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Columnista - 24 diciembre, 2014

Razón y revelación (II)

Esta segunda parte -justamente se corresponde con la línea de pensamiento de la primera, publicada el diez de los corrientes en éste periódico. Es como el desarrollo práctico del subtema: Religión y política, que ahora desarrollo. Se trata de dos dimensiones de la naturaleza del hombre, inseparables, en tanto tienen como objeto a la misma […]

Esta segunda parte -justamente se corresponde con la línea de pensamiento de la primera, publicada el diez de los corrientes en éste periódico. Es como el desarrollo práctico del subtema: Religión y política, que ahora desarrollo.

Se trata de dos dimensiones de la naturaleza del hombre, inseparables, en tanto tienen como objeto a la misma persona humana. Es necesario buscar qué se da a Dios y qué al César. Así como es rechazable un clericalismo o cesaropapismo, que lleve a pretender que la iglesia o sus fieles a nombre de ella se entrometan en los asuntos estatales, es igualmente reprochable un laicismo que busque relegar el tema religioso al interior de las conciencias y que rechace, como está ocurriendo en nuestro país y en buena parte del mundo, que los creyentes intervengamos en política, defendiendo, no a nombre de la jerarquía sino a título personal, nuestros principios, en temas que tocan tanto con nuestras creencias como con las regulaciones jurídicas.

Nuestra Constitución establece que las autoridades públicas están constituidas para proteger el libre ejercicio de las creencias e incluso el proselitismo de ellas – Artículo 19-. Por tanto, el fundamentalismo irreligioso excluyente no está autorizado por nuestra carta política, sino la “libertad religiosa”, para que no haya antagonismo entre secularidad y sacralidad –que suele ser fatal.

Desde luego que a todas luces, conviene repetir aquí que resulta conveniente el deslinde funcional respecto de sus particulares dinamismos, pero sin llegar al error político de impedir o prohibir la libre expresión religiosa, considerada hoy día un derecho humano fundamental.

Cómo evidentemente ha ocurrido, y ocurre, por parte de algunas dictaduras ideológicas, que como tales no solamente oprimen el libre juego democrático de las naciones, sino también cancelan la espontaneidad religiosa y someten a su yugo la integra legislación atinente a la institución de la familia.
También es necesario insistir, que tanto la religión como la política, promueven la ética y fomentan las virtudes humanas, por tanto exaltan al hombre y lo llevan a desear, buscar y cuidar el bien de los demás, su prójimo; esta es la razón por la cual buscando ambas el mismo fin terrenal, en tal aspecto, su alianza, aunque separados sus poderes, es una garantía de paz ciudadana.

Por eso una sana colaboración entre el Estado laico y la “libertad religiosa”, es un sugestivo ideal alcanzable para el buen gobierno de los pueblos, ya que una alianza así para buscar y custodiar el bien material y espiritual de los excluidos y los marginados sociales -sobre todo-, les compete primordialmente a ambos conceptos, el laico y el religioso.
Por cuanto hace a éste último, justamente el Papa Francisco ejemplifica con creces en lo que le corresponde enseñar y obrar sobre el particular. Ojalá le imitaran sin vacilación las distintas ramas del poder político estatal, en todo el mundo, y ojalá no solamente quienes están de acuerdo con la “libertad religiosa”, sino también los que están en contra de ella, es decir, los ateos, cuya fe en la nada también es un derecho reconocido, y desde luego respetable.

Columnista
24 diciembre, 2014

Razón y revelación (II)

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodrigo López Barros

Esta segunda parte -justamente se corresponde con la línea de pensamiento de la primera, publicada el diez de los corrientes en éste periódico. Es como el desarrollo práctico del subtema: Religión y política, que ahora desarrollo. Se trata de dos dimensiones de la naturaleza del hombre, inseparables, en tanto tienen como objeto a la misma […]


Esta segunda parte -justamente se corresponde con la línea de pensamiento de la primera, publicada el diez de los corrientes en éste periódico. Es como el desarrollo práctico del subtema: Religión y política, que ahora desarrollo.

Se trata de dos dimensiones de la naturaleza del hombre, inseparables, en tanto tienen como objeto a la misma persona humana. Es necesario buscar qué se da a Dios y qué al César. Así como es rechazable un clericalismo o cesaropapismo, que lleve a pretender que la iglesia o sus fieles a nombre de ella se entrometan en los asuntos estatales, es igualmente reprochable un laicismo que busque relegar el tema religioso al interior de las conciencias y que rechace, como está ocurriendo en nuestro país y en buena parte del mundo, que los creyentes intervengamos en política, defendiendo, no a nombre de la jerarquía sino a título personal, nuestros principios, en temas que tocan tanto con nuestras creencias como con las regulaciones jurídicas.

Nuestra Constitución establece que las autoridades públicas están constituidas para proteger el libre ejercicio de las creencias e incluso el proselitismo de ellas – Artículo 19-. Por tanto, el fundamentalismo irreligioso excluyente no está autorizado por nuestra carta política, sino la “libertad religiosa”, para que no haya antagonismo entre secularidad y sacralidad –que suele ser fatal.

Desde luego que a todas luces, conviene repetir aquí que resulta conveniente el deslinde funcional respecto de sus particulares dinamismos, pero sin llegar al error político de impedir o prohibir la libre expresión religiosa, considerada hoy día un derecho humano fundamental.

Cómo evidentemente ha ocurrido, y ocurre, por parte de algunas dictaduras ideológicas, que como tales no solamente oprimen el libre juego democrático de las naciones, sino también cancelan la espontaneidad religiosa y someten a su yugo la integra legislación atinente a la institución de la familia.
También es necesario insistir, que tanto la religión como la política, promueven la ética y fomentan las virtudes humanas, por tanto exaltan al hombre y lo llevan a desear, buscar y cuidar el bien de los demás, su prójimo; esta es la razón por la cual buscando ambas el mismo fin terrenal, en tal aspecto, su alianza, aunque separados sus poderes, es una garantía de paz ciudadana.

Por eso una sana colaboración entre el Estado laico y la “libertad religiosa”, es un sugestivo ideal alcanzable para el buen gobierno de los pueblos, ya que una alianza así para buscar y custodiar el bien material y espiritual de los excluidos y los marginados sociales -sobre todo-, les compete primordialmente a ambos conceptos, el laico y el religioso.
Por cuanto hace a éste último, justamente el Papa Francisco ejemplifica con creces en lo que le corresponde enseñar y obrar sobre el particular. Ojalá le imitaran sin vacilación las distintas ramas del poder político estatal, en todo el mundo, y ojalá no solamente quienes están de acuerdo con la “libertad religiosa”, sino también los que están en contra de ella, es decir, los ateos, cuya fe en la nada también es un derecho reconocido, y desde luego respetable.