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Columnista - 20 febrero, 2017

Electricaribe entre tumbas

Era una tarde triste a pesar de un sol rosáceo y esplendente, la muerte de un primo me llenó de pesar, éramos, además, muy amigos. Una brisa refrescante se mecía entre las tumbas y monumentos tumularios del Cementerio Central, pero la llamada fue insistente, no me quedó más remedio que contestar en medio de gente […]

Era una tarde triste a pesar de un sol rosáceo y esplendente, la muerte de un primo me llenó de pesar, éramos, además, muy amigos. Una brisa refrescante se mecía entre las tumbas y monumentos tumularios del Cementerio Central, pero la llamada fue insistente, no me quedó más remedio que contestar en medio de gente conmovida. Me alejé un poco de la concurrencia doliente y escuché la voz ríspida, un tanto grosera, de una señorita que me preguntó: ¿Usted “colocó” una reclamación en Electricaribe, me lee el número de su reclamo?

Contesté, – señorita, ahora estoy en el sepelio de un primo. – Entonces léame lo que dice su contador.

-Señorita, ya le dije que estoy en el cementerio, en el entierro de un familiar.
-Pero lea el contador.
Ya me molesté:
-Señorita, que yo sepa en ninguna de las tumbas hay un contador.
Hizo caso omiso de mi sorna y me dijo
-Bueno, le toca pagar doscientos mil y tanto, esto haciendo un cálculo; si es poco, lo que falte se reflejará en su próxima factura.

Un mes completo el apartamento cerrado por motivo de viaje, por supuesto todo aparato que se alimenta con electricidad se desconecta. Al regresar me encuentro con la factura de cobro por un poco menos de quinientos mil pesos y un poquito más de lo que se paga mensualmente estando en actividad mi vivienda, actividad de una sola persona que la habita, no de una familia grande.

Fui ilusionada a arreglar el error: largas filas, quise coger un número de turno, pero una señorita, a la entrada me sugirió que expusiera el problema por teléfono, ahí mismo; lo hice y me atendieron: “En diez días hábiles se le dará una respuesta”. Y no. A los diez días volví y me dijeron que me faltaban dos, que regresara. Por la tarde fue cuando ocurrió la tenebrosa llamada entre las tumbas.

Al día siguiente volví a las oficinas, quería hablar con el gerente, a quien conozco desde hace mucho rato, una persona de bien como toda su familia, y me dijeron que no, que no me podía atender; pedí hablar con una trabajadora social y el encargado, que es un celador, me dijo que no había ni una. Me resigné, no acostumbro a llamar al funcionario directamente por más conocido que sea, porque respeto los procedimientos o protocolos que tienen las empresas y entidades públicas para sus actividades, entre ellas la atención a los martirizados usuarios.

Fui a la caja a pagar, ¡qué más podía hacer!, y me dijeron: paga hoy doscientos mil pesos y a principio del otro mes cien mil más, antes de que le llegue la factura de enero. Ahhh, lo que hicieron fue darme cuotas para pagar la supuesta deuda.

Siento decir que Electricaribe es uno de los peores males que le han ocurrido a la Costa; y me pregunto: ¿Para qué la intervención? Si las quejas contra Electricaribe siguen en todos los rincones de los departamentos de la Costa Atlántica, sin esperanzas. Hasta me ha cambiado el nombre, ahora en el recibo mensual aparezco como Wilber, no me ha valido que haga, una y muchas veces la aclaración. Ay, Electricaribe ya sé por qué cuando me llega la factura mensual se me acelera el corazón, pero mi cardiólogo será la Superintendencia.

Columnista
20 febrero, 2017

Electricaribe entre tumbas

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Era una tarde triste a pesar de un sol rosáceo y esplendente, la muerte de un primo me llenó de pesar, éramos, además, muy amigos. Una brisa refrescante se mecía entre las tumbas y monumentos tumularios del Cementerio Central, pero la llamada fue insistente, no me quedó más remedio que contestar en medio de gente […]


Era una tarde triste a pesar de un sol rosáceo y esplendente, la muerte de un primo me llenó de pesar, éramos, además, muy amigos. Una brisa refrescante se mecía entre las tumbas y monumentos tumularios del Cementerio Central, pero la llamada fue insistente, no me quedó más remedio que contestar en medio de gente conmovida. Me alejé un poco de la concurrencia doliente y escuché la voz ríspida, un tanto grosera, de una señorita que me preguntó: ¿Usted “colocó” una reclamación en Electricaribe, me lee el número de su reclamo?

Contesté, – señorita, ahora estoy en el sepelio de un primo. – Entonces léame lo que dice su contador.

-Señorita, ya le dije que estoy en el cementerio, en el entierro de un familiar.
-Pero lea el contador.
Ya me molesté:
-Señorita, que yo sepa en ninguna de las tumbas hay un contador.
Hizo caso omiso de mi sorna y me dijo
-Bueno, le toca pagar doscientos mil y tanto, esto haciendo un cálculo; si es poco, lo que falte se reflejará en su próxima factura.

Un mes completo el apartamento cerrado por motivo de viaje, por supuesto todo aparato que se alimenta con electricidad se desconecta. Al regresar me encuentro con la factura de cobro por un poco menos de quinientos mil pesos y un poquito más de lo que se paga mensualmente estando en actividad mi vivienda, actividad de una sola persona que la habita, no de una familia grande.

Fui ilusionada a arreglar el error: largas filas, quise coger un número de turno, pero una señorita, a la entrada me sugirió que expusiera el problema por teléfono, ahí mismo; lo hice y me atendieron: “En diez días hábiles se le dará una respuesta”. Y no. A los diez días volví y me dijeron que me faltaban dos, que regresara. Por la tarde fue cuando ocurrió la tenebrosa llamada entre las tumbas.

Al día siguiente volví a las oficinas, quería hablar con el gerente, a quien conozco desde hace mucho rato, una persona de bien como toda su familia, y me dijeron que no, que no me podía atender; pedí hablar con una trabajadora social y el encargado, que es un celador, me dijo que no había ni una. Me resigné, no acostumbro a llamar al funcionario directamente por más conocido que sea, porque respeto los procedimientos o protocolos que tienen las empresas y entidades públicas para sus actividades, entre ellas la atención a los martirizados usuarios.

Fui a la caja a pagar, ¡qué más podía hacer!, y me dijeron: paga hoy doscientos mil pesos y a principio del otro mes cien mil más, antes de que le llegue la factura de enero. Ahhh, lo que hicieron fue darme cuotas para pagar la supuesta deuda.

Siento decir que Electricaribe es uno de los peores males que le han ocurrido a la Costa; y me pregunto: ¿Para qué la intervención? Si las quejas contra Electricaribe siguen en todos los rincones de los departamentos de la Costa Atlántica, sin esperanzas. Hasta me ha cambiado el nombre, ahora en el recibo mensual aparezco como Wilber, no me ha valido que haga, una y muchas veces la aclaración. Ay, Electricaribe ya sé por qué cuando me llega la factura mensual se me acelera el corazón, pero mi cardiólogo será la Superintendencia.