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Columnista - 7 marzo, 2018

El individuo según Kierkegaard (II)

Este filósofo Danés vivió las postrimerías de la filosofía idealista alemana. Por eso no escapa a la terminología lingüística propia de ella. – Y dio inicio al movimiento filosófico denominado existencialismo, en el que posteriormente militaron filósofos como Heidegger, Sartre; el raciovitalismo con Ortega y Gasset: “yo y mi circunstancia…”; también aupó otro movimiento filosófico […]

Este filósofo Danés vivió las postrimerías de la filosofía idealista alemana. Por eso no escapa a la terminología lingüística propia de ella. – Y dio inicio al movimiento filosófico denominado existencialismo, en el que posteriormente militaron filósofos como Heidegger, Sartre; el raciovitalismo con Ortega y Gasset: “yo y mi circunstancia…”; también aupó otro movimiento filosófico conocido con el nombre de personalismo, del que es padre el filósofo francés Immanuel Mounier.

Es un escritor religioso-luterano, como él mismo se definió, uno de los más acérrimos críticos de la filosofía idealista alemana. Concibe al hombre como un ser dialéctico, “uno” que tiene como tarea propia llegar a ser individuo.

Contrario a la idea Hegeliana del hombre sumido en el anonimato de la masa humana, él revalora al individuo dotado de dignidad, y con la función central de la fe para alcanzar el absoluto -aquí el absoluto es Dios, distinto al absoluto hegeliano, que es el devenir de la historia universal.

Para él, el hombre es un yo que dándole la espalda al absoluto, se desespera porque ha traicionado su propio ser dialéctico, al rebelarse en contra de su estructura ontica más íntima: ser un espíritu -síntesis de alma y cuerpo-, fundamentado en Dios.

Esta síntesis —la del espíritu— se convierte en una tarea ético-religiosa delante de Dios y de los demás hombres. Este es su fundamento teológico, y la falta de este fundamento en el absoluto lo lleva a la desesperación y a la pérdida de sí mismo.

Y, ¿Cómo puede lograr el hombre esta tarea? Entrando en relación consigo mismo, autoafirmándose a sí mismo, fundado en el absoluto que le donó la existencia.

Por esa autoafirmación del yo, el hombre se encuentra en situaciones existenciales diversas, atraviesa distintos estadios existenciales.
Uno de ellos es el estético en el que se está bajo el dominio de la impresión sensible, en el que se vive superficialmente, en lo inmediato.

Otro estadio es el ético, en el que la vida se ordena según el cumplimiento del deber, distinguiendo entre el bien y el mal. Uno más es el estadio de lo general, del orden moral. Y el estadio religioso en el que el hombre se encuentra frente a Dios.

Kierkegaard afirma: el paso del estadio ético al religioso se realiza a través de la angustia y la desesperación. Es un paso vital, no teórico. El hombre mismo es la fuente de la angustia, que consiste en la constatación de la imposibilidad de realizar la perfección ética, a causa de la finitud humana. La negación de la fundamentación trascendente de la relación consigo mismo, que constituye su existencia, lleva a la desesperación, una enfermedad mortal, esto en el sentido más fuerte es el pecado como ruptura con Dios y el consecuente encerrarse en sí mismo.

Y lanza una proposición provocadoramente radical: nadie puede vivir fuera del cristianismo sin ser un desesperado. La angustia y la desesperación dan inicio al camino hacia la fe. La fe sustituye a la desesperación con la esperanza y a la angustia con la confianza en Dios.

Pero se trata de una fe que comienza donde termina el pensamiento, y por eso se debe hacer un salto dejando atrás la razón. La fe es una paradoja y un escándalo para la razón: Jesucristo es un signo de contradicción. A través de la fe podemos convertirnos en contemporáneos con Cristo.

Finalmente diremos, que enfrentándose nuestro autor a Hegel, volvía a colocar en el centro de la atención antropológica al individuo singular, no al individuo autónomo del liberalismo sino al individuo que encuentra el sentido de su existencia en su fundamentación teológica, en el saberse delante de Dios.

NOTA: Si visitas Pueblo Bello notarás que allí tu mente piensa mejor. Viaja con prudencia porque la carretera rápida está ocasionando accidentes.

[email protected]

Columnista
7 marzo, 2018

El individuo según Kierkegaard (II)

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodrigo López Barros

Este filósofo Danés vivió las postrimerías de la filosofía idealista alemana. Por eso no escapa a la terminología lingüística propia de ella. – Y dio inicio al movimiento filosófico denominado existencialismo, en el que posteriormente militaron filósofos como Heidegger, Sartre; el raciovitalismo con Ortega y Gasset: “yo y mi circunstancia…”; también aupó otro movimiento filosófico […]


Este filósofo Danés vivió las postrimerías de la filosofía idealista alemana. Por eso no escapa a la terminología lingüística propia de ella. – Y dio inicio al movimiento filosófico denominado existencialismo, en el que posteriormente militaron filósofos como Heidegger, Sartre; el raciovitalismo con Ortega y Gasset: “yo y mi circunstancia…”; también aupó otro movimiento filosófico conocido con el nombre de personalismo, del que es padre el filósofo francés Immanuel Mounier.

Es un escritor religioso-luterano, como él mismo se definió, uno de los más acérrimos críticos de la filosofía idealista alemana. Concibe al hombre como un ser dialéctico, “uno” que tiene como tarea propia llegar a ser individuo.

Contrario a la idea Hegeliana del hombre sumido en el anonimato de la masa humana, él revalora al individuo dotado de dignidad, y con la función central de la fe para alcanzar el absoluto -aquí el absoluto es Dios, distinto al absoluto hegeliano, que es el devenir de la historia universal.

Para él, el hombre es un yo que dándole la espalda al absoluto, se desespera porque ha traicionado su propio ser dialéctico, al rebelarse en contra de su estructura ontica más íntima: ser un espíritu -síntesis de alma y cuerpo-, fundamentado en Dios.

Esta síntesis —la del espíritu— se convierte en una tarea ético-religiosa delante de Dios y de los demás hombres. Este es su fundamento teológico, y la falta de este fundamento en el absoluto lo lleva a la desesperación y a la pérdida de sí mismo.

Y, ¿Cómo puede lograr el hombre esta tarea? Entrando en relación consigo mismo, autoafirmándose a sí mismo, fundado en el absoluto que le donó la existencia.

Por esa autoafirmación del yo, el hombre se encuentra en situaciones existenciales diversas, atraviesa distintos estadios existenciales.
Uno de ellos es el estético en el que se está bajo el dominio de la impresión sensible, en el que se vive superficialmente, en lo inmediato.

Otro estadio es el ético, en el que la vida se ordena según el cumplimiento del deber, distinguiendo entre el bien y el mal. Uno más es el estadio de lo general, del orden moral. Y el estadio religioso en el que el hombre se encuentra frente a Dios.

Kierkegaard afirma: el paso del estadio ético al religioso se realiza a través de la angustia y la desesperación. Es un paso vital, no teórico. El hombre mismo es la fuente de la angustia, que consiste en la constatación de la imposibilidad de realizar la perfección ética, a causa de la finitud humana. La negación de la fundamentación trascendente de la relación consigo mismo, que constituye su existencia, lleva a la desesperación, una enfermedad mortal, esto en el sentido más fuerte es el pecado como ruptura con Dios y el consecuente encerrarse en sí mismo.

Y lanza una proposición provocadoramente radical: nadie puede vivir fuera del cristianismo sin ser un desesperado. La angustia y la desesperación dan inicio al camino hacia la fe. La fe sustituye a la desesperación con la esperanza y a la angustia con la confianza en Dios.

Pero se trata de una fe que comienza donde termina el pensamiento, y por eso se debe hacer un salto dejando atrás la razón. La fe es una paradoja y un escándalo para la razón: Jesucristo es un signo de contradicción. A través de la fe podemos convertirnos en contemporáneos con Cristo.

Finalmente diremos, que enfrentándose nuestro autor a Hegel, volvía a colocar en el centro de la atención antropológica al individuo singular, no al individuo autónomo del liberalismo sino al individuo que encuentra el sentido de su existencia en su fundamentación teológica, en el saberse delante de Dios.

NOTA: Si visitas Pueblo Bello notarás que allí tu mente piensa mejor. Viaja con prudencia porque la carretera rápida está ocasionando accidentes.

[email protected]