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Columnista - 9 noviembre, 2017

El espejo de las frustraciones

Después de haber terminado con el conflicto armado, a través de un acuerdo de paz que cautivó al Comité Nobel Noruego, el país está divagando en un laberinto de infortunios: se atrancó el crecimiento económico, las desigualdades sociales no dejan de aumentar, el crimen luce imparable, la justicia está politizada y los partidos políticos son […]

Después de haber terminado con el conflicto armado, a través de un acuerdo de paz que cautivó al Comité Nobel Noruego, el país está divagando en un laberinto de infortunios: se atrancó el crecimiento económico, las desigualdades sociales no dejan de aumentar, el crimen luce imparable, la justicia está politizada y los partidos políticos son unas sectas en donde reina la mediocridad, la corrupción y el enojo.

El ego transformó una esperanza en un desconcierto. Hoy los líderes políticos usan la estigmatización y el miedo como sus principales armas. Sus discursos solo buscan destruir al otro, no hay consenso. Para ellos solo existen dos posibilidades: estás en la derecha o estás en la izquierda. No valoran la diversidad de ideologías, de sueños. Están coartando la capacidad crítica, pues muchas personas temen ser encasilladas en algo que no son, así que prefieren guardar silencio.

La sensatez perdió valor, ahora las emociones y las mentiras nutren el debate público. Los actores políticos siempre están buscando revolver el río para pescar el poder, para alimentar su “yo”. La extrema derecha considera a todo adversario, así sea alguien moderado, un comunista empedernido. Además, convirtió a la guerrilla, ya desmovilizada y transformada en partido político, en un símbolo para intimidar y encasillar a sus otros rivales. No querían tener un competidor elegible, pero al final lo único que consiguieron fue fortalecer al otro extremo.

Al comenzar la implementación del acuerdo de paz, la derecha usó la injuria y la calumnia para vencer al centro. Sí, insistió en la idea de seguir metiendo miedo con el comunismo, logrando deslucir a los moderados y fortalecer a los radicales (a ellos y a los del otro lado). Así que sobrevino un efecto mariposa: ¡el anticomunismo solo sirvió para conducir a los ex guerrilleros a la presidencia! Ahora el país vive su propia patria boba, la venganza política es el pan de cada día, las injusticias sociales arrasan con las esperanzas y las pandillas dominan amplios territorios.

No, no estoy hablando de Colombia, sino de El Salvador, que veinticinco años después de haber culminado con una dolorosa guerra civil (a través de los Acuerdos de Chapultepec), hoy está sudando odio, avaricia, crimen, pobreza y hambre. Miren, el enfrentamiento intenso entre los partidos ARENA (derecha) y FMLN (ex guerrilla), hizo que los movimientos de centro perdieran adeptos, opción de poder. De manera que ahora el equilibrio y la prudencia no tienen vigor, mientras que el radicalismo es el fuego de moda, el lenguaje que se utiliza para neutralizar a los otros.

Claro, Colombia está corriendo el mismo riesgo que El Salvador, una derecha radical está desprestigiando a los moderados, haciéndolos ver como candidatos de las Farc: blanco o negro, amor u odio. Hay que abrir los ojos, este país no va hacia la venezolanización, sino hacia la salvadoreñización. El pueblo tiene que comenzar a mirar más hacia el centro (el auténtico centro), ya que los extremos, aunque tienen derecho a jugar, están empeñados en incendiar al país con una narrativa repleta de rencor, de mentira.

Nota: Escribí este artículo a partir del ensayo Del miedo a la ingobernabilidad: La salvadoreñización de Colombia, cuyo autor es Joaquín Villalobos. El análisis fue publicado en agosto DE 2017 con el apoyo de la Fundación Ideas para la Paz (FIP).

@ccsilva86

Por Carlos César Silva

 

 

 

 

Columnista
9 noviembre, 2017

El espejo de las frustraciones

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Cesar Silva

Después de haber terminado con el conflicto armado, a través de un acuerdo de paz que cautivó al Comité Nobel Noruego, el país está divagando en un laberinto de infortunios: se atrancó el crecimiento económico, las desigualdades sociales no dejan de aumentar, el crimen luce imparable, la justicia está politizada y los partidos políticos son […]


Después de haber terminado con el conflicto armado, a través de un acuerdo de paz que cautivó al Comité Nobel Noruego, el país está divagando en un laberinto de infortunios: se atrancó el crecimiento económico, las desigualdades sociales no dejan de aumentar, el crimen luce imparable, la justicia está politizada y los partidos políticos son unas sectas en donde reina la mediocridad, la corrupción y el enojo.

El ego transformó una esperanza en un desconcierto. Hoy los líderes políticos usan la estigmatización y el miedo como sus principales armas. Sus discursos solo buscan destruir al otro, no hay consenso. Para ellos solo existen dos posibilidades: estás en la derecha o estás en la izquierda. No valoran la diversidad de ideologías, de sueños. Están coartando la capacidad crítica, pues muchas personas temen ser encasilladas en algo que no son, así que prefieren guardar silencio.

La sensatez perdió valor, ahora las emociones y las mentiras nutren el debate público. Los actores políticos siempre están buscando revolver el río para pescar el poder, para alimentar su “yo”. La extrema derecha considera a todo adversario, así sea alguien moderado, un comunista empedernido. Además, convirtió a la guerrilla, ya desmovilizada y transformada en partido político, en un símbolo para intimidar y encasillar a sus otros rivales. No querían tener un competidor elegible, pero al final lo único que consiguieron fue fortalecer al otro extremo.

Al comenzar la implementación del acuerdo de paz, la derecha usó la injuria y la calumnia para vencer al centro. Sí, insistió en la idea de seguir metiendo miedo con el comunismo, logrando deslucir a los moderados y fortalecer a los radicales (a ellos y a los del otro lado). Así que sobrevino un efecto mariposa: ¡el anticomunismo solo sirvió para conducir a los ex guerrilleros a la presidencia! Ahora el país vive su propia patria boba, la venganza política es el pan de cada día, las injusticias sociales arrasan con las esperanzas y las pandillas dominan amplios territorios.

No, no estoy hablando de Colombia, sino de El Salvador, que veinticinco años después de haber culminado con una dolorosa guerra civil (a través de los Acuerdos de Chapultepec), hoy está sudando odio, avaricia, crimen, pobreza y hambre. Miren, el enfrentamiento intenso entre los partidos ARENA (derecha) y FMLN (ex guerrilla), hizo que los movimientos de centro perdieran adeptos, opción de poder. De manera que ahora el equilibrio y la prudencia no tienen vigor, mientras que el radicalismo es el fuego de moda, el lenguaje que se utiliza para neutralizar a los otros.

Claro, Colombia está corriendo el mismo riesgo que El Salvador, una derecha radical está desprestigiando a los moderados, haciéndolos ver como candidatos de las Farc: blanco o negro, amor u odio. Hay que abrir los ojos, este país no va hacia la venezolanización, sino hacia la salvadoreñización. El pueblo tiene que comenzar a mirar más hacia el centro (el auténtico centro), ya que los extremos, aunque tienen derecho a jugar, están empeñados en incendiar al país con una narrativa repleta de rencor, de mentira.

Nota: Escribí este artículo a partir del ensayo Del miedo a la ingobernabilidad: La salvadoreñización de Colombia, cuyo autor es Joaquín Villalobos. El análisis fue publicado en agosto DE 2017 con el apoyo de la Fundación Ideas para la Paz (FIP).

@ccsilva86

Por Carlos César Silva