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Columnista - 20 febrero, 2018

La educación como posibilidad

El 2017 cerró con 170 muertes de líderes sociales y en lo que va corrido del 2018, con los asesinatos de Jesús Orlando Grueso Obregón y Jonathan Cundumi Anchino, en Guapi, Cauca, el número de asesinatos de defensores de paz llega a los 29, según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz […]

El 2017 cerró con 170 muertes de líderes sociales y en lo que va corrido del 2018, con los asesinatos de Jesús Orlando Grueso Obregón y Jonathan Cundumi Anchino, en Guapi, Cauca, el número de asesinatos de defensores de paz llega a los 29, según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz).

Los problemas complejos de una sociedad dejan entrever la ineptitud de sus dirigentes. Es lo que sucede en la Colombia de hoy, donde cada quien tira para su lado. No se proponen ideas ni se refutan con argumentos, la batalla verbal por la presidencia gira en torno al castro-chavismo, la venezolanización, la guerra y la paz. Asistimos al espectáculo de la incontinencia, de la falta de respeto y la ignorancia. El ambiente está enrarecido por el populismo, el vandalismo, la polarización y las noticias falsas. Y la trágica historia allí, esperando la oportunidad para repetirse.

Alardeamos de ser una sociedad libre y abierta y nos escandalizamos de que en otros países la gente muera de hambre y los gobernantes se eternicen en el poder, como si aquí los mismos clanes y familias no llevasen toda la vida decidiendo nuestro futuro, como si aquí no silenciaran al que piensa distinto, como si aquí no hubiera hambre, como si esto fuera el Jardín del Edén.

Sacamos pecho de ser un país democrático, pero en realidad, desconocemos el verdadero significado de esa palabra. Pensamos que la democracia solo se limita a ir a las urnas un domingo cada cuatro años, entregando el voto al mejor postor, para después no tener más opción que pasar los siguientes cuatro años quejándonos y haciendo fuerza para que suceda un milagro.

Hemos despojado a la democracia de su espíritu primigenio. Pensamos que solo es cuestión de elegir, entre muchas opciones malas, al menos peor, y que el derecho a ser elegido está reservado a una casta privilegiada: los ricos y poderosos, o los conformes que agachan la cabeza ante el poder.

Nos han domesticado utilizando diversos medios: desde la violencia hasta la televisión que idiotiza. Panem et circenses, como dirían los romanos. Utilizando la pedagogía de la mentira han logrado la desintegración social de Colombia. Nos han hecho creer que la violencia y la guerra son el camino para alcanzar el progreso y el desarrollo. Se nos ha convencido que la guerra es la continuación de la actividad política. Nos han divido y nos hemos dejado dividir.

Los sucesos de estos primeros cincuenta días del 2018 nos recuerdan aquel tiempo, hace veinte años, cuando las bombas estallaban donde menos lo pensábamos y no teníamos más opción que encerrarnos, dentro de las cuatro paredes de nuestra casa, a esperar que cesara la horrible noche.

Todavía está fresca en nuestra memoria la matanza de la UP y el horror de la toma del Palacio de Justicia, las masacres de la ultraderecha y de la izquierda.

La historia se presenta como un fantasma, asustándonos, amenazándonos con sus opciones de probabilidad y la única solución es que empecemos a pensar en la educación como posibilidad.

Necesitamos que los intelectuales genuinos aparezcan y se comprometan con la educación de las generaciones futuras porque la educación es el único camino, el único instrumento que tenemos a mano, que no lo puede todo, pero sí tiene mucho a su alcance: humanizarnos.

Columnista
20 febrero, 2018

La educación como posibilidad

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Liñan Pitre

El 2017 cerró con 170 muertes de líderes sociales y en lo que va corrido del 2018, con los asesinatos de Jesús Orlando Grueso Obregón y Jonathan Cundumi Anchino, en Guapi, Cauca, el número de asesinatos de defensores de paz llega a los 29, según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz […]


El 2017 cerró con 170 muertes de líderes sociales y en lo que va corrido del 2018, con los asesinatos de Jesús Orlando Grueso Obregón y Jonathan Cundumi Anchino, en Guapi, Cauca, el número de asesinatos de defensores de paz llega a los 29, según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz).

Los problemas complejos de una sociedad dejan entrever la ineptitud de sus dirigentes. Es lo que sucede en la Colombia de hoy, donde cada quien tira para su lado. No se proponen ideas ni se refutan con argumentos, la batalla verbal por la presidencia gira en torno al castro-chavismo, la venezolanización, la guerra y la paz. Asistimos al espectáculo de la incontinencia, de la falta de respeto y la ignorancia. El ambiente está enrarecido por el populismo, el vandalismo, la polarización y las noticias falsas. Y la trágica historia allí, esperando la oportunidad para repetirse.

Alardeamos de ser una sociedad libre y abierta y nos escandalizamos de que en otros países la gente muera de hambre y los gobernantes se eternicen en el poder, como si aquí los mismos clanes y familias no llevasen toda la vida decidiendo nuestro futuro, como si aquí no silenciaran al que piensa distinto, como si aquí no hubiera hambre, como si esto fuera el Jardín del Edén.

Sacamos pecho de ser un país democrático, pero en realidad, desconocemos el verdadero significado de esa palabra. Pensamos que la democracia solo se limita a ir a las urnas un domingo cada cuatro años, entregando el voto al mejor postor, para después no tener más opción que pasar los siguientes cuatro años quejándonos y haciendo fuerza para que suceda un milagro.

Hemos despojado a la democracia de su espíritu primigenio. Pensamos que solo es cuestión de elegir, entre muchas opciones malas, al menos peor, y que el derecho a ser elegido está reservado a una casta privilegiada: los ricos y poderosos, o los conformes que agachan la cabeza ante el poder.

Nos han domesticado utilizando diversos medios: desde la violencia hasta la televisión que idiotiza. Panem et circenses, como dirían los romanos. Utilizando la pedagogía de la mentira han logrado la desintegración social de Colombia. Nos han hecho creer que la violencia y la guerra son el camino para alcanzar el progreso y el desarrollo. Se nos ha convencido que la guerra es la continuación de la actividad política. Nos han divido y nos hemos dejado dividir.

Los sucesos de estos primeros cincuenta días del 2018 nos recuerdan aquel tiempo, hace veinte años, cuando las bombas estallaban donde menos lo pensábamos y no teníamos más opción que encerrarnos, dentro de las cuatro paredes de nuestra casa, a esperar que cesara la horrible noche.

Todavía está fresca en nuestra memoria la matanza de la UP y el horror de la toma del Palacio de Justicia, las masacres de la ultraderecha y de la izquierda.

La historia se presenta como un fantasma, asustándonos, amenazándonos con sus opciones de probabilidad y la única solución es que empecemos a pensar en la educación como posibilidad.

Necesitamos que los intelectuales genuinos aparezcan y se comprometan con la educación de las generaciones futuras porque la educación es el único camino, el único instrumento que tenemos a mano, que no lo puede todo, pero sí tiene mucho a su alcance: humanizarnos.