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Columnista - 29 agosto, 2014

La Profecía

Desde el punto de vista ecológico, la agricultura origina un desequilibrio ambiental del suelo donde se practique, ya que es la gran concentración de plantas de una misma especie en una área determinada, con la consecuente aparición de plagas y malezas propias de algún cultivo, y las consecuencias que en aquellos casos puede acarrear el […]

Desde el punto de vista ecológico, la agricultura origina un desequilibrio ambiental del suelo donde se practique, ya que es la gran concentración de plantas de una misma especie en una área determinada, con la consecuente aparición de plagas y malezas propias de algún cultivo, y las consecuencias que en aquellos casos puede acarrear el manejo irracional de las labores culturales en la preparación de suelos. Era frecuente entonces escuchar a los viejos algodoneros comentar que las plagas, malezas y el empobrecimiento de los suelos los daba el mismo algodón.
A comienzos de los años setenta con la llegada de los premergentes (matamalezas), los promotores de las multinacionales productoras, presionaban al agricultor para que en la fase de preparación del suelo, entre más rastrillo le dieran era mejor el resultado con el premergente, ignorando quizás el concepto de la labranza mínima, como una forma de cuidar el suelo, puesto que el laboreo excesivo, además de romperle la estructura, lo pulveriza dejándolo expuesto a la erosión por escorrentía o a la nefasta erosión eólica, causada por los fuertes vientos que en nuestro caso llegaban raudos de la guajira, donde el fenómeno de la deforestación paralelo a la situación descrita se dejaba sentir cada vez más fuerte en el Valle del Cesar.
El cordón o tapón de Cuestecita, la barrera natural que ecológicamente dividía el Valle del Cesar de la zona desértica de la península siempre nos protegía de los embates del nordeste, pero esta venía siendo irresponsablemente devastada por la tala indiscriminada de maderables como el cedro, carreto, ceiba, guayacon etc. y semillas del desierto viajeras del viento por aquí se esparcieron y entonces el trupio, dividivi, tunas y hasta cactus aparecieron en nuestro entorno.
Por otra parte los fuertes vientos levantando impresionantes nubes de arena caliente de los suelos pulverizados con el lógico deterioro de la capa vegetal, que con los cambios climáticos derivados de la destrucción de grandes extensiones de bosques y potreros para dedicarlos a la siembra, aunados a la caída de los precios en el mercado internacional, la escasez de lluvias y la resistencia de la plaga a los insecticidas dieron al traste con el cultivo.
Con mucho pesar hoy veo que la profecía en parte se ha cumplido pues “de La Guajira hacia Valledupar, no volverá a nacer el algodón” pero, gracias al Creador y a nuestros juglares, como lo pregone en mi canción:
Cuando ya el Valle sea un gran arenal
Lleno de tunas y grandes cardones
Solo se escucharán los acordeones
Porque su música será inmortal.

Columnista
29 agosto, 2014

La Profecía

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Julio C. Oñate M.

Desde el punto de vista ecológico, la agricultura origina un desequilibrio ambiental del suelo donde se practique, ya que es la gran concentración de plantas de una misma especie en una área determinada, con la consecuente aparición de plagas y malezas propias de algún cultivo, y las consecuencias que en aquellos casos puede acarrear el […]


Desde el punto de vista ecológico, la agricultura origina un desequilibrio ambiental del suelo donde se practique, ya que es la gran concentración de plantas de una misma especie en una área determinada, con la consecuente aparición de plagas y malezas propias de algún cultivo, y las consecuencias que en aquellos casos puede acarrear el manejo irracional de las labores culturales en la preparación de suelos. Era frecuente entonces escuchar a los viejos algodoneros comentar que las plagas, malezas y el empobrecimiento de los suelos los daba el mismo algodón.
A comienzos de los años setenta con la llegada de los premergentes (matamalezas), los promotores de las multinacionales productoras, presionaban al agricultor para que en la fase de preparación del suelo, entre más rastrillo le dieran era mejor el resultado con el premergente, ignorando quizás el concepto de la labranza mínima, como una forma de cuidar el suelo, puesto que el laboreo excesivo, además de romperle la estructura, lo pulveriza dejándolo expuesto a la erosión por escorrentía o a la nefasta erosión eólica, causada por los fuertes vientos que en nuestro caso llegaban raudos de la guajira, donde el fenómeno de la deforestación paralelo a la situación descrita se dejaba sentir cada vez más fuerte en el Valle del Cesar.
El cordón o tapón de Cuestecita, la barrera natural que ecológicamente dividía el Valle del Cesar de la zona desértica de la península siempre nos protegía de los embates del nordeste, pero esta venía siendo irresponsablemente devastada por la tala indiscriminada de maderables como el cedro, carreto, ceiba, guayacon etc. y semillas del desierto viajeras del viento por aquí se esparcieron y entonces el trupio, dividivi, tunas y hasta cactus aparecieron en nuestro entorno.
Por otra parte los fuertes vientos levantando impresionantes nubes de arena caliente de los suelos pulverizados con el lógico deterioro de la capa vegetal, que con los cambios climáticos derivados de la destrucción de grandes extensiones de bosques y potreros para dedicarlos a la siembra, aunados a la caída de los precios en el mercado internacional, la escasez de lluvias y la resistencia de la plaga a los insecticidas dieron al traste con el cultivo.
Con mucho pesar hoy veo que la profecía en parte se ha cumplido pues “de La Guajira hacia Valledupar, no volverá a nacer el algodón” pero, gracias al Creador y a nuestros juglares, como lo pregone en mi canción:
Cuando ya el Valle sea un gran arenal
Lleno de tunas y grandes cardones
Solo se escucharán los acordeones
Porque su música será inmortal.