Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 27 noviembre, 2014

La sentencia de la sabiduría popular

Hace pocos días un taxista amigo quiso conocer mi opinión acerca del Centro Cultural de Música Vallenata, a construirse en el lote sobre el que existía la ruinosa infraestructura que albergó las oficinas y parqueaderos del Ministerio de Transporte.   Distraído manifesté no conocer del tema, pensando guardarme comentarios que se pudieran confundir con críticas […]

Hace pocos días un taxista amigo quiso conocer mi opinión acerca del Centro Cultural de Música Vallenata, a construirse en el lote sobre el que existía la ruinosa infraestructura que albergó las oficinas y parqueaderos del Ministerio de Transporte.

 

Distraído manifesté no conocer del tema, pensando guardarme comentarios que se pudieran confundir con críticas subjetivas al actual gobierno departamental, aunque realmente lo que me interesaba en ese momento era escuchar la canción del maestro Sergio Moya Molina que sonaba en una emisora interpretada magistralmente por Silvestre Dangond y Álvaro López.

 

Insistió tanto el hombre, que cuando calificó el proyecto como uno más del rosario de obras inconclusas que este gobierno le dejaría al departamento del Cesar, porque los 35.000 millones de pesos que se van a invertir no garantizan su culminación, decidí ponerle atención y escuchar la problemática, en boca de un personaje que por su trabajo conoce de primera mano la opinión espontánea del pueblo vallenato.
Dijo no entender los motivos por los que se cambió el uso del suelo, si la sola remoción de escombros dio paso a un sitio amable para peatones, transporte circulante y sobre todo para los usuarios y visitantes de las clínicas aledañas.

 

Es lo que hacen las ciudades modernas que contrarrestan el ruido y la congestión vehicular de los centros urbanos, cambiando viejas edificaciones por espacios abiertos y construyendo nuevas infraestructuras en zonas periféricas deprimidas socialmente para impulsar su desarrollo. Infortunadamente aquí es al contrario.
Mostró su simpatía por el proyecto inicial, por la construcción de una inmensa glorieta llena de grandes zonas verdes y frondosos árboles, aprovechando que hoy ya existen mangos adultos cuyo sombrío aporta frescura al área, en la que fácilmente se pueden ubicar quioscos muy bien diseñados para que los ciudadanos que en la actualidad derivan su sustento de la venta de jugos y otros alimentos a la salida de las clínicas, no encuentren en la inversión pública un elemento lesivo para su economía particular.
Cuando llegué a mi destino y descendí del vehículo, la sabiduría popular me había convencido que mi autocensura no tenía razón de ser, por cuanto mis elucubraciones eran tan objetivas como las del ciudadano que en su lucha diaria por sobrevivir, mira la vida con el pragmatismo de quien aspira no seguir equivocándose en la elección de un mandatario, porque cada vez que se complace el capricho personal de un alto funcionario, se cierra la puerta de la satisfacción de las necesidades básicas de un pueblo. Démosle la oportunidad a un mejor futuro. Un abrazo.
NOTA: Condolencias al periodismo vallenato y a la familia de Lolita Acosta Maestre, pionera de la noble profesión de informar y abanderada de la beligerancia natural de la comunicación social. Sus años de vida fueron un homenaje a la filantropía y altruismo al momento de afrontar causas superiores. Lástima la ausencia de algunos de sus connotados colegas en las exequias. Paz en su tumba.

 

Columnista
27 noviembre, 2014

La sentencia de la sabiduría popular

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Antonio María Araujo

Hace pocos días un taxista amigo quiso conocer mi opinión acerca del Centro Cultural de Música Vallenata, a construirse en el lote sobre el que existía la ruinosa infraestructura que albergó las oficinas y parqueaderos del Ministerio de Transporte.   Distraído manifesté no conocer del tema, pensando guardarme comentarios que se pudieran confundir con críticas […]


Hace pocos días un taxista amigo quiso conocer mi opinión acerca del Centro Cultural de Música Vallenata, a construirse en el lote sobre el que existía la ruinosa infraestructura que albergó las oficinas y parqueaderos del Ministerio de Transporte.

 

Distraído manifesté no conocer del tema, pensando guardarme comentarios que se pudieran confundir con críticas subjetivas al actual gobierno departamental, aunque realmente lo que me interesaba en ese momento era escuchar la canción del maestro Sergio Moya Molina que sonaba en una emisora interpretada magistralmente por Silvestre Dangond y Álvaro López.

 

Insistió tanto el hombre, que cuando calificó el proyecto como uno más del rosario de obras inconclusas que este gobierno le dejaría al departamento del Cesar, porque los 35.000 millones de pesos que se van a invertir no garantizan su culminación, decidí ponerle atención y escuchar la problemática, en boca de un personaje que por su trabajo conoce de primera mano la opinión espontánea del pueblo vallenato.
Dijo no entender los motivos por los que se cambió el uso del suelo, si la sola remoción de escombros dio paso a un sitio amable para peatones, transporte circulante y sobre todo para los usuarios y visitantes de las clínicas aledañas.

 

Es lo que hacen las ciudades modernas que contrarrestan el ruido y la congestión vehicular de los centros urbanos, cambiando viejas edificaciones por espacios abiertos y construyendo nuevas infraestructuras en zonas periféricas deprimidas socialmente para impulsar su desarrollo. Infortunadamente aquí es al contrario.
Mostró su simpatía por el proyecto inicial, por la construcción de una inmensa glorieta llena de grandes zonas verdes y frondosos árboles, aprovechando que hoy ya existen mangos adultos cuyo sombrío aporta frescura al área, en la que fácilmente se pueden ubicar quioscos muy bien diseñados para que los ciudadanos que en la actualidad derivan su sustento de la venta de jugos y otros alimentos a la salida de las clínicas, no encuentren en la inversión pública un elemento lesivo para su economía particular.
Cuando llegué a mi destino y descendí del vehículo, la sabiduría popular me había convencido que mi autocensura no tenía razón de ser, por cuanto mis elucubraciones eran tan objetivas como las del ciudadano que en su lucha diaria por sobrevivir, mira la vida con el pragmatismo de quien aspira no seguir equivocándose en la elección de un mandatario, porque cada vez que se complace el capricho personal de un alto funcionario, se cierra la puerta de la satisfacción de las necesidades básicas de un pueblo. Démosle la oportunidad a un mejor futuro. Un abrazo.
NOTA: Condolencias al periodismo vallenato y a la familia de Lolita Acosta Maestre, pionera de la noble profesión de informar y abanderada de la beligerancia natural de la comunicación social. Sus años de vida fueron un homenaje a la filantropía y altruismo al momento de afrontar causas superiores. Lástima la ausencia de algunos de sus connotados colegas en las exequias. Paz en su tumba.