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Columnista - 4 marzo, 2015

¿Se incendia Venezuela?

Hace por lo menos cuatro décadas los habitantes del Cesar, La Guajira y los Santanderes éramos testigos de primer orden de la opulencia, el progreso y el nivel de vida de nuestros apreciados vecinos de Venezuela, lo cual era muy notorio en el comercio ágil de sus productos alimenticios de primera calidad que nos llegaban […]

Hace por lo menos cuatro décadas los habitantes del Cesar, La Guajira y los Santanderes éramos testigos de primer orden de la opulencia, el progreso y el nivel de vida de nuestros apreciados vecinos de Venezuela, lo cual era muy notorio en el comercio ágil de sus productos alimenticios de primera calidad que nos llegaban diariamente a Valledupar, Riohacha y Cúcuta. Sus vehículos automotores de todas las marcas y modelos circulaban libremente y consumían gasolina venezolana casi regalada.

En sus estadías vacacionales en el Rodadero alquilaban o compraban apartamentos sin limitaciones. Además, nos invadían con sus programas noticiosos de Radio Caracas y con las transmisiones de televisión de Sábados Sensacionales. Amenizaban nuestras fiestas con la música de la Billos Caracas Boys, Los Melódicos y Pastor López; premiaban a sus mejores profesionales especializándolos en el exterior en las mejores universidades con resultados poco alentadores.

Las economías de nuestros dos países son claramente complementarias y cerca de cuatro millones de colombianos viven y trabajan en la patria de Bolívar. Los tiempos han cambiado. Hoy, el bravo pueblo de Venezuela se encuentra desabastecido de alimentos básicos y medicinas, con una inflación galopante del 68 por ciento, con unos indicadores de seguridad que producen escalofríos, y una caída significativa en los precios del petróleo que los mantiene prevenidos y de mal genio. La Venezuela contemporánea tiene un modelo de Gobierno de marcado corte socialista chavista que muestra un fracaso evidente de gestión con reiteradas muestras de inmadurez y preparación. Además, se jacta del tratamiento de opresión y desdén que le da a una oposición mayoritaria, digna, desarmada y valiente.

Este gobierno de Maduro siempre tiene la intención de amordazar a sus oponentes para reducirlos a su mínima expresión, encarcelando a sus líderes para mostrarlos como trofeos de su guerra sucia, rechazando el diálogo directo, civilizado, con resultados medibles y sin violencia. Solo Colombia, Chile y Estados Unidos se han manifestado de alguna manera sobre la situación de crisis que vive Venezuela olvidando que en un eventual incendio en ese país, el humo y las cenizas contaminantes necesariamente caerán en Colombia, en su zona fronteriza y en América Central.

La OEA y UNASUR guardan prudentes silencios. Las demás naciones tienen posiciones acomodadas en el principio anticuado de no intervención en países con democracias y gobiernos elegidos legalmente con el voto popular. Esperamos que estos dirigentes duerman una siesta corta, reparadora y sin lamentaciones futuras de conciencia.

No tenemos razones de mediano plazo para reconciliarnos con el optimismo en Venezuela donde el deterioro de los derechos humanos, la concentración del poder, la dependencia judicial y las limitaciones al trabajo, son el pan de cada día. ¡No permitamos que se agote la esperanza!

Columnista
4 marzo, 2015

¿Se incendia Venezuela?

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Gustavo Cotez Medina

Hace por lo menos cuatro décadas los habitantes del Cesar, La Guajira y los Santanderes éramos testigos de primer orden de la opulencia, el progreso y el nivel de vida de nuestros apreciados vecinos de Venezuela, lo cual era muy notorio en el comercio ágil de sus productos alimenticios de primera calidad que nos llegaban […]


Hace por lo menos cuatro décadas los habitantes del Cesar, La Guajira y los Santanderes éramos testigos de primer orden de la opulencia, el progreso y el nivel de vida de nuestros apreciados vecinos de Venezuela, lo cual era muy notorio en el comercio ágil de sus productos alimenticios de primera calidad que nos llegaban diariamente a Valledupar, Riohacha y Cúcuta. Sus vehículos automotores de todas las marcas y modelos circulaban libremente y consumían gasolina venezolana casi regalada.

En sus estadías vacacionales en el Rodadero alquilaban o compraban apartamentos sin limitaciones. Además, nos invadían con sus programas noticiosos de Radio Caracas y con las transmisiones de televisión de Sábados Sensacionales. Amenizaban nuestras fiestas con la música de la Billos Caracas Boys, Los Melódicos y Pastor López; premiaban a sus mejores profesionales especializándolos en el exterior en las mejores universidades con resultados poco alentadores.

Las economías de nuestros dos países son claramente complementarias y cerca de cuatro millones de colombianos viven y trabajan en la patria de Bolívar. Los tiempos han cambiado. Hoy, el bravo pueblo de Venezuela se encuentra desabastecido de alimentos básicos y medicinas, con una inflación galopante del 68 por ciento, con unos indicadores de seguridad que producen escalofríos, y una caída significativa en los precios del petróleo que los mantiene prevenidos y de mal genio. La Venezuela contemporánea tiene un modelo de Gobierno de marcado corte socialista chavista que muestra un fracaso evidente de gestión con reiteradas muestras de inmadurez y preparación. Además, se jacta del tratamiento de opresión y desdén que le da a una oposición mayoritaria, digna, desarmada y valiente.

Este gobierno de Maduro siempre tiene la intención de amordazar a sus oponentes para reducirlos a su mínima expresión, encarcelando a sus líderes para mostrarlos como trofeos de su guerra sucia, rechazando el diálogo directo, civilizado, con resultados medibles y sin violencia. Solo Colombia, Chile y Estados Unidos se han manifestado de alguna manera sobre la situación de crisis que vive Venezuela olvidando que en un eventual incendio en ese país, el humo y las cenizas contaminantes necesariamente caerán en Colombia, en su zona fronteriza y en América Central.

La OEA y UNASUR guardan prudentes silencios. Las demás naciones tienen posiciones acomodadas en el principio anticuado de no intervención en países con democracias y gobiernos elegidos legalmente con el voto popular. Esperamos que estos dirigentes duerman una siesta corta, reparadora y sin lamentaciones futuras de conciencia.

No tenemos razones de mediano plazo para reconciliarnos con el optimismo en Venezuela donde el deterioro de los derechos humanos, la concentración del poder, la dependencia judicial y las limitaciones al trabajo, son el pan de cada día. ¡No permitamos que se agote la esperanza!