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Columnista - 18 enero, 2015

Los cuentos

La frase Témele a esos amores providenciales. No se acaban nunca. De sirenas De adolescente me contaron tantos cuentos de sirenas que por momentos me enloquecía: tienen ojos enormes, se adornan los párpados con mágicos colores marinos, de cantos hechizados y pechos torrenciales, tan indómitos que desbordan las confines de cualquier imaginación posible, era de […]

La frase
Témele a esos amores providenciales. No se acaban nunca.

De sirenas
De adolescente me contaron tantos cuentos de sirenas que por momentos me enloquecía: tienen ojos enormes, se adornan los párpados con mágicos colores marinos, de cantos hechizados y pechos torrenciales, tan indómitos que desbordan las confines de cualquier imaginación posible, era de esperarse que prodigios de tal magnitud fueran una tentación absolutamente irresistible, tanto para el más valiente como para el más cobarde. Seducen con fingida inocencia y con sus cantos de sirenas te confunden y te llevan a las profundidades de sus aguas en el fondo del mar donde son unas expertas, me decían.
Estas visiones de mujeres alucinantes incendiaron mi imaginación adolescente alimentada por gitanas de circos. En efecto, desarrollé una relación entrañable con pitonisas, quirománticas y adivinas de todos los pelambres y la razón era muy sencilla. Siempre veían en mis manos sirenas hermosísimas cautivadas -según ellas- por mis ojos tristes y escasos de imaginación.
Es extraño, todas las gitanas que consulté veían en mis cartas a estas mujeres fascinantes, a todas les creí por una razón simple. Siempre creo todo lo que me dicen las mujeres.

Desde luego estas damas de ensueño y asombrosa belleza existen, lo supe años después. De aquellos tiempos delirantes me ha quedado un extraño complejo, sé que esto es indelicado pero cuando veo una mujer de atributos extraordinarios, la reparo sigilosamente, algunas tienen enormes colas marinas, con esas hay que estar muy prevenidos. Son las que nos enloquecen en las profundidades de sus aguas desenfrenadas donde son unas expertas.

Penélope
Penélope la tejedora, bordaba y bordaba sin mirar, pensando en Ulises, el guerrero legendario. A miles de kilómetros, en el fragor de la guerra, él sintió el llamado del amor, era un hombre de guerra, por lo tanto decidido, se vino por el hilo del bordado mientras ella bordaba y bordaba todas las tardes, sin mirar el bordado y soñando con él.

Varias semanas después, cuando el bordado estuvo terminado, ella lo extendió para corregir los errores. No había error, ¡era perfecto!
Estaba Ulises con su uniforme de guerra y el rostro impaciente mirando el combate con aires de victoria, había cruzado el desierto de los médanos infinitos, el golfo de Corinto, y había escalado las escarpadas rocas del kilimingo, seis semanas de travesía, pero llegó justo a tiempo para demostrarle que no había error en su pensamiento. Ni en sus sueños de amor.

[email protected]

Columnista
18 enero, 2015

Los cuentos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Leonardo Maya Amaya

La frase Témele a esos amores providenciales. No se acaban nunca. De sirenas De adolescente me contaron tantos cuentos de sirenas que por momentos me enloquecía: tienen ojos enormes, se adornan los párpados con mágicos colores marinos, de cantos hechizados y pechos torrenciales, tan indómitos que desbordan las confines de cualquier imaginación posible, era de […]


La frase
Témele a esos amores providenciales. No se acaban nunca.

De sirenas
De adolescente me contaron tantos cuentos de sirenas que por momentos me enloquecía: tienen ojos enormes, se adornan los párpados con mágicos colores marinos, de cantos hechizados y pechos torrenciales, tan indómitos que desbordan las confines de cualquier imaginación posible, era de esperarse que prodigios de tal magnitud fueran una tentación absolutamente irresistible, tanto para el más valiente como para el más cobarde. Seducen con fingida inocencia y con sus cantos de sirenas te confunden y te llevan a las profundidades de sus aguas en el fondo del mar donde son unas expertas, me decían.
Estas visiones de mujeres alucinantes incendiaron mi imaginación adolescente alimentada por gitanas de circos. En efecto, desarrollé una relación entrañable con pitonisas, quirománticas y adivinas de todos los pelambres y la razón era muy sencilla. Siempre veían en mis manos sirenas hermosísimas cautivadas -según ellas- por mis ojos tristes y escasos de imaginación.
Es extraño, todas las gitanas que consulté veían en mis cartas a estas mujeres fascinantes, a todas les creí por una razón simple. Siempre creo todo lo que me dicen las mujeres.

Desde luego estas damas de ensueño y asombrosa belleza existen, lo supe años después. De aquellos tiempos delirantes me ha quedado un extraño complejo, sé que esto es indelicado pero cuando veo una mujer de atributos extraordinarios, la reparo sigilosamente, algunas tienen enormes colas marinas, con esas hay que estar muy prevenidos. Son las que nos enloquecen en las profundidades de sus aguas desenfrenadas donde son unas expertas.

Penélope
Penélope la tejedora, bordaba y bordaba sin mirar, pensando en Ulises, el guerrero legendario. A miles de kilómetros, en el fragor de la guerra, él sintió el llamado del amor, era un hombre de guerra, por lo tanto decidido, se vino por el hilo del bordado mientras ella bordaba y bordaba todas las tardes, sin mirar el bordado y soñando con él.

Varias semanas después, cuando el bordado estuvo terminado, ella lo extendió para corregir los errores. No había error, ¡era perfecto!
Estaba Ulises con su uniforme de guerra y el rostro impaciente mirando el combate con aires de victoria, había cruzado el desierto de los médanos infinitos, el golfo de Corinto, y había escalado las escarpadas rocas del kilimingo, seis semanas de travesía, pero llegó justo a tiempo para demostrarle que no había error en su pensamiento. Ni en sus sueños de amor.

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