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Columnista - 1 septiembre, 2014

Ya era hora

El recuerdo es nítido: una triste tarde con olor a funeral y la conmoción general. En la prima tarde anterior (como decían nuestros mayores) fue asesinado, cuando llegaba a su casa, el magistrado Efraín Córdoba Castilla, de limpia vida y paradigma de superación constante, fue el primer muerto por sicarios que sacudió a Valledupar. Hubo […]

El recuerdo es nítido: una triste tarde con olor a funeral y la conmoción general. En la prima tarde anterior (como decían nuestros mayores) fue asesinado, cuando llegaba a su casa, el magistrado Efraín Córdoba Castilla, de limpia vida y paradigma de superación constante, fue el primer muerto por sicarios que sacudió a Valledupar.

Hubo discursos, indignación ante ese misterio que recubre esos casos y que solo permite las preguntas insistentes: ¿Por qué lo mataron? o ¿Quién lo hizo? Como todo misterio nunca habrá una respuesta completamente clara o quizás algún día se llegue a la “anagnórisis,” (término utilizado por Aristóteles en “La Poética”, para describir el momento del reconocimiento de la verdad).

Con los años su recuerdo ha quedado para los que lo conocimos y apreciamos, y como único monumento tumulario: una placa, en el sitio exacto en que lo mataron, en la carrera novena a la que bautizaron con su nombre, pero que nadie, especialmente de las nuevas generaciones, conoce ese detalle.

Por fin se le hizo honor a su memoria poniendo su nombre al Centro de Conciliación de la Universidad del Área Andina. Pero lo extraño es que en toda la ceremonia de inauguración no se le mencionó, ni en el protocolo que precede a los discursos, ni en los medios.

La atención se prestó al Procurador Alejandro Ordoñez, que sin importar las críticas de sus detractores, hay que reconocer que dio una cátedra magistral sobre la credibilidad en la justicia, con una sapiencia impresionante. Luego los niños del Turco Gil, lo homenajearon, al Procurador digo, y se formó una pequeña y tierna parrandita, como siempre.

Y no se nombró a Efraín Córdoba, como un mártir de la justicia, no se hizo una semblanza de su vida, por lo menos no en la primera parte de la programación, la mayoría de los que estaban allí no sabían ni saben nada de él; y pensar que, muchos como yo, fuimos a honrar su memoria, a darle un abrazo a Ligia, su esposa y a sus hijas, porque ya era hora del reconocimiento.

A pesar de todo eso, qué bueno, que importante, es que la Universidad del Área Andina, tome esas iniciativas: exaltar a nuestros valores, esos que ya no están pero que dejaron un recuerdo de entrega a una causa digna, de un trabajo limpio, de una vida recta. Eso hizo Efraín Córdoba Castilla, quien merece que su nombre no solo distinga una sala de una universidad, sino que su sacrificio sea conocido por las nuevas generaciones.

NOTICA: Hurtado merece un puente acorde con el crecimiento de la ciudad. El parque lineal, delicia para los caminantes, merece el paso de una patrulla de la policía para sentir que hay seguridad.

Columnista
1 septiembre, 2014

Ya era hora

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

El recuerdo es nítido: una triste tarde con olor a funeral y la conmoción general. En la prima tarde anterior (como decían nuestros mayores) fue asesinado, cuando llegaba a su casa, el magistrado Efraín Córdoba Castilla, de limpia vida y paradigma de superación constante, fue el primer muerto por sicarios que sacudió a Valledupar. Hubo […]


El recuerdo es nítido: una triste tarde con olor a funeral y la conmoción general. En la prima tarde anterior (como decían nuestros mayores) fue asesinado, cuando llegaba a su casa, el magistrado Efraín Córdoba Castilla, de limpia vida y paradigma de superación constante, fue el primer muerto por sicarios que sacudió a Valledupar.

Hubo discursos, indignación ante ese misterio que recubre esos casos y que solo permite las preguntas insistentes: ¿Por qué lo mataron? o ¿Quién lo hizo? Como todo misterio nunca habrá una respuesta completamente clara o quizás algún día se llegue a la “anagnórisis,” (término utilizado por Aristóteles en “La Poética”, para describir el momento del reconocimiento de la verdad).

Con los años su recuerdo ha quedado para los que lo conocimos y apreciamos, y como único monumento tumulario: una placa, en el sitio exacto en que lo mataron, en la carrera novena a la que bautizaron con su nombre, pero que nadie, especialmente de las nuevas generaciones, conoce ese detalle.

Por fin se le hizo honor a su memoria poniendo su nombre al Centro de Conciliación de la Universidad del Área Andina. Pero lo extraño es que en toda la ceremonia de inauguración no se le mencionó, ni en el protocolo que precede a los discursos, ni en los medios.

La atención se prestó al Procurador Alejandro Ordoñez, que sin importar las críticas de sus detractores, hay que reconocer que dio una cátedra magistral sobre la credibilidad en la justicia, con una sapiencia impresionante. Luego los niños del Turco Gil, lo homenajearon, al Procurador digo, y se formó una pequeña y tierna parrandita, como siempre.

Y no se nombró a Efraín Córdoba, como un mártir de la justicia, no se hizo una semblanza de su vida, por lo menos no en la primera parte de la programación, la mayoría de los que estaban allí no sabían ni saben nada de él; y pensar que, muchos como yo, fuimos a honrar su memoria, a darle un abrazo a Ligia, su esposa y a sus hijas, porque ya era hora del reconocimiento.

A pesar de todo eso, qué bueno, que importante, es que la Universidad del Área Andina, tome esas iniciativas: exaltar a nuestros valores, esos que ya no están pero que dejaron un recuerdo de entrega a una causa digna, de un trabajo limpio, de una vida recta. Eso hizo Efraín Córdoba Castilla, quien merece que su nombre no solo distinga una sala de una universidad, sino que su sacrificio sea conocido por las nuevas generaciones.

NOTICA: Hurtado merece un puente acorde con el crecimiento de la ciudad. El parque lineal, delicia para los caminantes, merece el paso de una patrulla de la policía para sentir que hay seguridad.