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Columnista - 12 diciembre, 2014

Vendavales

“Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”: Rm 8,37. Nos encontramos en una época feroz y desesperada. No es cuestión de pesimismo o entusiasmo profético. La cruda realidad del tiempo en que vivimos está demandando una acción definitiva de nuestra parte. El Espíritu Santo del Dios […]

“Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”: Rm 8,37.

Nos encontramos en una época feroz y desesperada. No es cuestión de pesimismo o entusiasmo profético. La cruda realidad del tiempo en que vivimos está demandando una acción definitiva de nuestra parte. El Espíritu Santo del Dios vivo está comprometiendo a todo el pueblo de Dios con una llamada renovadora, avivadora para abrirse a la gloria de su gracia en la plenitud de la verdad, cuyo objetivo es prepararnos y fortalecernos frente a los espíritus antagónicos del engaño y la destrucción; estamos destinados a ser sal y luz para estos tiempos.
Por un lado, está el río de la vida que fluye de Dios hacia el hombre interior de quienes creen en Cristo, y rebosando por medio de y más allá de cada uno de nosotros, para regar un mundo sediento. Por el otro lado, en dirección diametralmente opuesta, está la corriente corrompida de los que tienen una mentalidad sucia y una conducta dudosa, arrastrando hacia la confusión.
Si los de la primera corriente, mantenemos nuestra vida centradas en ese manantial puro de Dios, una dinámica santa se generará por el poder de Dios fluyendo de manera natural en nosotros para atraer a quienes están afectados por el trago amargo de la corriente impura de la cual procuran ser rescatados, una corriente que los deja secos mientras pretendían saciarse.
Queridos amigos lectores, más allá de los vendavales y los conflictos, hay una certeza fundamental: ¡Dios está en control! El pueblo de Dios no puede estar a merced de las circunstancias. Siempre podemos esperar lo mejor del cielo para nuestras casas. Así que, con gran confianza podemos buscarlo, a pesar de la desolación de la escena presente que nos rodea.
Puesto que todos encontramos vientos fuertes, mientras queremos mantenernos alineados con el trono de Dios, me permito invitar a dos cosas: Primera, a que escuchemos a Dios: Dios habla a todos mediante la naturaleza y la creación. Mediante nuestra conciencia como voz interna. Dios habla en la Biblia, la palabra escrita. Dios ha hablado en su Hijo unigénito. Dios habla en el Magisterio y la asamblea de la iglesia. En fin, nadie está exento de experimentar mensajes directos del Dios Todopoderoso, así que se hace menester agudizar nuestros oídos espirituales para captar y discernir la voz de Dios que trae consuelo y dirección a nuestras vidas, guiándonos a orar contra los ventarrones de calamidades que nuestro enemigo diseñará contra nosotros.
Segunda, también somos llamados a orar por los ventarrones de bendiciones que Dios quiere enviar como brisas de gozo sobre nosotros. Debemos orar por un derramamiento, por un avivamiento del Espíritu en nuestras familias. Orar por nuestros hijos y nietos para que el propósito de Dios se cumpla en ellos y puedan ser preparados como una generación que ame y sirva a Cristo con alegría y sencillez de corazón.
Finalmente, caminemos en la plenitud de los recursos, y como el pueblo de Israel, que esperaba el día de su liberación en Egipto, aun cuando la oscuridad se podía sentir afuera, ellos tenían luz en sus habitaciones; así hoy, el clima de los tiempos no será diferente. Somos los redimidos, nuestro futuro está guardado en las manos del Señor. Y a pesar de los vendavales y de la aparente oscuridad, Dios nos ha llamado a tener paz en nuestro interior y luz en nuestras casas.
Parafraseando aquella canción de los Betos, “vienen avalanchas, vienen huracanes, también veo volcanes llenos de bendiciones…” ¡Ánimo, somos más que vencedores!
Abrazos y muchas bendiciones en Cristo.

Columnista
12 diciembre, 2014

Vendavales

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”: Rm 8,37. Nos encontramos en una época feroz y desesperada. No es cuestión de pesimismo o entusiasmo profético. La cruda realidad del tiempo en que vivimos está demandando una acción definitiva de nuestra parte. El Espíritu Santo del Dios […]


“Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”: Rm 8,37.

Nos encontramos en una época feroz y desesperada. No es cuestión de pesimismo o entusiasmo profético. La cruda realidad del tiempo en que vivimos está demandando una acción definitiva de nuestra parte. El Espíritu Santo del Dios vivo está comprometiendo a todo el pueblo de Dios con una llamada renovadora, avivadora para abrirse a la gloria de su gracia en la plenitud de la verdad, cuyo objetivo es prepararnos y fortalecernos frente a los espíritus antagónicos del engaño y la destrucción; estamos destinados a ser sal y luz para estos tiempos.
Por un lado, está el río de la vida que fluye de Dios hacia el hombre interior de quienes creen en Cristo, y rebosando por medio de y más allá de cada uno de nosotros, para regar un mundo sediento. Por el otro lado, en dirección diametralmente opuesta, está la corriente corrompida de los que tienen una mentalidad sucia y una conducta dudosa, arrastrando hacia la confusión.
Si los de la primera corriente, mantenemos nuestra vida centradas en ese manantial puro de Dios, una dinámica santa se generará por el poder de Dios fluyendo de manera natural en nosotros para atraer a quienes están afectados por el trago amargo de la corriente impura de la cual procuran ser rescatados, una corriente que los deja secos mientras pretendían saciarse.
Queridos amigos lectores, más allá de los vendavales y los conflictos, hay una certeza fundamental: ¡Dios está en control! El pueblo de Dios no puede estar a merced de las circunstancias. Siempre podemos esperar lo mejor del cielo para nuestras casas. Así que, con gran confianza podemos buscarlo, a pesar de la desolación de la escena presente que nos rodea.
Puesto que todos encontramos vientos fuertes, mientras queremos mantenernos alineados con el trono de Dios, me permito invitar a dos cosas: Primera, a que escuchemos a Dios: Dios habla a todos mediante la naturaleza y la creación. Mediante nuestra conciencia como voz interna. Dios habla en la Biblia, la palabra escrita. Dios ha hablado en su Hijo unigénito. Dios habla en el Magisterio y la asamblea de la iglesia. En fin, nadie está exento de experimentar mensajes directos del Dios Todopoderoso, así que se hace menester agudizar nuestros oídos espirituales para captar y discernir la voz de Dios que trae consuelo y dirección a nuestras vidas, guiándonos a orar contra los ventarrones de calamidades que nuestro enemigo diseñará contra nosotros.
Segunda, también somos llamados a orar por los ventarrones de bendiciones que Dios quiere enviar como brisas de gozo sobre nosotros. Debemos orar por un derramamiento, por un avivamiento del Espíritu en nuestras familias. Orar por nuestros hijos y nietos para que el propósito de Dios se cumpla en ellos y puedan ser preparados como una generación que ame y sirva a Cristo con alegría y sencillez de corazón.
Finalmente, caminemos en la plenitud de los recursos, y como el pueblo de Israel, que esperaba el día de su liberación en Egipto, aun cuando la oscuridad se podía sentir afuera, ellos tenían luz en sus habitaciones; así hoy, el clima de los tiempos no será diferente. Somos los redimidos, nuestro futuro está guardado en las manos del Señor. Y a pesar de los vendavales y de la aparente oscuridad, Dios nos ha llamado a tener paz en nuestro interior y luz en nuestras casas.
Parafraseando aquella canción de los Betos, “vienen avalanchas, vienen huracanes, también veo volcanes llenos de bendiciones…” ¡Ánimo, somos más que vencedores!
Abrazos y muchas bendiciones en Cristo.