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Columnista - 4 octubre, 2014

En memoria de Memo Oñate

Este es el tipo de columnas que jamás desearía escribir, pero me corresponde hacerlo, así la tristeza me parta el alma, cuando uno escribe sobre cosas triviales, ¿cómo no escribir para despedir a un amigo? Quien además de ser vecino y camarada, fue un hermano menor. Dios en su sabia decisión y con solo 32 […]

Este es el tipo de columnas que jamás desearía escribir, pero me corresponde hacerlo, así la tristeza me parta el alma, cuando uno escribe sobre cosas triviales, ¿cómo no escribir para despedir a un amigo? Quien además de ser vecino y camarada, fue un hermano menor. Dios en su sabia decisión y con solo 32 años, decidió llevar a su reino a Carlos Guillermo Oñate Castro, a quien conocí desde que nació, dada la amistad y cercanía de nuestras familias, y la hermandad de su adorado hermano Rodolfo Antonio “Ofo”, y de él mismo con mi hermano Raúl Alberto “Pongo” quien prácticamente se crió en el hogar de los Oñate Castro. Nunca lo llamé “Memo” como cariñosamente todos le decían, pues quise engrandecerlo y lo llamé “Memón” más por decirle cuanto lo quería, que por hacer alusión de su robustez, y él a mí me llamaba “Julión” como retribuyendo ese cariño que sentía y aun siento por él. Desde pequeñito lo lidié, le “mamé gallo” en pila, jugué con él, disfrutaba viéndolo comer, (por lo goloso que era) y sobre todo tuve el honor de conocer a una espléndida persona, con un corazón grande como su presencia. Mantengo intactos en mi memoria, los días aquellos cuando su Mamá lo llevaba a mi casa junto con su hermano para que jugará con mi hermanito, lo recuerdo en camisilla a rayas, pantalones cortos, sandalias, recién bañado, “oloroso” a talco y colonia de bebé, así lo vi decenas de veces, en mi casa materna, o donde su tía Sonia Oñate. Siempre lo quise, y ahora me sentía muy orgulloso de él, viéndolo convertido en un hombre de bien, especialmente dándome cuenta como estaba ayudando a su papá en sus negocios, para quien se había convertido en un compañero de lucha. Al igual que los padres no deberían enterrar a sus hijos, los seres humanos tampoco esperamos llevar al sepulcro a nuestros amigos, mucho menos cuando son menores y con más razón cuando son de alma noble y sincera. Jamás lo escuché hablar mal de nadie, ni andar con odios o rencores, su condición bonachona y mamagallista no se lo permitían, además de provenir de un hogar ejemplar como el de Jorge Luis Oñate Martínez y María José Castro Baute, personas intachables, al igual que su abuela Yolanda, excelentes seres humanos. Sé que la cercanía de ellos con la Iglesia y su fe en Dios, les va a permitir sobrellevar con fortaleza esta enorme pena, nuestras vidas son prestadas, la irremediable perdida de un ser querido nos causa un enorme vacío y dolor, pero quienes creemos en Dios y su Santa voluntad, abrigamos la esperanza de reencontrarnos con todos nuestros seres amados, allá donde todo es silencio y paz, donde muy seguramente debe estar Memo, quien andaba en la búsqueda de ese sosiego, que solo Dios nos da, por eso no me extraño cuando nuestra querida pariente mutua: Elvira Elena Villazón, me comentaba el día de su muerte, de que se había alegrado mucho y sorprendido al ver tantos jóvenes en los retiros espirituales del EMAUS, especialmente a Carlos Guillermo. Hoy elevo una plegaria a Dios, por el descanso eterno de ese hermanito que ahora está al lado de nuestro verdadero Padre. A “Ofo”, “El Mono”, Daniela y “Pongo”, mis más sentidas condolencias, al igual que a todos sus familiares, tíos y primos.

Columnista
4 octubre, 2014

En memoria de Memo Oñate

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Julio Mario Celedon

Este es el tipo de columnas que jamás desearía escribir, pero me corresponde hacerlo, así la tristeza me parta el alma, cuando uno escribe sobre cosas triviales, ¿cómo no escribir para despedir a un amigo? Quien además de ser vecino y camarada, fue un hermano menor. Dios en su sabia decisión y con solo 32 […]


Este es el tipo de columnas que jamás desearía escribir, pero me corresponde hacerlo, así la tristeza me parta el alma, cuando uno escribe sobre cosas triviales, ¿cómo no escribir para despedir a un amigo? Quien además de ser vecino y camarada, fue un hermano menor. Dios en su sabia decisión y con solo 32 años, decidió llevar a su reino a Carlos Guillermo Oñate Castro, a quien conocí desde que nació, dada la amistad y cercanía de nuestras familias, y la hermandad de su adorado hermano Rodolfo Antonio “Ofo”, y de él mismo con mi hermano Raúl Alberto “Pongo” quien prácticamente se crió en el hogar de los Oñate Castro. Nunca lo llamé “Memo” como cariñosamente todos le decían, pues quise engrandecerlo y lo llamé “Memón” más por decirle cuanto lo quería, que por hacer alusión de su robustez, y él a mí me llamaba “Julión” como retribuyendo ese cariño que sentía y aun siento por él. Desde pequeñito lo lidié, le “mamé gallo” en pila, jugué con él, disfrutaba viéndolo comer, (por lo goloso que era) y sobre todo tuve el honor de conocer a una espléndida persona, con un corazón grande como su presencia. Mantengo intactos en mi memoria, los días aquellos cuando su Mamá lo llevaba a mi casa junto con su hermano para que jugará con mi hermanito, lo recuerdo en camisilla a rayas, pantalones cortos, sandalias, recién bañado, “oloroso” a talco y colonia de bebé, así lo vi decenas de veces, en mi casa materna, o donde su tía Sonia Oñate. Siempre lo quise, y ahora me sentía muy orgulloso de él, viéndolo convertido en un hombre de bien, especialmente dándome cuenta como estaba ayudando a su papá en sus negocios, para quien se había convertido en un compañero de lucha. Al igual que los padres no deberían enterrar a sus hijos, los seres humanos tampoco esperamos llevar al sepulcro a nuestros amigos, mucho menos cuando son menores y con más razón cuando son de alma noble y sincera. Jamás lo escuché hablar mal de nadie, ni andar con odios o rencores, su condición bonachona y mamagallista no se lo permitían, además de provenir de un hogar ejemplar como el de Jorge Luis Oñate Martínez y María José Castro Baute, personas intachables, al igual que su abuela Yolanda, excelentes seres humanos. Sé que la cercanía de ellos con la Iglesia y su fe en Dios, les va a permitir sobrellevar con fortaleza esta enorme pena, nuestras vidas son prestadas, la irremediable perdida de un ser querido nos causa un enorme vacío y dolor, pero quienes creemos en Dios y su Santa voluntad, abrigamos la esperanza de reencontrarnos con todos nuestros seres amados, allá donde todo es silencio y paz, donde muy seguramente debe estar Memo, quien andaba en la búsqueda de ese sosiego, que solo Dios nos da, por eso no me extraño cuando nuestra querida pariente mutua: Elvira Elena Villazón, me comentaba el día de su muerte, de que se había alegrado mucho y sorprendido al ver tantos jóvenes en los retiros espirituales del EMAUS, especialmente a Carlos Guillermo. Hoy elevo una plegaria a Dios, por el descanso eterno de ese hermanito que ahora está al lado de nuestro verdadero Padre. A “Ofo”, “El Mono”, Daniela y “Pongo”, mis más sentidas condolencias, al igual que a todos sus familiares, tíos y primos.