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Columnista - 10 agosto, 2014

La Carga

Dios creó un planeta bellísimo y único. El hombre inventó países y fronteras, entonces nacieron las guerras. Al amanecer del 6 de agosto de 1945, el piloto Paul Tibbets partió al mando de su poderoso bombardero B-29, a manera de protección contra la perversidad humana, el mismo había escrito en el lomo de su gigantesco […]

Dios creó un planeta bellísimo y único. El hombre inventó países y fronteras, entonces nacieron las guerras.

Al amanecer del 6 de agosto de 1945, el piloto Paul Tibbets partió al mando de su poderoso bombardero B-29, a manera de protección contra la perversidad humana, el mismo había escrito en el lomo de su gigantesco pájaro plateado el nombre de su madre, Enola Gay.
Puso rumbo al este y se dirigió a una apacible ciudad japonesa que recién despertaba. Desde el cielo se veía una mañana hermosa sobre la espléndida bahía bordeada de sauces, el bombardero buscó el punto señalado y dejó caer su carga.
Era un cilindro de poco más de tres metros de largo por uno y medio de diámetro, sus comandantes le habían advertido que debía alejarse a máxima velocidad del sitio una vez soltara la carga. Cuando preguntó el contenido le dijeron que no podía saberlo porque después no volvería a ser el mismo o se volvería loco.
En efecto, nunca volvió a ser el mismo y además, se volvió loco para siempre.
Era una locura infernal, en sus delirios veía una y otra vez a miles de mujeres con sus hijos en brazos correr de la devastación como antorchas vivientes buscando el amparo de algún dios misericordioso de otros tiempos.
Fue una explosión nunca antes vista en la faz de la tierra desdela creación del universo.
La locura del piloto nunca le permitió comprender la dimensión de la locura humana. Había arrojado la primera bomba atómica, que mató al instante ochenta mil personas en la ciudad de Hiroshima.

TOTO
Mi primer caballo fue una escoba verde de limpiar el patio. Era un potro blanco y hermoso, brioso como el trueno, con el viví aventuras extraordinaria persiguiendo forajidos. Ninguno escapó, a todos los atrapé en los rincones de mi casa, era implacable, todos fueron reducidos y la humanidad fue liberadas de malquerientes y bandidos.
Mi abrigo era una mantita estampada de corazones azules que me ataba al cuello y galopaba al viento persiguiendo forajidos, de vez en cuando atrapaba algún monstruo mitológico que se descuidaba por ahí. Mi caballo tenía un nombre muy infantil para su arrojo, se llamaba “toto” , y me relinchaba cuando lo llamaba.
Cierto día que no olvido mamá agarró a mi intrépido toto, lo partió en tres y lo arrojó a la basura como una cosa cualquiera. Destrozado, infeliz y vencido lloré por días a mi fiel caballo, para consolarme mamá me compró muchos caballos de variados colores pero eran de palo, otros de trapo, y algunos de plástico, mamá no sabe que jamás habrá otro caballo igual a mi bravo “toto”.
ljmaya93@hotmail.com

Por Leonardo Maya.

Columnista
10 agosto, 2014

La Carga

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Leonardo Maya Amaya

Dios creó un planeta bellísimo y único. El hombre inventó países y fronteras, entonces nacieron las guerras. Al amanecer del 6 de agosto de 1945, el piloto Paul Tibbets partió al mando de su poderoso bombardero B-29, a manera de protección contra la perversidad humana, el mismo había escrito en el lomo de su gigantesco […]


Dios creó un planeta bellísimo y único. El hombre inventó países y fronteras, entonces nacieron las guerras.

Al amanecer del 6 de agosto de 1945, el piloto Paul Tibbets partió al mando de su poderoso bombardero B-29, a manera de protección contra la perversidad humana, el mismo había escrito en el lomo de su gigantesco pájaro plateado el nombre de su madre, Enola Gay.
Puso rumbo al este y se dirigió a una apacible ciudad japonesa que recién despertaba. Desde el cielo se veía una mañana hermosa sobre la espléndida bahía bordeada de sauces, el bombardero buscó el punto señalado y dejó caer su carga.
Era un cilindro de poco más de tres metros de largo por uno y medio de diámetro, sus comandantes le habían advertido que debía alejarse a máxima velocidad del sitio una vez soltara la carga. Cuando preguntó el contenido le dijeron que no podía saberlo porque después no volvería a ser el mismo o se volvería loco.
En efecto, nunca volvió a ser el mismo y además, se volvió loco para siempre.
Era una locura infernal, en sus delirios veía una y otra vez a miles de mujeres con sus hijos en brazos correr de la devastación como antorchas vivientes buscando el amparo de algún dios misericordioso de otros tiempos.
Fue una explosión nunca antes vista en la faz de la tierra desdela creación del universo.
La locura del piloto nunca le permitió comprender la dimensión de la locura humana. Había arrojado la primera bomba atómica, que mató al instante ochenta mil personas en la ciudad de Hiroshima.

TOTO
Mi primer caballo fue una escoba verde de limpiar el patio. Era un potro blanco y hermoso, brioso como el trueno, con el viví aventuras extraordinaria persiguiendo forajidos. Ninguno escapó, a todos los atrapé en los rincones de mi casa, era implacable, todos fueron reducidos y la humanidad fue liberadas de malquerientes y bandidos.
Mi abrigo era una mantita estampada de corazones azules que me ataba al cuello y galopaba al viento persiguiendo forajidos, de vez en cuando atrapaba algún monstruo mitológico que se descuidaba por ahí. Mi caballo tenía un nombre muy infantil para su arrojo, se llamaba “toto” , y me relinchaba cuando lo llamaba.
Cierto día que no olvido mamá agarró a mi intrépido toto, lo partió en tres y lo arrojó a la basura como una cosa cualquiera. Destrozado, infeliz y vencido lloré por días a mi fiel caballo, para consolarme mamá me compró muchos caballos de variados colores pero eran de palo, otros de trapo, y algunos de plástico, mamá no sabe que jamás habrá otro caballo igual a mi bravo “toto”.
ljmaya93@hotmail.com

Por Leonardo Maya.