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Columnista - 27 junio, 2014

El fuego de la aflicción

“Ahora está turbada mi alma, ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora?… Padre, glorifica tu nombre”. San Juan 12:27 Al comienzo de nuestra vida cristiana, no aceptamos la realidad de las cosas. Adoptamos un concepto racional de la vida, y afirmamos que una persona, por el hecho de controlar sus instintos y ser educada, […]

“Ahora está turbada mi alma, ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora?… Padre, glorifica tu nombre”. San Juan 12:27

Al comienzo de nuestra vida cristiana, no aceptamos la realidad de las cosas. Adoptamos un concepto racional de la vida, y afirmamos que una persona, por el hecho de controlar sus instintos y ser educada, puede poco a poco desarrollar la vida de Dios dentro de él. Pero, con el tiempo, descubrimos la presencia de algo que aún no habíamos considerado: la aflicción producida por el pecado, lo cual altera nuestra manera de pensar y nuestros planes. La aflicción ha hecho que el principio fundamental de las cosas se torne impredecible, errático y no racional.

No admitir la realidad del pecado, acarrea todos los desastres de la vida. Podemos hablar de nobles virtudes de la naturaleza humana, pero hay algo dentro de ella que se burlará descaradamente de cualquier ideal que tengamos. Si nos negamos a aceptar el hecho de que existen la maldad, el egoísmo y algo muy maligno y equivocado en los seres humanos, cuando la aflicción ataque nuestras vidas, transigiremos y afirmaremos que es inútil luchar en su contra.

Amados amigos lectores, guardémonos del concepto de la vida en el que no reconozcamos la existencia del pecado. La importancia de este reconocimiento estriba en que el pecado es la ruta de llegada de la aflicción a nuestras vidas. Por lo que mi actitud como creyente, de cara a la aflicción y la dificultad, no debe ser la de pedir que yo me libre de ellas, sino que Dios me proteja de modo tal, que pueda perseverar en aquello para lo cual él me creó, a pesar del fuego del sufrimiento.

Ciertamente que no debería existir la aflicción, máxime cuando Jesús nos enseñó a orar pidiendo que no seamos metidos en tentación y que nos libre de todo mal; pero como somos tan testarudos, la aflicción nos alcanza y debemos aceptarla y aprender a conocernos a través de su fuego.

Seríamos necios si tratamos de evitarla o nos rehusamos a tenerla en cuenta. El pecado, la aflicción y el sufrimiento existen y son grandes realidades de la vida.

Si en medio de lo malo, pudiéramos rescatar algo bueno, diríamos que la aflicción quema nos una gran cantidad de superficialidad; pero desafortunadamente, no necesariamente nos hace mejores personas.

El sufrimiento me edifica o me destruye. No podemos conocernos solamente en el éxito, porque el orgullo puede hacernos perder la cabeza. Tampoco en la monotonía de la vida diaria, porque eso hace que nos quejemos. La mejor manera de conocer a alguien es durante el fuego de la aflicción. Esto es verdad tanto en las Escrituras como en la experiencia humana.

Siempre podremos reconocer quién ha pasado por ese fuego porque huele a quemado, y siempre estará dispuesto a ayudar a otros con cariño y consideración. Pero si una persona no ha pasado por el fuego de la aflicción, tiende a ser despectiva, controladora y desconsiderada con los otros.

Cuidémonos del pecado secreto en nuestras vidas, porque es el camino más expedito a la aflicción. Todos somos culpables si no estamos dispuestos a reconocer la realidad del pecado en nuestro ser interior.

Mi oración para que Dios glorifique su nombre en medio del fuego de la aflicción que puedas estar viviendo.

Saludos y bendiciones…

Columnista
27 junio, 2014

El fuego de la aflicción

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“Ahora está turbada mi alma, ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora?… Padre, glorifica tu nombre”. San Juan 12:27 Al comienzo de nuestra vida cristiana, no aceptamos la realidad de las cosas. Adoptamos un concepto racional de la vida, y afirmamos que una persona, por el hecho de controlar sus instintos y ser educada, […]


“Ahora está turbada mi alma, ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora?… Padre, glorifica tu nombre”. San Juan 12:27

Al comienzo de nuestra vida cristiana, no aceptamos la realidad de las cosas. Adoptamos un concepto racional de la vida, y afirmamos que una persona, por el hecho de controlar sus instintos y ser educada, puede poco a poco desarrollar la vida de Dios dentro de él. Pero, con el tiempo, descubrimos la presencia de algo que aún no habíamos considerado: la aflicción producida por el pecado, lo cual altera nuestra manera de pensar y nuestros planes. La aflicción ha hecho que el principio fundamental de las cosas se torne impredecible, errático y no racional.

No admitir la realidad del pecado, acarrea todos los desastres de la vida. Podemos hablar de nobles virtudes de la naturaleza humana, pero hay algo dentro de ella que se burlará descaradamente de cualquier ideal que tengamos. Si nos negamos a aceptar el hecho de que existen la maldad, el egoísmo y algo muy maligno y equivocado en los seres humanos, cuando la aflicción ataque nuestras vidas, transigiremos y afirmaremos que es inútil luchar en su contra.

Amados amigos lectores, guardémonos del concepto de la vida en el que no reconozcamos la existencia del pecado. La importancia de este reconocimiento estriba en que el pecado es la ruta de llegada de la aflicción a nuestras vidas. Por lo que mi actitud como creyente, de cara a la aflicción y la dificultad, no debe ser la de pedir que yo me libre de ellas, sino que Dios me proteja de modo tal, que pueda perseverar en aquello para lo cual él me creó, a pesar del fuego del sufrimiento.

Ciertamente que no debería existir la aflicción, máxime cuando Jesús nos enseñó a orar pidiendo que no seamos metidos en tentación y que nos libre de todo mal; pero como somos tan testarudos, la aflicción nos alcanza y debemos aceptarla y aprender a conocernos a través de su fuego.

Seríamos necios si tratamos de evitarla o nos rehusamos a tenerla en cuenta. El pecado, la aflicción y el sufrimiento existen y son grandes realidades de la vida.

Si en medio de lo malo, pudiéramos rescatar algo bueno, diríamos que la aflicción quema nos una gran cantidad de superficialidad; pero desafortunadamente, no necesariamente nos hace mejores personas.

El sufrimiento me edifica o me destruye. No podemos conocernos solamente en el éxito, porque el orgullo puede hacernos perder la cabeza. Tampoco en la monotonía de la vida diaria, porque eso hace que nos quejemos. La mejor manera de conocer a alguien es durante el fuego de la aflicción. Esto es verdad tanto en las Escrituras como en la experiencia humana.

Siempre podremos reconocer quién ha pasado por ese fuego porque huele a quemado, y siempre estará dispuesto a ayudar a otros con cariño y consideración. Pero si una persona no ha pasado por el fuego de la aflicción, tiende a ser despectiva, controladora y desconsiderada con los otros.

Cuidémonos del pecado secreto en nuestras vidas, porque es el camino más expedito a la aflicción. Todos somos culpables si no estamos dispuestos a reconocer la realidad del pecado en nuestro ser interior.

Mi oración para que Dios glorifique su nombre en medio del fuego de la aflicción que puedas estar viviendo.

Saludos y bendiciones…