Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 27 abril, 2018

La excelencia

“Él, que es el resplandor de su gloria, la imagen misma de su sustancia…”: Hebreos 1,3. En nuestros corazones se albergan sueños de gloria, aunque la realidad de la vida y las limitaciones humanas tiendan a acallar nuestros deseos de alcanzar esos sueños. Jesús es el resplandor de la gloria de Dios. Él es el […]

“Él, que es el resplandor de su gloria, la imagen misma de su sustancia…”: Hebreos 1,3.

En nuestros corazones se albergan sueños de gloria, aunque la realidad de la vida y las limitaciones humanas tiendan a acallar nuestros deseos de alcanzar esos sueños.

Jesús es el resplandor de la gloria de Dios. Él es el reflejo de la inconmensurable excelencia de Dios. Cristo vino a traernos a su gloria. Él quiere darnos la capacidad de obtener lo que parecía lejano e imposible. Así que, es en ese nombre, que podemos experimentar y conocer la verdadera excelencia.

En nuestro medio hay una recurrente exigencia hacia la excelencia, se hace más notoria por la continua tendencia hacia la mediocridad. Somos tentados a conformarnos con menos de lo excelente. Lo bueno es enemigo de lo mejor y lo mejor es archienemigo de lo excelente. Nuestro propio sentido de limitación nos obliga a no esforzarnos por ser mejores; pero Cristo nos insta a que su gloria resplandezca y su imagen de excelencia sea refleja en nosotros.

Las presiones cotidianas dan cabida a lo común, al bajo nivel o la segunda categoría, pero “Cristo en vosotros la esperanza de gloria”, se refiere no solo a un futuro eterno, sino a disfrutar de la gloria de Dios obrando en y a través de nosotros.

Esa búsqueda constante de la excelencia es fatigosa. Está llena de imperfecciones, críticas y corrupción. En cambio, la manera de Dios es descansada, llena de gracia, bondad y misericordia. Nos asegura el experimentar y vivir en la excelencia de la gloria de Dios, sin el engaño y las complicaciones humanas.

Amados amigos: Hemos sido llamados a vivir la excelencia de Cristo. Lo inalcanzable de tamaña excelencia podría intimidarnos en nuestra búsqueda a no ser porque la gracia de Dios ha abierto una puerta para que nos acerquemos. La excelencia de Dios manifestada en Cristo, no solamente se nos revela, sino que nos abre el camino para que entremos a disfrutar de ella.

Mi invitación de hoy es a no ser simples espectadores de la gloria de Dios que produce la excelencia, sino actores quienes permiten que el amor de Dios sature sus corazones y nos prepare para el servicio activo. Por lo tanto, podemos aspirar a la excelencia en todo lo que hagamos; nunca más tendremos que estar atados a un sentimiento de ciudadanos de segunda clase.

Cuando comencemos a ver que Jesús es el resplandor de la gloria de Dios, encontraremos que podemos alcanzar la excelencia personal como tendencia a hacer las cosas de la mejor manera posible y como un esfuerzo continuo para ofrecer al mundo lo mejor de nosotros.

Todo lo que hagamos, hagámoslo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiremos la recompensa. ¡Sirvamos a otros con la excelencia de Cristo! Fuerte abrazo y excelente fin de semana.

Columnista
27 abril, 2018

La excelencia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“Él, que es el resplandor de su gloria, la imagen misma de su sustancia…”: Hebreos 1,3. En nuestros corazones se albergan sueños de gloria, aunque la realidad de la vida y las limitaciones humanas tiendan a acallar nuestros deseos de alcanzar esos sueños. Jesús es el resplandor de la gloria de Dios. Él es el […]


“Él, que es el resplandor de su gloria, la imagen misma de su sustancia…”: Hebreos 1,3.

En nuestros corazones se albergan sueños de gloria, aunque la realidad de la vida y las limitaciones humanas tiendan a acallar nuestros deseos de alcanzar esos sueños.

Jesús es el resplandor de la gloria de Dios. Él es el reflejo de la inconmensurable excelencia de Dios. Cristo vino a traernos a su gloria. Él quiere darnos la capacidad de obtener lo que parecía lejano e imposible. Así que, es en ese nombre, que podemos experimentar y conocer la verdadera excelencia.

En nuestro medio hay una recurrente exigencia hacia la excelencia, se hace más notoria por la continua tendencia hacia la mediocridad. Somos tentados a conformarnos con menos de lo excelente. Lo bueno es enemigo de lo mejor y lo mejor es archienemigo de lo excelente. Nuestro propio sentido de limitación nos obliga a no esforzarnos por ser mejores; pero Cristo nos insta a que su gloria resplandezca y su imagen de excelencia sea refleja en nosotros.

Las presiones cotidianas dan cabida a lo común, al bajo nivel o la segunda categoría, pero “Cristo en vosotros la esperanza de gloria”, se refiere no solo a un futuro eterno, sino a disfrutar de la gloria de Dios obrando en y a través de nosotros.

Esa búsqueda constante de la excelencia es fatigosa. Está llena de imperfecciones, críticas y corrupción. En cambio, la manera de Dios es descansada, llena de gracia, bondad y misericordia. Nos asegura el experimentar y vivir en la excelencia de la gloria de Dios, sin el engaño y las complicaciones humanas.

Amados amigos: Hemos sido llamados a vivir la excelencia de Cristo. Lo inalcanzable de tamaña excelencia podría intimidarnos en nuestra búsqueda a no ser porque la gracia de Dios ha abierto una puerta para que nos acerquemos. La excelencia de Dios manifestada en Cristo, no solamente se nos revela, sino que nos abre el camino para que entremos a disfrutar de ella.

Mi invitación de hoy es a no ser simples espectadores de la gloria de Dios que produce la excelencia, sino actores quienes permiten que el amor de Dios sature sus corazones y nos prepare para el servicio activo. Por lo tanto, podemos aspirar a la excelencia en todo lo que hagamos; nunca más tendremos que estar atados a un sentimiento de ciudadanos de segunda clase.

Cuando comencemos a ver que Jesús es el resplandor de la gloria de Dios, encontraremos que podemos alcanzar la excelencia personal como tendencia a hacer las cosas de la mejor manera posible y como un esfuerzo continuo para ofrecer al mundo lo mejor de nosotros.

Todo lo que hagamos, hagámoslo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiremos la recompensa. ¡Sirvamos a otros con la excelencia de Cristo! Fuerte abrazo y excelente fin de semana.