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Columnista - 16 abril, 2018

La cultura, esa cosa

La definición de José Lezama Lima sobre la cultura como la sobrenaturaleza, sigue siendo precisa. No hemos hecho más que tender un tapete sobre la naturaleza primaria y nutrirlo con cada invención, con cada creación humana, con las palabras y las cosas. Una multiplicidad justamente porque las palabras no siempre encajan con las cosas. Pero […]

La definición de José Lezama Lima sobre la cultura como la sobrenaturaleza, sigue siendo precisa. No hemos hecho más que tender un tapete sobre la naturaleza primaria y nutrirlo con cada invención, con cada creación humana, con las palabras y las cosas. Una multiplicidad justamente porque las palabras no siempre encajan con las cosas. Pero hemos nombrado, significado y vuelto a nombrar y a resignificar.

Esta multiplicidad de significados para una misma cosa es benevolencia del lenguaje y peligro. A la cultura la nombra el lenguaje y debe someterse al significado que le dan quienes la han estudiado y tienen una visión amplia de ella como para llamarla “sobrenaturaleza”, pero también a los que cortos de mirada responden pensando en las manifestaciones artísticas o folclóricas o simplemente la manera adecuada del comportamiento social. El debate es viejo y en el tapete cabe todo.

En esta época de elecciones no sobran los reclamos a los candidatos. Y bien vale de nuevo el reclamo por la cultura en la que parecen balbucear. Porque no es cosa melancólica para hacer alarde de una gran sensibilidad por las manifestaciones folclóricas o artísticas, pero tampoco es cosa para inculcar desde niños o para exportar o para el reconocimiento frente al mundo. En todo eso hay de la cultura, pero sobre todo debe reconocerse su movimiento y plasticidad, y atender sus aristas frente a su totalidad.

La consistencia que se les pide al hablar de la cultura tal vez atiende a la necesidad de ver a los candidatos moverse con fluidez en la propuesta sobre la cultura en un sentido transversal e íntegro, también económico. El presupuesto del Ministerio de Cultura que es el ente encargado de trazar la política pública es miserable, con su escasez parece un deudor que tapa un hueco y abre otro repartiendo la plata para los miles de proyectos culturales del país que requieren financiación. Vivimos rescatando a la cultura como a un moribundo con paliativos, no la alimentamos a diario para que sea alimento.

A veces me imagino que en la agenda de los candidatos el tema sobre la cultura está subrayado en gris. No responden con contundencia a ella como objeto, proceso, circuitos, producción, circulación, consumo, fenómeno, redes. No hay una definición de este país desde ahí. Tampoco se les pregunta por ella como por los temas puntillosos. No hay mayor exigencia para que respondan con proyectos, estadísticas y equiparaciones. Llegan a ella como si fuera el recreo en medio del debate y responden con emocionalidad y con la certeza de que se le necesita, eso sí. A lo mejor no terminan de encajar la palabra con esa cosa.

Columnista
16 abril, 2018

La cultura, esa cosa

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
María Angélica Pumarejo

La definición de José Lezama Lima sobre la cultura como la sobrenaturaleza, sigue siendo precisa. No hemos hecho más que tender un tapete sobre la naturaleza primaria y nutrirlo con cada invención, con cada creación humana, con las palabras y las cosas. Una multiplicidad justamente porque las palabras no siempre encajan con las cosas. Pero […]


La definición de José Lezama Lima sobre la cultura como la sobrenaturaleza, sigue siendo precisa. No hemos hecho más que tender un tapete sobre la naturaleza primaria y nutrirlo con cada invención, con cada creación humana, con las palabras y las cosas. Una multiplicidad justamente porque las palabras no siempre encajan con las cosas. Pero hemos nombrado, significado y vuelto a nombrar y a resignificar.

Esta multiplicidad de significados para una misma cosa es benevolencia del lenguaje y peligro. A la cultura la nombra el lenguaje y debe someterse al significado que le dan quienes la han estudiado y tienen una visión amplia de ella como para llamarla “sobrenaturaleza”, pero también a los que cortos de mirada responden pensando en las manifestaciones artísticas o folclóricas o simplemente la manera adecuada del comportamiento social. El debate es viejo y en el tapete cabe todo.

En esta época de elecciones no sobran los reclamos a los candidatos. Y bien vale de nuevo el reclamo por la cultura en la que parecen balbucear. Porque no es cosa melancólica para hacer alarde de una gran sensibilidad por las manifestaciones folclóricas o artísticas, pero tampoco es cosa para inculcar desde niños o para exportar o para el reconocimiento frente al mundo. En todo eso hay de la cultura, pero sobre todo debe reconocerse su movimiento y plasticidad, y atender sus aristas frente a su totalidad.

La consistencia que se les pide al hablar de la cultura tal vez atiende a la necesidad de ver a los candidatos moverse con fluidez en la propuesta sobre la cultura en un sentido transversal e íntegro, también económico. El presupuesto del Ministerio de Cultura que es el ente encargado de trazar la política pública es miserable, con su escasez parece un deudor que tapa un hueco y abre otro repartiendo la plata para los miles de proyectos culturales del país que requieren financiación. Vivimos rescatando a la cultura como a un moribundo con paliativos, no la alimentamos a diario para que sea alimento.

A veces me imagino que en la agenda de los candidatos el tema sobre la cultura está subrayado en gris. No responden con contundencia a ella como objeto, proceso, circuitos, producción, circulación, consumo, fenómeno, redes. No hay una definición de este país desde ahí. Tampoco se les pregunta por ella como por los temas puntillosos. No hay mayor exigencia para que respondan con proyectos, estadísticas y equiparaciones. Llegan a ella como si fuera el recreo en medio del debate y responden con emocionalidad y con la certeza de que se le necesita, eso sí. A lo mejor no terminan de encajar la palabra con esa cosa.