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Columnista - 19 febrero, 2017

Por la decencia y la dignidad

Burda la patraseada de Bula en una carta en la que ni siquiera escribió bien su nombre, dejando muchas dudas. Es tan “oportuna” que más parece una constancia exigida o negociada. Vaya uno a saber. Y aunque al presidente le parezca que “más claro no canta un gallo”, lo que dijo Bula inicialmente también fue […]

Burda la patraseada de Bula en una carta en la que ni siquiera escribió bien su nombre, dejando muchas dudas. Es tan “oportuna” que más parece una constancia exigida o negociada. Vaya uno a saber. Y aunque al presidente le parezca que “más claro no canta un gallo”, lo que dijo Bula inicialmente también fue claro: “y esa plata era para el señor Roberto Prieto”. No puede ser que los testimonios que exoneran al Gobierno arrojan “claridad absoluta” por simple e injustificada declaración presidencial, pero los que lo inculpan son “absurdos e inaceptables”, como los calificó el Gobierno.

Pero esto es apenas una mancha en el lodazal de corrupción donde se hunden los valores de servicio que otrora inspiraban el quehacer político, lo que condujo inexorablemente a la deslegitimación de la democracia. Recuerdo cuando mi padre fue Senador y los candidatos a tan eximia dignidad –que lo era– salían de lo mejor de los partidos en las regiones; partidos que defendían ideas y no clientelas, “inversiones políticas” reembolsables o mezquinos intereses. Nunca oí hablar en casa de dinero para campañas, más allá del necesario para defender ideas en la plaza pública.

Pero la política dejó de hacerse con ideas y empezó a hacerse con dinero, que de alguna parte tenía que salir. Al margen de sus beneficios, mucho daño causó el Frente Nacional, cuando todo el Estado se convirtió en botín repartido milimétricamente por mitades.

La reforma del 68 institucionalizó el matrimonio de conveniencia entre el Legislativo y el Ejecutivo con los Auxilios Parlamentarios, que se repartían desde las poderosas comisiones cuartas. Enormes capitales y grandes negocios son hijos de esa vagabundería.

La Constitución del 91 los prohibió y creó la reposición por votos a los partidos, recursos que fueron insuficientes para el alto valor de las campañas y la ambición de muchos. Entonces tuvieron varios disfraces, hasta los “cupos indicativos” creados por el ministro Santos en el gobierno Pastrana.

La corrupción perforó los valores del quehacer político. Los partidos mutaron en “empresas electorales”, el triunfo a toda costa en “objetivo”, las campañas necesitaron “gerente” y los candidatos y sus ideas se volvieron productos vendidos con millonarias estrategias publicitarias. Por esa puerta entraron los dineros ilícitos y el país enfrentó el que creímos el mayor escándalo político de la historia: el proceso 8.000.

Pero el elefante nunca se fue y arremetió masivamente contra el erario: salud, educación, alimentación infantil, infraestructura; nada escapa al soborno y al robo desvergonzado, en medio de aterradora impunidad. Colombia no puede salir mal librada de esta crisis. Hay que salvar a la Nación de la debacle moral que compromete su existencia, y el Fiscal es el llamado a liderar la cruzada por la decencia y la dignidad.

Por José Félix Lafaurie Rivera

@jflafaurie

Columnista
19 febrero, 2017

Por la decencia y la dignidad

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Félix Lafaurie Rivera

Burda la patraseada de Bula en una carta en la que ni siquiera escribió bien su nombre, dejando muchas dudas. Es tan “oportuna” que más parece una constancia exigida o negociada. Vaya uno a saber. Y aunque al presidente le parezca que “más claro no canta un gallo”, lo que dijo Bula inicialmente también fue […]


Burda la patraseada de Bula en una carta en la que ni siquiera escribió bien su nombre, dejando muchas dudas. Es tan “oportuna” que más parece una constancia exigida o negociada. Vaya uno a saber. Y aunque al presidente le parezca que “más claro no canta un gallo”, lo que dijo Bula inicialmente también fue claro: “y esa plata era para el señor Roberto Prieto”. No puede ser que los testimonios que exoneran al Gobierno arrojan “claridad absoluta” por simple e injustificada declaración presidencial, pero los que lo inculpan son “absurdos e inaceptables”, como los calificó el Gobierno.

Pero esto es apenas una mancha en el lodazal de corrupción donde se hunden los valores de servicio que otrora inspiraban el quehacer político, lo que condujo inexorablemente a la deslegitimación de la democracia. Recuerdo cuando mi padre fue Senador y los candidatos a tan eximia dignidad –que lo era– salían de lo mejor de los partidos en las regiones; partidos que defendían ideas y no clientelas, “inversiones políticas” reembolsables o mezquinos intereses. Nunca oí hablar en casa de dinero para campañas, más allá del necesario para defender ideas en la plaza pública.

Pero la política dejó de hacerse con ideas y empezó a hacerse con dinero, que de alguna parte tenía que salir. Al margen de sus beneficios, mucho daño causó el Frente Nacional, cuando todo el Estado se convirtió en botín repartido milimétricamente por mitades.

La reforma del 68 institucionalizó el matrimonio de conveniencia entre el Legislativo y el Ejecutivo con los Auxilios Parlamentarios, que se repartían desde las poderosas comisiones cuartas. Enormes capitales y grandes negocios son hijos de esa vagabundería.

La Constitución del 91 los prohibió y creó la reposición por votos a los partidos, recursos que fueron insuficientes para el alto valor de las campañas y la ambición de muchos. Entonces tuvieron varios disfraces, hasta los “cupos indicativos” creados por el ministro Santos en el gobierno Pastrana.

La corrupción perforó los valores del quehacer político. Los partidos mutaron en “empresas electorales”, el triunfo a toda costa en “objetivo”, las campañas necesitaron “gerente” y los candidatos y sus ideas se volvieron productos vendidos con millonarias estrategias publicitarias. Por esa puerta entraron los dineros ilícitos y el país enfrentó el que creímos el mayor escándalo político de la historia: el proceso 8.000.

Pero el elefante nunca se fue y arremetió masivamente contra el erario: salud, educación, alimentación infantil, infraestructura; nada escapa al soborno y al robo desvergonzado, en medio de aterradora impunidad. Colombia no puede salir mal librada de esta crisis. Hay que salvar a la Nación de la debacle moral que compromete su existencia, y el Fiscal es el llamado a liderar la cruzada por la decencia y la dignidad.

Por José Félix Lafaurie Rivera

@jflafaurie