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Columnista - 26 junio, 2014

Algunas dificultades para el cambio ético

La nueva cultura ambiental pasaría necesariamente por adquirir una mayor capacidad para comprender el funcionamiento de las leyes naturales y por volvernos más ahorradores con los recursos y más respetuosos con el entorno. Para alcanzar estos objetivos, desde la Conferencia de Estocolmo, pasando por la Cumbre de Río y hasta nuestros días se coincide en […]

La nueva cultura ambiental pasaría necesariamente por adquirir una mayor capacidad para comprender el funcionamiento de las leyes naturales y por volvernos más ahorradores con los recursos y más respetuosos con el entorno.

Para alcanzar estos objetivos, desde la Conferencia de Estocolmo, pasando por la Cumbre de Río y hasta nuestros días se coincide en dos aspectos básicos: en el nivel local, la educación ambiental debe ir particularmente dirigida a educadores y alumnos; en escala planetaria, se insiste en que debe implantarse en los países del Sur. La insistencia en empezar por educar a los niños del Tercer Mundo se justifica como posible vía para alcanzar en el futuro modelos de desarrollo no agresivos hacia el medio.

Este argumento se hace desde el paternalismo de un Norte que cada vez aprecia más lo primitivo, lo salvaje y el inmovilismo etnológico de este Tercer Mundo a través del cual parece expiar unas formas de vida propia, insostenibles. También hay quienes defienden que se ha de capacitar urgentemente al Tercer Mundo para un desarrollo tecnológico y cultural de base occidentalista. La primera corriente plantea que los países en vías de desarrollo precisan de programas de economía alternativa y de compromiso ambiental desplegando, por ejemplo, programas de agricultura ecológica. La segunda corriente sostiene que lo necesario es hacerles llegar tecnología avanzada tanto pronto como sea posible.

En otro nivel de la difusión de la educación ambiental, y sin negar el importante papel que desempeña el personal docente en el camino del cambio, pensamos que la sociedad adulta les ha delegado la responsabilidad en grado excesivo. Nos parece injusto que deban ser los maestros solo quienes tengan que resolver con escaso recursos un problema tan enorme.

Más allá de los profesores, la educación ambiental tiene que llegar de manera urgente a toda la sociedad adulta, que es la que, en último término toma las decisiones e interviene de forma activa sobre el medio.

Además, y de manera especial, la educación o, si se quiere, la formación ambiental, debe alcanzar rápidamente a los responsables políticos, a los funcionarios de las administraciones, a los industriales, a los banqueros, a los urbanistas, entre otros, ya que son ellos los que con sus decisiones y actuaciones muestran sobre el territorio y sobre el medio cuáles son las consecuencias tangibles de la educación ambiental vigente.

También cabe destacar la situación de “babelismo” que sufre la educación ambiental, entendido éste como un mercado conceptual en el que se intentan explicar las mismas cosas parecidas desde la falta de consenso semántico o sea, utilizando lenguajes distintos. Ello es particularmente grave en un campo cuya práctica requiere del uso de conceptos que deberían tener un significado claro.

No obstante, se percibe que, por ejemplo, existe una gran diversidad de definiciones de términos básicos como “medio ambiente” o “cambio global”, y multitud de interpretaciones de conceptos tan difundidos como “desarrollo sostenible”.

Columnista
26 junio, 2014

Algunas dificultades para el cambio ético

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Hernán Maestre Martínez

La nueva cultura ambiental pasaría necesariamente por adquirir una mayor capacidad para comprender el funcionamiento de las leyes naturales y por volvernos más ahorradores con los recursos y más respetuosos con el entorno. Para alcanzar estos objetivos, desde la Conferencia de Estocolmo, pasando por la Cumbre de Río y hasta nuestros días se coincide en […]


La nueva cultura ambiental pasaría necesariamente por adquirir una mayor capacidad para comprender el funcionamiento de las leyes naturales y por volvernos más ahorradores con los recursos y más respetuosos con el entorno.

Para alcanzar estos objetivos, desde la Conferencia de Estocolmo, pasando por la Cumbre de Río y hasta nuestros días se coincide en dos aspectos básicos: en el nivel local, la educación ambiental debe ir particularmente dirigida a educadores y alumnos; en escala planetaria, se insiste en que debe implantarse en los países del Sur. La insistencia en empezar por educar a los niños del Tercer Mundo se justifica como posible vía para alcanzar en el futuro modelos de desarrollo no agresivos hacia el medio.

Este argumento se hace desde el paternalismo de un Norte que cada vez aprecia más lo primitivo, lo salvaje y el inmovilismo etnológico de este Tercer Mundo a través del cual parece expiar unas formas de vida propia, insostenibles. También hay quienes defienden que se ha de capacitar urgentemente al Tercer Mundo para un desarrollo tecnológico y cultural de base occidentalista. La primera corriente plantea que los países en vías de desarrollo precisan de programas de economía alternativa y de compromiso ambiental desplegando, por ejemplo, programas de agricultura ecológica. La segunda corriente sostiene que lo necesario es hacerles llegar tecnología avanzada tanto pronto como sea posible.

En otro nivel de la difusión de la educación ambiental, y sin negar el importante papel que desempeña el personal docente en el camino del cambio, pensamos que la sociedad adulta les ha delegado la responsabilidad en grado excesivo. Nos parece injusto que deban ser los maestros solo quienes tengan que resolver con escaso recursos un problema tan enorme.

Más allá de los profesores, la educación ambiental tiene que llegar de manera urgente a toda la sociedad adulta, que es la que, en último término toma las decisiones e interviene de forma activa sobre el medio.

Además, y de manera especial, la educación o, si se quiere, la formación ambiental, debe alcanzar rápidamente a los responsables políticos, a los funcionarios de las administraciones, a los industriales, a los banqueros, a los urbanistas, entre otros, ya que son ellos los que con sus decisiones y actuaciones muestran sobre el territorio y sobre el medio cuáles son las consecuencias tangibles de la educación ambiental vigente.

También cabe destacar la situación de “babelismo” que sufre la educación ambiental, entendido éste como un mercado conceptual en el que se intentan explicar las mismas cosas parecidas desde la falta de consenso semántico o sea, utilizando lenguajes distintos. Ello es particularmente grave en un campo cuya práctica requiere del uso de conceptos que deberían tener un significado claro.

No obstante, se percibe que, por ejemplo, existe una gran diversidad de definiciones de términos básicos como “medio ambiente” o “cambio global”, y multitud de interpretaciones de conceptos tan difundidos como “desarrollo sostenible”.