atardeceres de mi soledad, elaborando medicamentos botánicos, y acompañada de mi mejor amiga, la poesía: ese fuego que no se apaga, aunque nos estemos muriendo”. Hace catorce años su cuerpo es espíritu en el reino celestial. En su memoria leamos estos versos: “La poesía arde en llamarada, es vibración interna de fuerza natural y pura, se refleja en la vida externa por la pasión de fiel natura”

Columnista
12 marzo, 2018

La poeta cesarense Carmen Wadnipar

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Atuesta Mindiola

“Antes de conocerla le amaba mi corazón porque nada más fue verla y por ella sentí pasión…”. Con estos versos se inicia una hermosa canción de Carmen Ligia Wadnipar Martínez, que fue grabada en la década de 1960 por Alberto Fernández Mindiola con Bovea y sus Vallenatos. Carmen Ligia nació en El Paso (Cesar), el […]


“Antes de conocerla le amaba mi corazón porque nada más fue verla y por ella sentí pasión…”. Con estos versos se inicia una hermosa canción de Carmen Ligia Wadnipar Martínez, que fue grabada en la década de 1960 por Alberto Fernández Mindiola con Bovea y sus Vallenatos.

Carmen Ligia nació en El Paso (Cesar), el 10 de noviembre de 1918, hija de Maria Cipriana Martínez y Luis Wadnipar, cartagenero de origen jamaiquino. Desde temprana edad aprendió a querer la naturaleza: desde su casa oteaba el espejo de agua de la ciénaga de San Marco, la suave brisa matinal con el rumor cristalino del rio Ariguaní, la aurora teñida por el canto de las aves y el perfume verde de palmas y caracolíes. Este remanso natural que llenaba el paisaje de su entorno fue el génesis para despertar su vocación por la poesía. El grado superior de escolaridad fue quinto de primaria, lo máximo que brindaba la escuela local y, sin embargo, logra desarrollar su afición por la lectura.

Una vez, cumple la edad de ciudadana, formaliza su matrimonio con el comerciante Manuel Antonio Yepes. En 1950 se viene a vivir a Valledupar, y organiza con su esposo el hotel ‘El Atlántico’, y después ‘El Santander’. Aquí se iluminaron las lámparas de la poesía y la música, que desde la niñez habían permanecido intermitentes. Los fines de semana en el hotel hacia presentaciones poéticas, acompañadas de guitarras, y algunas de sus poesías las declamaba o las cantabas en diferentes ritmos. El ambiente citadino le permite mayor contacto con la literatura, pero su libro de cabecera era la Biblia, y sus poetas favoritos: Julio Flores, Porfirio Barba Jacob, José Asunción Silva, Guillermo Valencia y Luis Carlos ‘El Tuerto’ López. Hizo, también varias presentaciones en la concha acústica de la Plaza del barrio Doce de Octubre y en las emisoras Radio Guatapurí y Radio Valledupar.

En 1968 publica el folleto de poesía ‘Flor, voz del campo’. Yo tuve la feliz oportunidad de leer uno de esos folletos de 20 poemas, que ella le regaló a mi padre José Eleuterio Atuesta, que era el inspector del corregimiento. Su esposo, Manuel Yepes, en ese año había puesto en Mariangola un negocio de ventas y una trilladora de maíz y arroz. Con la muerte de su esposo ella se traslada a Caracolicito. En 1992 nos encontramos en Valledupar y me dijo: “Estoy tejiendo los atardeceres de mi soledad, elaborando medicamentos botánicos, y acompañada de mi mejor amiga, la poesía: ese fuego que no se apaga, aunque nos estemos muriendo”. Hace catorce años su cuerpo es espíritu en el reino celestial. En su memoria leamos estos versos: “La poesía arde en llamarada, es vibración interna de fuerza natural y pura, se refleja en la vida externa por la pasión de fiel natura”