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Columnista - 22 abril, 2015

La justicia según Trasímaco

Este hombre fue un sofista impetuoso, dialogístico con Sócrates, en la obra literariamente cristalina y de profunda enjundia filosófica, La República, de Platón. Como todo sofista de aquella época –y por qué no decirlo de la nuestra-, era incisivo y un tanto irreverente con el gran maestro, aunque trataba de cuidar un lenguaje refinado y […]

Este hombre fue un sofista impetuoso, dialogístico con Sócrates, en la obra literariamente cristalina y de profunda enjundia filosófica, La República, de Platón. Como todo sofista de aquella época –y por qué no decirlo de la nuestra-, era incisivo y un tanto irreverente con el gran maestro, aunque trataba de cuidar un lenguaje refinado y trato etiquetero.

Trasímaco era un polemista tremendo, dotado de originalidades al hablar. Dícese de él que era “un verdadero artista de la palabra y del concepto. Hábil para excitar a muchas personas a la vez y hábil también para embelesarlas y calmarlas cuando estaban excitadas, y no hay nadie mejor que él para calumniar o para rechazar, de una u otra manera, una acusación”.
En términos contemporáneos y políticos podríamos afirmar que Trásímaco era, en los efectos, un gran populista.

Pues bien, en el diálogo a punto, investigando acerca de qué es la justicia, Sócrates quiso conocer el concepto de Trasímaco. Quién ni corto ni perezoso disparó: “Sostengo que lo justo no es otra cosa que lo que conviene al más fuerte”. Esto no es cierto, Sócrates no aceptó su respuesta, tampoco la posteridad, porque ello envuelve un imposible moral, un contrasentido ético –la ética es una de las partes de la filosofía, por tanto imprescindible en todos los actos humanos-.

Sin embargo, Trásímaco vuelve a la carga, y afirma, preguntándose, si acaso no es cierto que el gobierno de cada ciudad –el Estado de hoy– es el que tiene la fuerza: la democracia, la tiranía, y del mismo modo los demás gobiernos, que todos ostentan la fuerza y por tanto establecen las leyes que les conviene, que a su política conviene.

Pregunto: ¿Acaso esta malicia sofistica de Trásímaco, no es algo verdadero en el fondo, en la práctica, por desgracia?
Claro que sí. Y de aquí precisamente nace el positivismo jurídico según el cual, lo justo es lo que está legislado, lo que la ley dispone –independientemente del derecho natural y de los valores superiores-. Lo cual, desde luego, no debería ser así, pero se practica. ¿Qué Estado no procede de esa manera, simplemente con cálculos políticos?

De modo que el viejo Trasímaco, que irónicamente quiso cantar su aparente victoria ante el acertado Sócrates, es arquetipo del positivismo jurídico de entonces y de ahora, que de vez en cuando –cada vez más– estrangula la justicia propiamente dicha, la ética y la moral de los pueblos, con el que se les viene maleducando, para que no distingan lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto; engañándolos con verdades subjetivas en sustitución de las objetivas.

Esto se refleja hoy día en el “nuevo derecho”, que está abriéndose paso en el país desde las altas Cortes, que nos ha llegado por la vía de la hermenéutica sesgada, que amañada ideológicamente causa muchos daños, privados y públicos. No obstante se atreve a declarar que va en pro de la libertad, del desarrollo y del progreso –definitivamente, en el país de los ciegos el tuerto es rey-.
[email protected]

Columnista
22 abril, 2015

La justicia según Trasímaco

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodrigo López Barros

Este hombre fue un sofista impetuoso, dialogístico con Sócrates, en la obra literariamente cristalina y de profunda enjundia filosófica, La República, de Platón. Como todo sofista de aquella época –y por qué no decirlo de la nuestra-, era incisivo y un tanto irreverente con el gran maestro, aunque trataba de cuidar un lenguaje refinado y […]


Este hombre fue un sofista impetuoso, dialogístico con Sócrates, en la obra literariamente cristalina y de profunda enjundia filosófica, La República, de Platón. Como todo sofista de aquella época –y por qué no decirlo de la nuestra-, era incisivo y un tanto irreverente con el gran maestro, aunque trataba de cuidar un lenguaje refinado y trato etiquetero.

Trasímaco era un polemista tremendo, dotado de originalidades al hablar. Dícese de él que era “un verdadero artista de la palabra y del concepto. Hábil para excitar a muchas personas a la vez y hábil también para embelesarlas y calmarlas cuando estaban excitadas, y no hay nadie mejor que él para calumniar o para rechazar, de una u otra manera, una acusación”.
En términos contemporáneos y políticos podríamos afirmar que Trásímaco era, en los efectos, un gran populista.

Pues bien, en el diálogo a punto, investigando acerca de qué es la justicia, Sócrates quiso conocer el concepto de Trasímaco. Quién ni corto ni perezoso disparó: “Sostengo que lo justo no es otra cosa que lo que conviene al más fuerte”. Esto no es cierto, Sócrates no aceptó su respuesta, tampoco la posteridad, porque ello envuelve un imposible moral, un contrasentido ético –la ética es una de las partes de la filosofía, por tanto imprescindible en todos los actos humanos-.

Sin embargo, Trásímaco vuelve a la carga, y afirma, preguntándose, si acaso no es cierto que el gobierno de cada ciudad –el Estado de hoy– es el que tiene la fuerza: la democracia, la tiranía, y del mismo modo los demás gobiernos, que todos ostentan la fuerza y por tanto establecen las leyes que les conviene, que a su política conviene.

Pregunto: ¿Acaso esta malicia sofistica de Trásímaco, no es algo verdadero en el fondo, en la práctica, por desgracia?
Claro que sí. Y de aquí precisamente nace el positivismo jurídico según el cual, lo justo es lo que está legislado, lo que la ley dispone –independientemente del derecho natural y de los valores superiores-. Lo cual, desde luego, no debería ser así, pero se practica. ¿Qué Estado no procede de esa manera, simplemente con cálculos políticos?

De modo que el viejo Trasímaco, que irónicamente quiso cantar su aparente victoria ante el acertado Sócrates, es arquetipo del positivismo jurídico de entonces y de ahora, que de vez en cuando –cada vez más– estrangula la justicia propiamente dicha, la ética y la moral de los pueblos, con el que se les viene maleducando, para que no distingan lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto; engañándolos con verdades subjetivas en sustitución de las objetivas.

Esto se refleja hoy día en el “nuevo derecho”, que está abriéndose paso en el país desde las altas Cortes, que nos ha llegado por la vía de la hermenéutica sesgada, que amañada ideológicamente causa muchos daños, privados y públicos. No obstante se atreve a declarar que va en pro de la libertad, del desarrollo y del progreso –definitivamente, en el país de los ciegos el tuerto es rey-.
[email protected]