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Columnista - 20 octubre, 2014

Unos comentarios misceláneos

En todas partes se habla del ébola, de manera superficial o con preocupación. Estamos expuestos a las veleidades de un mal que puede llegar y tomar forma en el lugar del mundo que menos lo espera. Tiene tanta similitud el ébola con La peste, de Albert Camus, tanto que en ambas se inician en África, […]

En todas partes se habla del ébola, de manera superficial o con preocupación. Estamos expuestos a las veleidades de un mal que puede llegar y tomar forma en el lugar del mundo que menos lo espera.
Tiene tanta similitud el ébola con La peste, de Albert Camus, tanto que en ambas se inician en África, el libro: con la muerte de ratas; él ébola, al parecer, por murciélagos frugívoros (algunas tribus se alimentan con ellos) que infectan a mamíferos.
Hay desespero de la comunidad científica por buscar la vacuna o lo que sea que ayude a parar la propagación del terrible mal, en la novela el inolvidable doctor Rieux, símbolo se la solidaridad humana, en compañía de Rambert también buscan con desesperación como frenar la peste bubónica que ataca a Orán; una novela catalogada entre las más importantes del mundo literario.
Sin embargo, mi tema no es hacer una estricta comparación entre la situación actual y el libro de Camus; no, me llamó la atención que en España se formó una tremolina porque se sacrificó al perro Excalibur (espada del Rey Arturo), porque se presumía que estaba apestado, la sociedad protectora de animales se interesó más por la vida del perrito que por la salud de la colectividad.
Vale más la vida de un perro, que la vida de miles de afectados africanos, tirados en las calles y en los montes porque, nadie quiere levantarlos por temor a contagiarse. A eso no se le hace bulla.
La imagen de un niño tirado en el piso, muerto, con los ojos abiertos y los brazos extendido a los lados, me impresionó de tal manera que no se me puede borrar. ¡Pobre gente, pobre mundo! Camus lo dijo (o el doctor Rieux): “Somos iguales de culpables al nacer, somos potencialmente víctimas de la naturaleza”.
Tenía que llegar el ébola a España y que murieran dos misioneros, tenían que morir otros dos ciudadanos en los Estados Unidos, para comenzar a hablar de protocolos, de cómo atajar lo que puede convertirse en una pandemia, para que se fijara la mirada en el infortunado continente que no solo tiene que luchar con el hambre, la soledad, la carencia de servicios básicos, sino que ha sido cuna del Sida y ahora de esta infección terrorífica que tiene en vilo al mundo.
Los protocolos son importantes, pero un tanto egoístas, hay que desarrollar programas allá en donde está el brote tremendo, en donde la dignidad humana se revuelca contra el suelo como único alivio hasta cuando muere; no es cerrar las puertas de nuestros países, echarles llave, y dejar que los africanos, los pobres, los desprotegidos sigan cayendo irredentos. En el libro que comento se llega a insinuar que puede mirarse la peste “como una posibilidad de castigo divino”. Se me acabó el espacio.
NOTICA. El reconocimiento que hice a los columnistas, fue asunto mío, de mi afecto por todos; no fue mandato de El Pilón; no trabajo el periodismo pagado. Gracias a Darío Arregocés por su mensaje de agradecimiento, siempre caballeroso.

Columnista
20 octubre, 2014

Unos comentarios misceláneos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

En todas partes se habla del ébola, de manera superficial o con preocupación. Estamos expuestos a las veleidades de un mal que puede llegar y tomar forma en el lugar del mundo que menos lo espera. Tiene tanta similitud el ébola con La peste, de Albert Camus, tanto que en ambas se inician en África, […]


En todas partes se habla del ébola, de manera superficial o con preocupación. Estamos expuestos a las veleidades de un mal que puede llegar y tomar forma en el lugar del mundo que menos lo espera.
Tiene tanta similitud el ébola con La peste, de Albert Camus, tanto que en ambas se inician en África, el libro: con la muerte de ratas; él ébola, al parecer, por murciélagos frugívoros (algunas tribus se alimentan con ellos) que infectan a mamíferos.
Hay desespero de la comunidad científica por buscar la vacuna o lo que sea que ayude a parar la propagación del terrible mal, en la novela el inolvidable doctor Rieux, símbolo se la solidaridad humana, en compañía de Rambert también buscan con desesperación como frenar la peste bubónica que ataca a Orán; una novela catalogada entre las más importantes del mundo literario.
Sin embargo, mi tema no es hacer una estricta comparación entre la situación actual y el libro de Camus; no, me llamó la atención que en España se formó una tremolina porque se sacrificó al perro Excalibur (espada del Rey Arturo), porque se presumía que estaba apestado, la sociedad protectora de animales se interesó más por la vida del perrito que por la salud de la colectividad.
Vale más la vida de un perro, que la vida de miles de afectados africanos, tirados en las calles y en los montes porque, nadie quiere levantarlos por temor a contagiarse. A eso no se le hace bulla.
La imagen de un niño tirado en el piso, muerto, con los ojos abiertos y los brazos extendido a los lados, me impresionó de tal manera que no se me puede borrar. ¡Pobre gente, pobre mundo! Camus lo dijo (o el doctor Rieux): “Somos iguales de culpables al nacer, somos potencialmente víctimas de la naturaleza”.
Tenía que llegar el ébola a España y que murieran dos misioneros, tenían que morir otros dos ciudadanos en los Estados Unidos, para comenzar a hablar de protocolos, de cómo atajar lo que puede convertirse en una pandemia, para que se fijara la mirada en el infortunado continente que no solo tiene que luchar con el hambre, la soledad, la carencia de servicios básicos, sino que ha sido cuna del Sida y ahora de esta infección terrorífica que tiene en vilo al mundo.
Los protocolos son importantes, pero un tanto egoístas, hay que desarrollar programas allá en donde está el brote tremendo, en donde la dignidad humana se revuelca contra el suelo como único alivio hasta cuando muere; no es cerrar las puertas de nuestros países, echarles llave, y dejar que los africanos, los pobres, los desprotegidos sigan cayendo irredentos. En el libro que comento se llega a insinuar que puede mirarse la peste “como una posibilidad de castigo divino”. Se me acabó el espacio.
NOTICA. El reconocimiento que hice a los columnistas, fue asunto mío, de mi afecto por todos; no fue mandato de El Pilón; no trabajo el periodismo pagado. Gracias a Darío Arregocés por su mensaje de agradecimiento, siempre caballeroso.