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General - 6 marzo, 2015

La creatividad de una mujer, convierte a este fruto en artesanías y recipientes.

La creatividad de una mujer, convierte a este fruto en artesanías y recipientes.

Altamira le pone un toque especial a los totumos para convertirlos en objetos atractivos. EL PILÓN/Joaquín Ramírez.
Altamira le pone un toque especial a los totumos para convertirlos en objetos atractivos. EL PILÓN/Joaquín Ramírez.

Con los ojos brillantes que reflejan la timidez que la caracteriza, Altamira Peña Ebratt nos abrió las puertas de su negocio para contar cómo ha sobrevivido con el arte de convertir viejos totumos en novedosas decoraciones para el hogar.

Esta mujer alta y de piel morena, habla siempre con una sonrisa en su rostro como agradecimiento a la vida, y al trabajo con el que ha logrado sacar adelante a sus cinco hijos. “Uno a veces no aprecia las cosas y no les da el valor que se merecen, por eso desperdiciamos elementos que pueden ser utilizados para hacer cualquier tipo de creación”, expresó Altamira.

“Yo voy a una finca y veo los totumos tirados en el suelo, y de inmediato me imagino un gajo pintado bien hermoso, pienso en cómo puedo restaurarlos y convertirlos en animales, centros de mesas, cuadros y otros objetos de decoración; en fin, miles de cosas que se vienen a mi mente, y que gracias a la imaginación puedo crear, al gusto de mis clientes para complacerlos”, así lo dio a conocer Altamira, quien al tiempo evadía el lente de la cámara que la intimidaba.

Esta mujer nació en Santa Marta, pero por cosas del destino terminó viviendo en la capital del Cesar, donde junto con su esposo, también artesano, conformaron un hogar y lograron montar un pequeño local en el centro de Valledupar. “Nosotros llegamos a esta ciudad hace diez años, vinimos para un festival a vender nuestras artesanías; pero nos enamoramos de esta hermosa tierra que nos acogió como sus hijos y nunca más regresamos a nuestra tierra natal”, aseguró con la mirada elevada, como recordando en el tiempo.

De inmediato se le vino a la mente aquel primer objeto creado con sus manos, “mi hija Patricia estaba en la primaria, y necesitaba presentar un trabajo de artes; me las ingenié y con unos totumos y conchas de coco, fui armando un barquito. Hoy día, en la escuela donde estudiaba mi hija conservan ese viejo barco en una vitrina de los recuerdos. Nunca me olvidaré de ese día, mi niña estaba tan contenta que me motivó a continuar aprovechando el talento que Dios me dio, y con el cual hemos logrado salir adelante”.

Altamira aseguró que el arte nace con cada ser humano, y que depende de cada uno la manera de explotarlo; “diez años después agradezco a Valledupar que me enamoró, por su música y su cultura, además de ser una ciudad tranquila, donde mis hijos han crecido y donde he sobrevivido con las ventas de mi negocio”, afirmó.

Pero no todo es tranquilidad para esta mujer luchadora, quien en compañía de una de sus hijas y su nieta, nos contó que a pesar que sus productos gustan bastante, existen temporadas en las que se ha visto desesperada, por las ventas bajas. “Las mejores épocas de ventas son las vacaciones, Semana Santa y festival, debido a que vienen muchas personas de afuera y son las que más compran las artesanías que yo hago; pero el resto del año, muchas veces nos ha tocado ingeniárnosla para conseguir el sustento de la familia, vamos y visitamos a los clientes que más conocemos, salimos a las calles a vender y hasta utilizamos el internet para contactar nuevos clientes; gracias a Dios las personas quedan satisfechas con los productos”, aseguró.

Altamira reside en el barrio Primero de Mayo, a donde se radicó desde su llegada a Valledupar, y donde crea los productos hechos con totumos, calabazos, conchas de coco y pinturas, para luego ser llevados al centro de la ciudad, donde tiene su negocio.

Ella a pesar de haber estudiado una carrera técnica, como lo es Secretariado Contable, decidió hacerle caso a su pasión y dedicarse a las artesanías, un talento que ha explotado y que ha enseñado a sus hijos; sin embargo, solo su hija Patricia ha seguido su camino, es por esto que todos los días la acompaña a vender los objetos creados con sus manos en su humilde vivienda.

Andreina Bandera / EL PILÓN
[email protected]

General
6 marzo, 2015

La creatividad de una mujer, convierte a este fruto en artesanías y recipientes.

La creatividad de una mujer, convierte a este fruto en artesanías y recipientes.


Altamira le pone un toque especial a los totumos para convertirlos en objetos atractivos. EL PILÓN/Joaquín Ramírez.
Altamira le pone un toque especial a los totumos para convertirlos en objetos atractivos. EL PILÓN/Joaquín Ramírez.

Con los ojos brillantes que reflejan la timidez que la caracteriza, Altamira Peña Ebratt nos abrió las puertas de su negocio para contar cómo ha sobrevivido con el arte de convertir viejos totumos en novedosas decoraciones para el hogar.

Esta mujer alta y de piel morena, habla siempre con una sonrisa en su rostro como agradecimiento a la vida, y al trabajo con el que ha logrado sacar adelante a sus cinco hijos. “Uno a veces no aprecia las cosas y no les da el valor que se merecen, por eso desperdiciamos elementos que pueden ser utilizados para hacer cualquier tipo de creación”, expresó Altamira.

“Yo voy a una finca y veo los totumos tirados en el suelo, y de inmediato me imagino un gajo pintado bien hermoso, pienso en cómo puedo restaurarlos y convertirlos en animales, centros de mesas, cuadros y otros objetos de decoración; en fin, miles de cosas que se vienen a mi mente, y que gracias a la imaginación puedo crear, al gusto de mis clientes para complacerlos”, así lo dio a conocer Altamira, quien al tiempo evadía el lente de la cámara que la intimidaba.

Esta mujer nació en Santa Marta, pero por cosas del destino terminó viviendo en la capital del Cesar, donde junto con su esposo, también artesano, conformaron un hogar y lograron montar un pequeño local en el centro de Valledupar. “Nosotros llegamos a esta ciudad hace diez años, vinimos para un festival a vender nuestras artesanías; pero nos enamoramos de esta hermosa tierra que nos acogió como sus hijos y nunca más regresamos a nuestra tierra natal”, aseguró con la mirada elevada, como recordando en el tiempo.

De inmediato se le vino a la mente aquel primer objeto creado con sus manos, “mi hija Patricia estaba en la primaria, y necesitaba presentar un trabajo de artes; me las ingenié y con unos totumos y conchas de coco, fui armando un barquito. Hoy día, en la escuela donde estudiaba mi hija conservan ese viejo barco en una vitrina de los recuerdos. Nunca me olvidaré de ese día, mi niña estaba tan contenta que me motivó a continuar aprovechando el talento que Dios me dio, y con el cual hemos logrado salir adelante”.

Altamira aseguró que el arte nace con cada ser humano, y que depende de cada uno la manera de explotarlo; “diez años después agradezco a Valledupar que me enamoró, por su música y su cultura, además de ser una ciudad tranquila, donde mis hijos han crecido y donde he sobrevivido con las ventas de mi negocio”, afirmó.

Pero no todo es tranquilidad para esta mujer luchadora, quien en compañía de una de sus hijas y su nieta, nos contó que a pesar que sus productos gustan bastante, existen temporadas en las que se ha visto desesperada, por las ventas bajas. “Las mejores épocas de ventas son las vacaciones, Semana Santa y festival, debido a que vienen muchas personas de afuera y son las que más compran las artesanías que yo hago; pero el resto del año, muchas veces nos ha tocado ingeniárnosla para conseguir el sustento de la familia, vamos y visitamos a los clientes que más conocemos, salimos a las calles a vender y hasta utilizamos el internet para contactar nuevos clientes; gracias a Dios las personas quedan satisfechas con los productos”, aseguró.

Altamira reside en el barrio Primero de Mayo, a donde se radicó desde su llegada a Valledupar, y donde crea los productos hechos con totumos, calabazos, conchas de coco y pinturas, para luego ser llevados al centro de la ciudad, donde tiene su negocio.

Ella a pesar de haber estudiado una carrera técnica, como lo es Secretariado Contable, decidió hacerle caso a su pasión y dedicarse a las artesanías, un talento que ha explotado y que ha enseñado a sus hijos; sin embargo, solo su hija Patricia ha seguido su camino, es por esto que todos los días la acompaña a vender los objetos creados con sus manos en su humilde vivienda.

Andreina Bandera / EL PILÓN
[email protected]