Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 28 marzo, 2015

El festival del horror (II)

Después de los cuentos de miedo (inéditos en su mayoría) que escuchamos esa madrugada novembrina y luego que Javier Yamín concluyera la asombrosa historia del humanoide con proporciones colosales, que emergió de las profundidades del mar Caribe, y que luego de un rato de titubear en la playa se devolvió sumergiéndose en el océano, con […]

Después de los cuentos de miedo (inéditos en su mayoría) que escuchamos esa madrugada novembrina y luego que Javier Yamín concluyera la asombrosa historia del humanoide con proporciones colosales, que emergió de las profundidades del mar Caribe, y que luego de un rato de titubear en la playa se devolvió sumergiéndose en el océano, con la misma parsimonia con que había salido y de quien prefiero pensar que era de los mismos gigantes de los que hablan las escrituras sagradas ¿Ángel, extraterrestre, ser no descubierto por la zoocriptología?

La verdad ignoro su naturaleza y solo sabrá Dios su origen, lo cierto es que prefiero no catalogarlo como “monstruo” muy a pesar de su enorme tamaño, pues el ser que en ese atardecer asustó a los parientes de mi amigo, mostró más bien una actitud dócil y para nada esa hostilidad con que relacionamos a este tipo de entes fantásticos, los cuales creemos violentos y casi siempre los juzgamos así, a causa de sus sorprendentes rasgos fisionómicos.

Esa noche tuvimos la idea de institucionalizar un festival de cuentos, en el que a diferencia de otros de su estilo, las narraciones no fueran chistes costumbristas, ni cuentos mitológicos, sino historias de miedo; pero realizar una actividad de esta índole, necesitaría unas características específicas, para que en realidad surta su efecto: Luna llena, lugares lúgubres o con antecedentes de actividad paranormal, oscuridad, lo cual a la larga también se podría malinterpretar como una actividad de ocultismo y atraer seguidores o adoradores de satanás, que no era ni es para nada nuestra intención, pues lo que sinceramente buscaríamos, además de pasar un rato agradable, sería recuperar nuestras costumbres perdidas de narrar historias en familia y rescatar la tradición oral, que está en vía de extinción.

Ustedes pueden preguntarle a la mayoría de los estudiantes de los distintos planteles educativos, por la leyenda de la Sirena de Hurtado, o por la misma Leyenda Vallenata y estoy seguro que solo un porcentaje inferior al 30% sabrían de qué se trata. Estos mitos y narraciones fantásticas, que también forman parte de la historia de nuestros pueblos, de su cultura y tradiciones, no deberían archivarse en los anaqueles del olvido, sino más bien ser prioritarias en los pensum académicos para que de esta manera se preserve la cultura de nuestro entorno. Hoy día y tal cual lo dice la canción ‘Costumbres Perdidas’, interpretada por los Hermanos Zuleta: “…ya no salen aparatos en los caminos…” (como llamaban a las apariciones nuestras gentes del común, especialmente la del campo)… ‘La Llorona’ no deambula por las calles oscuras y mucho menos por los montes, por miedo quizás a caer en una mina quiebrapatas. ‘Los Monitos’ ya no salen del frasco de vidrio en el que permanecían atrapados, por temor a ser secuestrados para siempre, el ‘Silborcito’ huyó a silbar lejos por desplazamiento forzado y lo más probable es que ‘El Doroy’ lo hayan cazado y vendido a traficantes de especies en vía de extinción, al igual que la tristemente célebre ‘Gallina con los pollitos’, a la cual hace rato debieron haberla descuartizado miembros de alguna bacrim y hasta dicen que la Sirena de Hurtado cayó en una red de trata de blancas, razón por lo cual hace rato no la ven nadar en las profundidades del Guatapurí.

Hoy día todo lastimosamente es distinto y hasta nuestros seres mitológicos se han visto desplazados por otros tangibles y mucho más tenebrosos, por eso esta Semana Santa, dediquémonos a orar a Dios y a pasarla sanamente en familia.
@juliomceledon

Columnista
28 marzo, 2015

El festival del horror (II)

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Julio Mario Celedon

Después de los cuentos de miedo (inéditos en su mayoría) que escuchamos esa madrugada novembrina y luego que Javier Yamín concluyera la asombrosa historia del humanoide con proporciones colosales, que emergió de las profundidades del mar Caribe, y que luego de un rato de titubear en la playa se devolvió sumergiéndose en el océano, con […]


Después de los cuentos de miedo (inéditos en su mayoría) que escuchamos esa madrugada novembrina y luego que Javier Yamín concluyera la asombrosa historia del humanoide con proporciones colosales, que emergió de las profundidades del mar Caribe, y que luego de un rato de titubear en la playa se devolvió sumergiéndose en el océano, con la misma parsimonia con que había salido y de quien prefiero pensar que era de los mismos gigantes de los que hablan las escrituras sagradas ¿Ángel, extraterrestre, ser no descubierto por la zoocriptología?

La verdad ignoro su naturaleza y solo sabrá Dios su origen, lo cierto es que prefiero no catalogarlo como “monstruo” muy a pesar de su enorme tamaño, pues el ser que en ese atardecer asustó a los parientes de mi amigo, mostró más bien una actitud dócil y para nada esa hostilidad con que relacionamos a este tipo de entes fantásticos, los cuales creemos violentos y casi siempre los juzgamos así, a causa de sus sorprendentes rasgos fisionómicos.

Esa noche tuvimos la idea de institucionalizar un festival de cuentos, en el que a diferencia de otros de su estilo, las narraciones no fueran chistes costumbristas, ni cuentos mitológicos, sino historias de miedo; pero realizar una actividad de esta índole, necesitaría unas características específicas, para que en realidad surta su efecto: Luna llena, lugares lúgubres o con antecedentes de actividad paranormal, oscuridad, lo cual a la larga también se podría malinterpretar como una actividad de ocultismo y atraer seguidores o adoradores de satanás, que no era ni es para nada nuestra intención, pues lo que sinceramente buscaríamos, además de pasar un rato agradable, sería recuperar nuestras costumbres perdidas de narrar historias en familia y rescatar la tradición oral, que está en vía de extinción.

Ustedes pueden preguntarle a la mayoría de los estudiantes de los distintos planteles educativos, por la leyenda de la Sirena de Hurtado, o por la misma Leyenda Vallenata y estoy seguro que solo un porcentaje inferior al 30% sabrían de qué se trata. Estos mitos y narraciones fantásticas, que también forman parte de la historia de nuestros pueblos, de su cultura y tradiciones, no deberían archivarse en los anaqueles del olvido, sino más bien ser prioritarias en los pensum académicos para que de esta manera se preserve la cultura de nuestro entorno. Hoy día y tal cual lo dice la canción ‘Costumbres Perdidas’, interpretada por los Hermanos Zuleta: “…ya no salen aparatos en los caminos…” (como llamaban a las apariciones nuestras gentes del común, especialmente la del campo)… ‘La Llorona’ no deambula por las calles oscuras y mucho menos por los montes, por miedo quizás a caer en una mina quiebrapatas. ‘Los Monitos’ ya no salen del frasco de vidrio en el que permanecían atrapados, por temor a ser secuestrados para siempre, el ‘Silborcito’ huyó a silbar lejos por desplazamiento forzado y lo más probable es que ‘El Doroy’ lo hayan cazado y vendido a traficantes de especies en vía de extinción, al igual que la tristemente célebre ‘Gallina con los pollitos’, a la cual hace rato debieron haberla descuartizado miembros de alguna bacrim y hasta dicen que la Sirena de Hurtado cayó en una red de trata de blancas, razón por lo cual hace rato no la ven nadar en las profundidades del Guatapurí.

Hoy día todo lastimosamente es distinto y hasta nuestros seres mitológicos se han visto desplazados por otros tangibles y mucho más tenebrosos, por eso esta Semana Santa, dediquémonos a orar a Dios y a pasarla sanamente en familia.
@juliomceledon