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Columnista - 29 marzo, 2015

Tus heridas nos han curado

Las puertas del Paraíso habían sido cerradas en cumplimiento de la sentencia dictada por el Todopoderoso contra el ser humano. La pretensión de llegar a ser como Dios y de decidir sobre el bien y el mal al margen de la opinión de la divinidad, había tenido como consecuencia la exclusión del Cielo. El hombre […]

Las puertas del Paraíso habían sido cerradas en cumplimiento de la sentencia dictada por el Todopoderoso contra el ser humano. La pretensión de llegar a ser como Dios y de decidir sobre el bien y el mal al margen de la opinión de la divinidad, había tenido como consecuencia la exclusión del Cielo. El hombre se encontraba condenado a una vida temporal llena de limitaciones, sin más esperanza que la de la muerte, fin de sus cuitas sobre la tierra.

Pero el Creador, que había planeado desde el principio la felicidad para la más excelsa de sus creaturas, habría de cambiar súbitamente la suerte de quien no fue concebido para morir. En el colmo de su misericordia, y ante la admiración de la creación entera, el Hijo de Dios nació como hombre en el pesebre de Belén. Sus días infantiles transcurrieron entre risas y juegos, bajo la tutoría de sus padres; su juventud caracterizada por alegría de los amigos y su adultez por el amor hasta el extremo.

La desobediencia de Adán dio poder a la muerte sobre la humanidad, la obediencia de Cristo quitó a la muerte tal poder y devolvió a los hombres la posibilidad de vivir más allá de la existencia terrena. El Calvario lucía lúgubre, el sol opacó su brillo, como si se negara a observar la escena desgarradora en la que Dios moría; un puñado de personas lloraba a cierta distancia, otro pequeño grupo reía macabramente observando al agonizante; aferrada a los pies ensangrentados del Mesías la Madre veía morir a quien sabía inmortal y, clavado de pies y manos, el Verbo eterno del Padre silenció su voz. La tierra se estremeció, jamás estuvo la vida tan dentro de la muerte.

Hoy iniciamos la Semana Santa, hoy aclamamos a Jesús que, triunfante pero humilde, entra a Jerusalén. No olvidemos que, tal vez, algunos de los que le aclamaron como Rey pidieron días después su crucifixión. Al llevar el jueves tendremos la oportunidad de traer a la memoria y de revivir momentos cruciales de la vida de Jesús y centrales para nuestra fe: el mandamiento del amor, la institución de la Eucaristía, el lavatorio de los pies, la institución del sacerdocio. No olvidemos que entre el selecto grupo de los doce estaba también el traidor. El viernes asistiremos como espectadores a otro acontecimiento que contradice nuestra lógica: la muerte hinca sus dientes e inyecta su veneno en la misma vida. No olvidemos que, también como espectadores estaban quienes querían la muerte del Mesías.

Es Semana Santa, es momento de revivir los últimos días de nuestro Señor en la tierra, pero es también momento de recordar que en cada uno de nosotros vive un poco del pueblo que pidió su crucifixión, del Judas que le traicionó y de los soldados que le clavaron en la cruz. No somos más que seres humanos, débiles, pequeños, inclinados al mal, pero de todas formas amados por Dios. En efecto, si no hubiera sido por esta realidad de nuestra naturaleza, no habría venido el Hijo de Dios; por eso la noche de Pascua cantaremos alegres: ¡Oh, feliz culpa que mereció tan grande Redentor!

Finalmente, recordemos que el Cristo desfigurado del calvario es el mismo que, glorioso, se levanta de entre los muertos. Semana Santa no puede ser simplemente el recuerdo o la escenificación de la Pasión y Muerte de Jesús, tiene que ser la viva expresión de su resurrección y presencia entre nosotros.

Post Scriptum: Extrañaré los dulces, las procesiones, las celebraciones litúrgicas y hasta el receso escolar. Aquí en la China ésta es simplemente una semana más.

Columnista
29 marzo, 2015

Tus heridas nos han curado

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

Las puertas del Paraíso habían sido cerradas en cumplimiento de la sentencia dictada por el Todopoderoso contra el ser humano. La pretensión de llegar a ser como Dios y de decidir sobre el bien y el mal al margen de la opinión de la divinidad, había tenido como consecuencia la exclusión del Cielo. El hombre […]


Las puertas del Paraíso habían sido cerradas en cumplimiento de la sentencia dictada por el Todopoderoso contra el ser humano. La pretensión de llegar a ser como Dios y de decidir sobre el bien y el mal al margen de la opinión de la divinidad, había tenido como consecuencia la exclusión del Cielo. El hombre se encontraba condenado a una vida temporal llena de limitaciones, sin más esperanza que la de la muerte, fin de sus cuitas sobre la tierra.

Pero el Creador, que había planeado desde el principio la felicidad para la más excelsa de sus creaturas, habría de cambiar súbitamente la suerte de quien no fue concebido para morir. En el colmo de su misericordia, y ante la admiración de la creación entera, el Hijo de Dios nació como hombre en el pesebre de Belén. Sus días infantiles transcurrieron entre risas y juegos, bajo la tutoría de sus padres; su juventud caracterizada por alegría de los amigos y su adultez por el amor hasta el extremo.

La desobediencia de Adán dio poder a la muerte sobre la humanidad, la obediencia de Cristo quitó a la muerte tal poder y devolvió a los hombres la posibilidad de vivir más allá de la existencia terrena. El Calvario lucía lúgubre, el sol opacó su brillo, como si se negara a observar la escena desgarradora en la que Dios moría; un puñado de personas lloraba a cierta distancia, otro pequeño grupo reía macabramente observando al agonizante; aferrada a los pies ensangrentados del Mesías la Madre veía morir a quien sabía inmortal y, clavado de pies y manos, el Verbo eterno del Padre silenció su voz. La tierra se estremeció, jamás estuvo la vida tan dentro de la muerte.

Hoy iniciamos la Semana Santa, hoy aclamamos a Jesús que, triunfante pero humilde, entra a Jerusalén. No olvidemos que, tal vez, algunos de los que le aclamaron como Rey pidieron días después su crucifixión. Al llevar el jueves tendremos la oportunidad de traer a la memoria y de revivir momentos cruciales de la vida de Jesús y centrales para nuestra fe: el mandamiento del amor, la institución de la Eucaristía, el lavatorio de los pies, la institución del sacerdocio. No olvidemos que entre el selecto grupo de los doce estaba también el traidor. El viernes asistiremos como espectadores a otro acontecimiento que contradice nuestra lógica: la muerte hinca sus dientes e inyecta su veneno en la misma vida. No olvidemos que, también como espectadores estaban quienes querían la muerte del Mesías.

Es Semana Santa, es momento de revivir los últimos días de nuestro Señor en la tierra, pero es también momento de recordar que en cada uno de nosotros vive un poco del pueblo que pidió su crucifixión, del Judas que le traicionó y de los soldados que le clavaron en la cruz. No somos más que seres humanos, débiles, pequeños, inclinados al mal, pero de todas formas amados por Dios. En efecto, si no hubiera sido por esta realidad de nuestra naturaleza, no habría venido el Hijo de Dios; por eso la noche de Pascua cantaremos alegres: ¡Oh, feliz culpa que mereció tan grande Redentor!

Finalmente, recordemos que el Cristo desfigurado del calvario es el mismo que, glorioso, se levanta de entre los muertos. Semana Santa no puede ser simplemente el recuerdo o la escenificación de la Pasión y Muerte de Jesús, tiene que ser la viva expresión de su resurrección y presencia entre nosotros.

Post Scriptum: Extrañaré los dulces, las procesiones, las celebraciones litúrgicas y hasta el receso escolar. Aquí en la China ésta es simplemente una semana más.