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Columnista - 24 abril, 2016

La historia de la Iglesia II

Cuando se habla de la Encarnación, a menudo se entiende de manera exclusiva el hecho de que el Hijo de Dios se hizo hombre y asumió en sí todo aquello que, por su naturaleza divina, le era ajeno: “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia humana y amó con humano corazón”. Pero se pierde […]

Cuando se habla de la Encarnación, a menudo se entiende de manera exclusiva el hecho de que el Hijo de Dios se hizo hombre y asumió en sí todo aquello que, por su naturaleza divina, le era ajeno: “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia humana y amó con humano corazón”. Pero se pierde de vista otro elemento importante del misterio: también es Encarnación el hecho de que Dios siga actuando en la historia, a través de los siglos, y aún en medio de los errores de la humanidad. El plan de Dios se hace carne en el diario vivir de los hombres, aún cuando las decisiones de éstos sean contrarias a él. En ello se manifiesta la omnipotencia del Creador: en que, misteriosa y secretamente, suele sacar un bien incluso del mal que nosotros causamos. Continuemos con las etapas de la historia de la Iglesia, pero recuerde el lector que estos artículos pretenden ser simplemente una provocación: lea, por el amor de Dios, investigue, infórmese, tenga el coraje de servirse de su propia razón.

3. Por diversas circunstancias políticas (esta es la forma como se resumen libros enteros y ríos de tinta), entre los años 1306 y 1377 los papas no residieron en Roma, sino en Aviñón. Santa Catalina de Siena jugó un papel muy importante en que el Papa regresara a Roma, pero en el año 1378 la Iglesia vería una nueva división que duraría 40 años: un Papa en Roma y otro en Aviñón. ¿Quién era, entonces, el legítimo sucesor de Pedro? Con el descubrimiento de América (1492) los horizontes de la Iglesia se expandieron y las misiones de evangelización pulularon no sólo al nuevo mundo, sino también a India, China, Japón y las Filipinas. Hubo misioneros buenos y santos y otros muy malos y muy pecadores. Algunos estarán en el cielo gozando de la visión de Dios y otros, aunque no me corresponda a mí decirlo, probablemente estarán en uno de los círculos del infierno, en caso de que Dante tenga razón en su descripción del lugar de los condenados. Hubo también mártires y persecuciones.

Un monje agustino (Martín Lutero) pretendió reformar la Iglesia. La historia ha sido injusta con él, aunque se haya equivocado terriblemente. No nos digamos mentiras, en esa época había muchas cosas que reformar. Los títulos de “Reforma protestante”, “Contrarreforma” y “Concilio de Trento” estarán encabezando sendos capítulos llenos de interesantes datos en cualquier libro de historia, aunque no sea sacra. Sería muy interesante conocer las razones de Lutero y de Calvino, así como los principales postulados del movimiento que con ellos comenzó. Tampoco en esto hay que engañarse: lo que hoy es el protestantismo está muy lejos de ser lo que Lutero concibió. Con el paso del tiempo muchas congregaciones cristianas (protestantes) se han convertido en lo que el alemán combatió tan férreamente: un negocio.

Aún dentro de este mismo capítulo la historia conocerá una nueva división eclesial: el llamado cisma inglés. En 1527 el Papa Clemente VII se negó a declarar la nulidad del matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón (hija de los reyes católicos de España). En represalia, el rey de Inglaterra, unido a Ana Bolena, hizo que el parlamento votara “el acto de supremacía”, por el que se declaraba a sí mismo cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Nació entonces el Anglicanismo. No creo que haya necesidad de mencionar las uniones arregladas, el matrimonio entre política y religión, el choque de poderes que se auto constituían en divinos y legítimos, ni tampoco las huestes de santos y santas, cuyas oraciones y acciones mantuvieron en pie la Iglesia de Cristo.

La próxima columna será la última de esta serie sobre la historia de la Iglesia. Por ahora debo despedirme, no sin antes rogarle una vez más: lea, por el amor de Dios. No importa su religión o si no es religioso. Lea, porque quien no conoce la historia está condenado a repetir los errores que en ella se han cometido. Feliz domingo.

Columnista
24 abril, 2016

La historia de la Iglesia II

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

Cuando se habla de la Encarnación, a menudo se entiende de manera exclusiva el hecho de que el Hijo de Dios se hizo hombre y asumió en sí todo aquello que, por su naturaleza divina, le era ajeno: “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia humana y amó con humano corazón”. Pero se pierde […]


Cuando se habla de la Encarnación, a menudo se entiende de manera exclusiva el hecho de que el Hijo de Dios se hizo hombre y asumió en sí todo aquello que, por su naturaleza divina, le era ajeno: “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia humana y amó con humano corazón”. Pero se pierde de vista otro elemento importante del misterio: también es Encarnación el hecho de que Dios siga actuando en la historia, a través de los siglos, y aún en medio de los errores de la humanidad. El plan de Dios se hace carne en el diario vivir de los hombres, aún cuando las decisiones de éstos sean contrarias a él. En ello se manifiesta la omnipotencia del Creador: en que, misteriosa y secretamente, suele sacar un bien incluso del mal que nosotros causamos. Continuemos con las etapas de la historia de la Iglesia, pero recuerde el lector que estos artículos pretenden ser simplemente una provocación: lea, por el amor de Dios, investigue, infórmese, tenga el coraje de servirse de su propia razón.

3. Por diversas circunstancias políticas (esta es la forma como se resumen libros enteros y ríos de tinta), entre los años 1306 y 1377 los papas no residieron en Roma, sino en Aviñón. Santa Catalina de Siena jugó un papel muy importante en que el Papa regresara a Roma, pero en el año 1378 la Iglesia vería una nueva división que duraría 40 años: un Papa en Roma y otro en Aviñón. ¿Quién era, entonces, el legítimo sucesor de Pedro? Con el descubrimiento de América (1492) los horizontes de la Iglesia se expandieron y las misiones de evangelización pulularon no sólo al nuevo mundo, sino también a India, China, Japón y las Filipinas. Hubo misioneros buenos y santos y otros muy malos y muy pecadores. Algunos estarán en el cielo gozando de la visión de Dios y otros, aunque no me corresponda a mí decirlo, probablemente estarán en uno de los círculos del infierno, en caso de que Dante tenga razón en su descripción del lugar de los condenados. Hubo también mártires y persecuciones.

Un monje agustino (Martín Lutero) pretendió reformar la Iglesia. La historia ha sido injusta con él, aunque se haya equivocado terriblemente. No nos digamos mentiras, en esa época había muchas cosas que reformar. Los títulos de “Reforma protestante”, “Contrarreforma” y “Concilio de Trento” estarán encabezando sendos capítulos llenos de interesantes datos en cualquier libro de historia, aunque no sea sacra. Sería muy interesante conocer las razones de Lutero y de Calvino, así como los principales postulados del movimiento que con ellos comenzó. Tampoco en esto hay que engañarse: lo que hoy es el protestantismo está muy lejos de ser lo que Lutero concibió. Con el paso del tiempo muchas congregaciones cristianas (protestantes) se han convertido en lo que el alemán combatió tan férreamente: un negocio.

Aún dentro de este mismo capítulo la historia conocerá una nueva división eclesial: el llamado cisma inglés. En 1527 el Papa Clemente VII se negó a declarar la nulidad del matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón (hija de los reyes católicos de España). En represalia, el rey de Inglaterra, unido a Ana Bolena, hizo que el parlamento votara “el acto de supremacía”, por el que se declaraba a sí mismo cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Nació entonces el Anglicanismo. No creo que haya necesidad de mencionar las uniones arregladas, el matrimonio entre política y religión, el choque de poderes que se auto constituían en divinos y legítimos, ni tampoco las huestes de santos y santas, cuyas oraciones y acciones mantuvieron en pie la Iglesia de Cristo.

La próxima columna será la última de esta serie sobre la historia de la Iglesia. Por ahora debo despedirme, no sin antes rogarle una vez más: lea, por el amor de Dios. No importa su religión o si no es religioso. Lea, porque quien no conoce la historia está condenado a repetir los errores que en ella se han cometido. Feliz domingo.