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Columnista - 30 agosto, 2014

La mujer de la suerte

La vi, era ella. Tres días atrás la había visto sentada en la heladería La Sayonara hablando con Hortensia; y tres días después la veo cruzando la calle 17 en la esquina del hotel Torcoroma, como quien va para la tienda Los Brasiles, en efecto entra allí y a los dos minutos sale fumándose un […]

La vi, era ella. Tres días atrás la había visto sentada en la heladería La Sayonara hablando con Hortensia; y tres días después la veo cruzando la calle 17 en la esquina del hotel Torcoroma, como quien va para la tienda Los Brasiles, en efecto entra allí y a los dos minutos sale fumándose un cigarrillo que llevaba mordido entre dientes de tal forma que mientras despedía el humo por la boca, con sus manos iba sosteniendo en la cabeza un ramo tupido de rosas rojas. Me llamó poderosamente la atención que eran las mismas de hace tres días y aún no se habían comenzado a marchitar. Cuando atraviesa la esquina hacia la Viña, le grita “Rey” desde el sardinel del hotel “te faltó decirme el nombre del santo” con una risa de cordales completas “por la tarde te espero” ripostó aparentando estar muy interesado en el nombre del santo. Ella llevaba puesta una falda larga un tanto arriba de los tobillos, y en los brazos pulsos de plástico y fantasía de la barata; aunque un día vi a Brígida regalarle unos collares finos, americanos, que no había logrado vender en diciembre, y habían pasado de moda. Su figura lánguida, su rostro empañetado con pintura facial la hacia enigmática para mi. Una mañana del año 79 la vi parada en la farmacia Salud toda la mañana, comiendo compota de manzana que le dio “La Mona” para aprenderle bien su coquetería, tanto era la admiración que terminó pintándola en una cartulina blanca; esa mañana al verla de cerca sentí lo mismo que sentí pocos años después cuando vi estacionado un avión en tierra; con la única diferencia que en esta ocasión el aparato era de carne y hueso. Era morena de facciones fileñas. Sabía leer(según ella) el futuro de la gente en la mano, pero nunca acertó; se quedó con las ganas de saber el futuro de Martín el lotero; a Paco Monsalvo le dijo que iba a ser corista de la Sonora Mantancera, a Héctor Larrazábal que le quedaban tres años de vida, y esto fue hace treinta años, y ayer lo vi piloteando su bicicleta; a Pablo Arias que reconciliaría con Idalides, y que la bicicleta Philips que le robaron estaba guardada en un cuartico en el bar El Chimborazo; a Rodrigo Morón le prefijo antes que este le mostrara la mano que se quedaría soltero por pretencioso, y Rodrigo se casó dos veces; a Nelly Cataño la de Novedades Europa que se casaría con un español en el Mediterráneo; al señor “Geño” Bonet le dijo que su hijo Jesús podría llegar a ser sacerdote con la única condición que se lo trajera de Medellín donde adelantaba estudios de segundaria; y remató su pésima predicción el día que le dijo a Ney Daza que en un sueño lo había visto vestido de rojo; fueron quince días de una fuerte migraña que soportó Ney después de tan fatídica noticia. Micaela Bolaños era su nombre, le decían “La Carpa” debido a la manera como se emperifollaba; bincha, cintillo, turbante, peineta, collares; todo puesto simultáneamente. Era mujer de poca risa, de semblante duro. Murió en Valledupar. Sin duda alguna es un personaje de los que habitan en mi memoria. Prometo a mis amigos lectores una crónica completa de este personaje.

Columnista
30 agosto, 2014

La mujer de la suerte

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Gregorio Guerrero Ramírez

La vi, era ella. Tres días atrás la había visto sentada en la heladería La Sayonara hablando con Hortensia; y tres días después la veo cruzando la calle 17 en la esquina del hotel Torcoroma, como quien va para la tienda Los Brasiles, en efecto entra allí y a los dos minutos sale fumándose un […]


La vi, era ella. Tres días atrás la había visto sentada en la heladería La Sayonara hablando con Hortensia; y tres días después la veo cruzando la calle 17 en la esquina del hotel Torcoroma, como quien va para la tienda Los Brasiles, en efecto entra allí y a los dos minutos sale fumándose un cigarrillo que llevaba mordido entre dientes de tal forma que mientras despedía el humo por la boca, con sus manos iba sosteniendo en la cabeza un ramo tupido de rosas rojas. Me llamó poderosamente la atención que eran las mismas de hace tres días y aún no se habían comenzado a marchitar. Cuando atraviesa la esquina hacia la Viña, le grita “Rey” desde el sardinel del hotel “te faltó decirme el nombre del santo” con una risa de cordales completas “por la tarde te espero” ripostó aparentando estar muy interesado en el nombre del santo. Ella llevaba puesta una falda larga un tanto arriba de los tobillos, y en los brazos pulsos de plástico y fantasía de la barata; aunque un día vi a Brígida regalarle unos collares finos, americanos, que no había logrado vender en diciembre, y habían pasado de moda. Su figura lánguida, su rostro empañetado con pintura facial la hacia enigmática para mi. Una mañana del año 79 la vi parada en la farmacia Salud toda la mañana, comiendo compota de manzana que le dio “La Mona” para aprenderle bien su coquetería, tanto era la admiración que terminó pintándola en una cartulina blanca; esa mañana al verla de cerca sentí lo mismo que sentí pocos años después cuando vi estacionado un avión en tierra; con la única diferencia que en esta ocasión el aparato era de carne y hueso. Era morena de facciones fileñas. Sabía leer(según ella) el futuro de la gente en la mano, pero nunca acertó; se quedó con las ganas de saber el futuro de Martín el lotero; a Paco Monsalvo le dijo que iba a ser corista de la Sonora Mantancera, a Héctor Larrazábal que le quedaban tres años de vida, y esto fue hace treinta años, y ayer lo vi piloteando su bicicleta; a Pablo Arias que reconciliaría con Idalides, y que la bicicleta Philips que le robaron estaba guardada en un cuartico en el bar El Chimborazo; a Rodrigo Morón le prefijo antes que este le mostrara la mano que se quedaría soltero por pretencioso, y Rodrigo se casó dos veces; a Nelly Cataño la de Novedades Europa que se casaría con un español en el Mediterráneo; al señor “Geño” Bonet le dijo que su hijo Jesús podría llegar a ser sacerdote con la única condición que se lo trajera de Medellín donde adelantaba estudios de segundaria; y remató su pésima predicción el día que le dijo a Ney Daza que en un sueño lo había visto vestido de rojo; fueron quince días de una fuerte migraña que soportó Ney después de tan fatídica noticia. Micaela Bolaños era su nombre, le decían “La Carpa” debido a la manera como se emperifollaba; bincha, cintillo, turbante, peineta, collares; todo puesto simultáneamente. Era mujer de poca risa, de semblante duro. Murió en Valledupar. Sin duda alguna es un personaje de los que habitan en mi memoria. Prometo a mis amigos lectores una crónica completa de este personaje.