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Columnista - 29 agosto, 2014

Enséñanos a orar

“Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos”. Lc 11,1 La instrucción de Jesús fue que entráramos al cuarto, cerráramos la puerta y oráramos al padre que está en secreto. Esto implica un esfuerzo de la voluntad; es una decisión recia, pero después que hemos entrado al lugar secreto y cerrado la […]

“Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos”. Lc 11,1

La instrucción de Jesús fue que entráramos al cuarto, cerráramos la puerta y oráramos al padre que está en secreto. Esto implica un esfuerzo de la voluntad; es una decisión recia, pero después que hemos entrado al lugar secreto y cerrado la puerta, lo más difícil es orar. La gran batalla al orar en privado es sobreponernos a la distracción mental, porque no nos concentramos y entramos en conflicto dejando volar la imaginación.
Debemos elegir un lugar especial para orar, pero una vez estemos en él, debemos espantar las moscas de la distracción y de los pensamientos errantes. Cerrar la puerta implica atrancar la puerta deliberadamente a nuestras emociones y preocupaciones para concentrarnos en Dios, implica abstraerme de todo y dedicar un tiempo en quietud y reposo para estar delante de Dios.
La promesa es que el Padre quien está en secreto, y ve en lo secreto, nos recompensará; puesto que él no nos ve como lo hacen las otras personas, o como nos vemos a nosotros mismos, cuando estamos en el lugar secreto existimos seguros y confiados.
Amados lectores, entremos en el lugar secreto y comprenderemos que Dios estuvo en el centro de nuestras circunstancias diarias todo el tiempo. Adquiramos el hábito de tratar con Dios todos los asuntos de nuestras vidas; si no aprendemos a abrir las puertas de nuestras vidas de par en par, para que Dios entre desde el instante en que nos despertamos, trabajaremos en un nivel equivocado todo el día. Pero si abrimos la puerta de nuestras vidas y oramos a nuestro Padre en secreto, todo lo que hagamos en público tendrá el sello de la presencia de Dios.
La vida de Dios en nosotros se nutre por la oración, casi siempre la consideramos el medio para obtener cosas para nosotros, pero el verdadero propósito de la oración es que conozcamos a Dios. Dentro de esa tensión dialéctica del pedir y recibir, nosotros nos quejamos delante de Dios, nos enojamos, nos disculpamos o somos indiferentes, pero realmente recibimos muy poco.
Pidamos en el secreto, démosle a Dios la oportunidad y el espacio para que obre, sin tener que esperar hasta el límite cuando ya no sabemos qué más hacer. Seamos sinceros delante de Dios, presentémosle nuestros problemas y hagámosle partícipe de las circunstancias que nos han llevado al fondo de nuestra capacidad, porque mientras nos sintamos suficientes y capaces, no tendremos necesidad de pedir nada. Quien nada necesita, nada pide.
Finalmente, creo que el mayor propósito de la oración no es tanto el cambiar las cosas, cuanto sí el cambiarnos a nosotros mismos, entonces tendremos la fuerza y el vigor para cambiar las cosas. La oración sobre la base de la redención, cambia la forma de mirar las situaciones y nos da la fuerza para superarlas.
Recordemos: Entremos en el cuarto, cerremos la puerta y oremos al Padre que está en secreto; y él, quien ve en lo secreto, nos recompensará.
Oro en secreto que todas tus peticiones sean respondidas.

Abrazos en Cristo…

Columnista
29 agosto, 2014

Enséñanos a orar

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos”. Lc 11,1 La instrucción de Jesús fue que entráramos al cuarto, cerráramos la puerta y oráramos al padre que está en secreto. Esto implica un esfuerzo de la voluntad; es una decisión recia, pero después que hemos entrado al lugar secreto y cerrado la […]


“Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos”. Lc 11,1

La instrucción de Jesús fue que entráramos al cuarto, cerráramos la puerta y oráramos al padre que está en secreto. Esto implica un esfuerzo de la voluntad; es una decisión recia, pero después que hemos entrado al lugar secreto y cerrado la puerta, lo más difícil es orar. La gran batalla al orar en privado es sobreponernos a la distracción mental, porque no nos concentramos y entramos en conflicto dejando volar la imaginación.
Debemos elegir un lugar especial para orar, pero una vez estemos en él, debemos espantar las moscas de la distracción y de los pensamientos errantes. Cerrar la puerta implica atrancar la puerta deliberadamente a nuestras emociones y preocupaciones para concentrarnos en Dios, implica abstraerme de todo y dedicar un tiempo en quietud y reposo para estar delante de Dios.
La promesa es que el Padre quien está en secreto, y ve en lo secreto, nos recompensará; puesto que él no nos ve como lo hacen las otras personas, o como nos vemos a nosotros mismos, cuando estamos en el lugar secreto existimos seguros y confiados.
Amados lectores, entremos en el lugar secreto y comprenderemos que Dios estuvo en el centro de nuestras circunstancias diarias todo el tiempo. Adquiramos el hábito de tratar con Dios todos los asuntos de nuestras vidas; si no aprendemos a abrir las puertas de nuestras vidas de par en par, para que Dios entre desde el instante en que nos despertamos, trabajaremos en un nivel equivocado todo el día. Pero si abrimos la puerta de nuestras vidas y oramos a nuestro Padre en secreto, todo lo que hagamos en público tendrá el sello de la presencia de Dios.
La vida de Dios en nosotros se nutre por la oración, casi siempre la consideramos el medio para obtener cosas para nosotros, pero el verdadero propósito de la oración es que conozcamos a Dios. Dentro de esa tensión dialéctica del pedir y recibir, nosotros nos quejamos delante de Dios, nos enojamos, nos disculpamos o somos indiferentes, pero realmente recibimos muy poco.
Pidamos en el secreto, démosle a Dios la oportunidad y el espacio para que obre, sin tener que esperar hasta el límite cuando ya no sabemos qué más hacer. Seamos sinceros delante de Dios, presentémosle nuestros problemas y hagámosle partícipe de las circunstancias que nos han llevado al fondo de nuestra capacidad, porque mientras nos sintamos suficientes y capaces, no tendremos necesidad de pedir nada. Quien nada necesita, nada pide.
Finalmente, creo que el mayor propósito de la oración no es tanto el cambiar las cosas, cuanto sí el cambiarnos a nosotros mismos, entonces tendremos la fuerza y el vigor para cambiar las cosas. La oración sobre la base de la redención, cambia la forma de mirar las situaciones y nos da la fuerza para superarlas.
Recordemos: Entremos en el cuarto, cerremos la puerta y oremos al Padre que está en secreto; y él, quien ve en lo secreto, nos recompensará.
Oro en secreto que todas tus peticiones sean respondidas.

Abrazos en Cristo…