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Columnista - 31 agosto, 2017

La génesis de la corrupción

Cuando en EL PILÓN publicaron mi primera columna, el 3 de diciembre de 1999 como homenaje a la celebración del día de los médicos panamericanos, un viejo y apreciado amigo, cuyo nombre me reservo, para no generar susceptibilidades a sus familiares que también les profeso respeto, me hizo una sugerencia. En aquella ocasión mi aludido […]

Cuando en EL PILÓN publicaron mi primera columna, el 3 de diciembre de 1999 como homenaje a la celebración del día de los médicos panamericanos, un viejo y apreciado amigo, cuyo nombre me reservo, para no generar susceptibilidades a sus familiares que también les profeso respeto, me hizo una sugerencia.

En aquella ocasión mi aludido amigo, después de felicitarme por la publicación de mí artículo, me advirtió que no fuera a dedicarme a hablar sobre la corrupción como era la costumbre de mi colega médico Rafael ‘King’ Gutiérrez Acosta (ya fallecido), quien por varios años fue columnista semanal de este periódico.

Además, pausada y recalcadamente, me dijo: “Doctor Romero, en nuestro mundo nadie es incólume a la corrupción porque quienes la practican, a veces o a menudo son allegados, entre los cuales hay hijos, nietos, sobrinos, tíos, abuelos, yernos, cuñados y amigos muy queridos que convierten a sus parientes en sus cómplices por omisión. Asimismo acontece con el tan estigmatizado clientelismo que los políticos para no ponerlo en práctica tendrían que ser extraterrestres; es decir, no tener ninguna parentela. Esto está escrito en los libros “La Republica” de Platón, que son el compendio de los diálogos con sus discípulos de aquel filósofo autodidacta conocido como Sócrates, pulquérrimo analfabeto que prefirió morir ingiriendo la cicuta de la legendaria Grecia con tal de no corromper los principios y valores aceptados universalmente por la humanidad”.

La corrupción comenzó con la aparición de los humanos, que para nuestras mismas desgracias somos demasiadamente proclives al egoísmo, a la rivalidad, a decir mentiras y a cometer otras ignominias con el propósito de lograr metas, tanto estereotipadas como premeditadas. Para minimizar sus despiadadas consecuencias las agrupaciones sociales establecen normas en busca de convivir en armonía; no obstante, nunca faltan los avispados perversos que violan las leyes con el fin de satisfacer sus intereses individuales.

Los humanos desde la infancia tienen la capacidad de distinguir el bien y el mal, pues quien ha tenido y criado a sus hijos lo ha comprobado,  ya que estos muy pequeñitos ocultan sus pilatunas y hasta se las inculpan a los hermanos menores para evitar castigos. Sin embargo, considero que la corrupción es directamente proporcional al desarrollo del intelecto humano; mejor dicho, un mayor nivel intelectual permite maquinar peores maldades.

Afortunadamente, como dice el viejo adagio popular: “Entre cielo y tierra no hay nada oculto”. Por esto tarde o temprano se descubren o denuncian a los corruptos que pululan en todas partes. Desafortunadamente, el régimen político de nuestro país es uno de los más corruptos del mundo, lo cual solo permite desenmascarar a unos pocos, quedando la mayoría cobijado por la impunidad   reinante.

La pregunta es: ¿Cómo desmontar la estructura gubernamental que conlleva a la cultura de la ilegalidad? Aunque un nivel educativo superior concede un mejor contubernio del mal, no se puede ignorar que la buena educación es primordial para minimizar la corrupción, obviamente con la rigurosa aplicación de las leyes.

Por José Romero Churio

Columnista
31 agosto, 2017

La génesis de la corrupción

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Romero Churio

Cuando en EL PILÓN publicaron mi primera columna, el 3 de diciembre de 1999 como homenaje a la celebración del día de los médicos panamericanos, un viejo y apreciado amigo, cuyo nombre me reservo, para no generar susceptibilidades a sus familiares que también les profeso respeto, me hizo una sugerencia. En aquella ocasión mi aludido […]


Cuando en EL PILÓN publicaron mi primera columna, el 3 de diciembre de 1999 como homenaje a la celebración del día de los médicos panamericanos, un viejo y apreciado amigo, cuyo nombre me reservo, para no generar susceptibilidades a sus familiares que también les profeso respeto, me hizo una sugerencia.

En aquella ocasión mi aludido amigo, después de felicitarme por la publicación de mí artículo, me advirtió que no fuera a dedicarme a hablar sobre la corrupción como era la costumbre de mi colega médico Rafael ‘King’ Gutiérrez Acosta (ya fallecido), quien por varios años fue columnista semanal de este periódico.

Además, pausada y recalcadamente, me dijo: “Doctor Romero, en nuestro mundo nadie es incólume a la corrupción porque quienes la practican, a veces o a menudo son allegados, entre los cuales hay hijos, nietos, sobrinos, tíos, abuelos, yernos, cuñados y amigos muy queridos que convierten a sus parientes en sus cómplices por omisión. Asimismo acontece con el tan estigmatizado clientelismo que los políticos para no ponerlo en práctica tendrían que ser extraterrestres; es decir, no tener ninguna parentela. Esto está escrito en los libros “La Republica” de Platón, que son el compendio de los diálogos con sus discípulos de aquel filósofo autodidacta conocido como Sócrates, pulquérrimo analfabeto que prefirió morir ingiriendo la cicuta de la legendaria Grecia con tal de no corromper los principios y valores aceptados universalmente por la humanidad”.

La corrupción comenzó con la aparición de los humanos, que para nuestras mismas desgracias somos demasiadamente proclives al egoísmo, a la rivalidad, a decir mentiras y a cometer otras ignominias con el propósito de lograr metas, tanto estereotipadas como premeditadas. Para minimizar sus despiadadas consecuencias las agrupaciones sociales establecen normas en busca de convivir en armonía; no obstante, nunca faltan los avispados perversos que violan las leyes con el fin de satisfacer sus intereses individuales.

Los humanos desde la infancia tienen la capacidad de distinguir el bien y el mal, pues quien ha tenido y criado a sus hijos lo ha comprobado,  ya que estos muy pequeñitos ocultan sus pilatunas y hasta se las inculpan a los hermanos menores para evitar castigos. Sin embargo, considero que la corrupción es directamente proporcional al desarrollo del intelecto humano; mejor dicho, un mayor nivel intelectual permite maquinar peores maldades.

Afortunadamente, como dice el viejo adagio popular: “Entre cielo y tierra no hay nada oculto”. Por esto tarde o temprano se descubren o denuncian a los corruptos que pululan en todas partes. Desafortunadamente, el régimen político de nuestro país es uno de los más corruptos del mundo, lo cual solo permite desenmascarar a unos pocos, quedando la mayoría cobijado por la impunidad   reinante.

La pregunta es: ¿Cómo desmontar la estructura gubernamental que conlleva a la cultura de la ilegalidad? Aunque un nivel educativo superior concede un mejor contubernio del mal, no se puede ignorar que la buena educación es primordial para minimizar la corrupción, obviamente con la rigurosa aplicación de las leyes.

Por José Romero Churio