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Columnista - 24 abril, 2018

La guerra justa

La agricultura fue uno de los mayores descubrimientos realizados por el hombre, pues se quitó de encima el problema de conseguir alimento, pasando del nomadismo al sedentarismo, dejando de ser cazador-recolector para empezar a producir sus propias provisiones. Al tecnificarse la agricultura surgen los excedentes, se desarrollan las grandes civilizaciones, aparece la propiedad privada y, […]

La agricultura fue uno de los mayores descubrimientos realizados por el hombre, pues se quitó de encima el problema de conseguir alimento, pasando del nomadismo al sedentarismo, dejando de ser cazador-recolector para empezar a producir sus propias provisiones. Al tecnificarse la agricultura surgen los excedentes, se desarrollan las grandes civilizaciones, aparece la propiedad privada y, lastimosamente, también la guerra: confrontaciones de manera prolongada, donde se inmiscuían grupos humanos relativamente masivos que utilizaban armas para ocasionar el mayor daño posible y aniquilar a los rivales; la guerra fue el precio que debimos pagar a cambio de las comodidades que nos brindó la revolución neolítica.

Desde entonces, ríos de tinta se han agotado intentando comprender la guerra, superarla o justificarla. Santo Tomás de Aquino y los pensadores hispanos de la Escuela de Salamanca, con Francisco de Vitoria a la cabeza, desarrollaron el concepto de guerra justa, imprimiéndole un carácter teológico-político buscando regular el derecho en, durante y después de la confrontación bélica: para que sea justa se hace necesario que la guerra sea iniciada por la autoridad del príncipe legítimo, con causa justa y recta intención, libre de codicia y crueldad, guardando la proporcionalidad y la justicia, pero sobre todo, que no existan otros recursos para promover el bien y evitar el mal.

Después de la revolución industrial, los países más poderosos iniciaron una carrera armamentística, cuyo premio se continúa tasando en destrucción y muerte. La ONU, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, rescató el concepto dominicano-tomista de guerra justa; en medio de la tensión producida por la Guerra Fría, Juan XXIII advirtió en Pacem in Terris, la última de sus encíclicas, que “en nuestra época, que se jacta de poseer la energía atómica, resulta absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado”.

Las tensiones volvieron y este mensaje adquiere vigencia con la agresión a Siria por parte de Estados Unidos y sus aliados. Rusia calificó el hecho como una falta de respeto a la soberanía del país; Al Assad argumentó no haber utilizado armas químicas y juzgó la agresión como apoyo al terrorismo; el mundo se dividió, y nuestro Nobel de Paz apoyó la operación militar estadounidense, condenó el uso de las armas químicas, pero fue obtuso respecto a los periodistas ecuatorianos asesinados por la disidencia de las Farc, como quien dice, luz para la calle y oscuridad para la casa.

Columnista
24 abril, 2018

La guerra justa

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Liñan Pitre

La agricultura fue uno de los mayores descubrimientos realizados por el hombre, pues se quitó de encima el problema de conseguir alimento, pasando del nomadismo al sedentarismo, dejando de ser cazador-recolector para empezar a producir sus propias provisiones. Al tecnificarse la agricultura surgen los excedentes, se desarrollan las grandes civilizaciones, aparece la propiedad privada y, […]


La agricultura fue uno de los mayores descubrimientos realizados por el hombre, pues se quitó de encima el problema de conseguir alimento, pasando del nomadismo al sedentarismo, dejando de ser cazador-recolector para empezar a producir sus propias provisiones. Al tecnificarse la agricultura surgen los excedentes, se desarrollan las grandes civilizaciones, aparece la propiedad privada y, lastimosamente, también la guerra: confrontaciones de manera prolongada, donde se inmiscuían grupos humanos relativamente masivos que utilizaban armas para ocasionar el mayor daño posible y aniquilar a los rivales; la guerra fue el precio que debimos pagar a cambio de las comodidades que nos brindó la revolución neolítica.

Desde entonces, ríos de tinta se han agotado intentando comprender la guerra, superarla o justificarla. Santo Tomás de Aquino y los pensadores hispanos de la Escuela de Salamanca, con Francisco de Vitoria a la cabeza, desarrollaron el concepto de guerra justa, imprimiéndole un carácter teológico-político buscando regular el derecho en, durante y después de la confrontación bélica: para que sea justa se hace necesario que la guerra sea iniciada por la autoridad del príncipe legítimo, con causa justa y recta intención, libre de codicia y crueldad, guardando la proporcionalidad y la justicia, pero sobre todo, que no existan otros recursos para promover el bien y evitar el mal.

Después de la revolución industrial, los países más poderosos iniciaron una carrera armamentística, cuyo premio se continúa tasando en destrucción y muerte. La ONU, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, rescató el concepto dominicano-tomista de guerra justa; en medio de la tensión producida por la Guerra Fría, Juan XXIII advirtió en Pacem in Terris, la última de sus encíclicas, que “en nuestra época, que se jacta de poseer la energía atómica, resulta absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado”.

Las tensiones volvieron y este mensaje adquiere vigencia con la agresión a Siria por parte de Estados Unidos y sus aliados. Rusia calificó el hecho como una falta de respeto a la soberanía del país; Al Assad argumentó no haber utilizado armas químicas y juzgó la agresión como apoyo al terrorismo; el mundo se dividió, y nuestro Nobel de Paz apoyó la operación militar estadounidense, condenó el uso de las armas químicas, pero fue obtuso respecto a los periodistas ecuatorianos asesinados por la disidencia de las Farc, como quien dice, luz para la calle y oscuridad para la casa.