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Columnista - 24 marzo, 2017

El que ríe de último…

“Preparas mesa para mí en presencia de mis angustiadores…”: Salmo 23,5. En ocasión de conocidas discrepancias, pensando en la naturaleza humana; hoy, me atrevo a escribir acerca de la vindicación. Entendida como venganza o derecho que puede tener una persona de defenderse o recuperar lo que le pertenece. Todos pasamos por situaciones en las cuales […]

“Preparas mesa para mí en presencia de mis angustiadores…”: Salmo 23,5.

En ocasión de conocidas discrepancias, pensando en la naturaleza humana; hoy, me atrevo a escribir acerca de la vindicación. Entendida como venganza o derecho que puede tener una persona de defenderse o recuperar lo que le pertenece.

Todos pasamos por situaciones en las cuales somos tratados injustamente. Chismes, injurias, calumnias, cuyo propósito es hacernos sentir mal y dañar nuestra imagen ante el colectivo. La respuesta normal es defenderse, devolver el golpe y pagar con la misma moneda. Nuestra naturaleza clama venganza. Nos gusta ajustar cuentas.

Pero Dios ha dicho: “Mía es la venganza y la retribución”. Esto significa que Dios intervendrá en el asunto. Enmendará nuestros errores y equivocaciones y compensará cada injusticia recibida. Él es un Dios de justicia.

Si nosotros sacamos nuestras manos del asunto y permitimos que Dios meta las suyas, seremos los últimos en reír. Podemos vengarnos nosotros mismos o dejar que Dios nos reivindique, pero no podemos tener ambas cosas. ¡No nos venguemos nosotros mismos, sino dejemos todo en las manos de Dios!

Amados amigos: Esto parece difícil de aprender. Pero si permanecemos confiados en el amor de Dios y no desperdiciamos el tiempo tratando de justificar nuestras acciones, dando explicaciones de todo y tratando de vengarnos de quienes nos critican o hacen daño; entonces, Dios promete reivindicarnos y ser nuestro ayudador.

Recuerdo la historia bíblica de David: Ya ungido rey de Israel, fue sometido al escarnio y la persecución de Saul, rey en propiedad; quien no solamente era injusto, sino que intentaba matarle. Pero, David nunca se levantó contra Saúl, sino esperó el tiempo de Dios para su reivindicación. Me pregunto: ¿Cuántos de nosotros, al igual que David, fuimos ungidos para hacer cosas grandes, desarrollar liderazgos, ocupar cuadros de honor y cumplir los sueños; pero no pasamos la prueba porque estábamos ocupados vengándonos de quienes nos hicieron daño? Cada uno de nosotros, tiene su propio Saúl, quien procura desacreditarnos o apartarnos. ¿Nos vengaremos o pasaremos la prueba?

El procurar vengarnos nosotros mismos, nos roba la energía y produce distracción, haciéndonos desenfocar del verdadero objetivo. Mi consejo sincero, es que evitemos la trampa de la venganza y permitamos que sea Dios mismo quien nos reivindique.

En el verso del epígrafe, Dios no solamente nos vengará y enderezará las ofensas, sino que también nos bendecirá en presencia de nuestros enemigos. Si pasamos por alto las ofensas y no tomamos en cuenta las palabras negativas, Dios tendrá preparada una mesa donde estamos invitados.

Los enemigos o detractores no podrán robar nuestro gozo. Plantarán dudas y sembrarán juicios descalificadores, pero la promesa de Dios es que quienes nos obstaculizan e intentan derribarnos, nos verán disfrutar de su favor y misericordia de maneras sorprendentes.

La reflexión conclusiva es: Sin importar el tamaño de la ofensa, no tomemos el asunto en nuestras manos.

Permitamos que Dios sea nuestro vengador. Así, quienes, en su soberbia, nos descalifican y pronostican que fracasaremos, nos verán teniendo éxito y alcanzado los sueños.

Es posible que estemos rodeados de críticos, negativos, murmuradores, traidores, insatisfechos y celosos que dicen que nunca lo lograremos; pero, si confiamos en Dios y renunciamos a la venganza por nuestros propios medios, Dios se asegurará de que nos vean sentados a su mesa.

Dejemos que Dios sea nuestro vengador. Que Dios enmiende cada ofensa recibida. Y por dura que sean las circunstancias, recordemos que Dios es fiel y al final, final, Él traerá justicia a nuestras vidas y reiremos de último, y el que ríe de último…

Abrazos y muchas bendiciones en Cristo…

Por Valerio Mejía Araujo

Columnista
24 marzo, 2017

El que ríe de último…

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“Preparas mesa para mí en presencia de mis angustiadores…”: Salmo 23,5. En ocasión de conocidas discrepancias, pensando en la naturaleza humana; hoy, me atrevo a escribir acerca de la vindicación. Entendida como venganza o derecho que puede tener una persona de defenderse o recuperar lo que le pertenece. Todos pasamos por situaciones en las cuales […]


“Preparas mesa para mí en presencia de mis angustiadores…”: Salmo 23,5.

En ocasión de conocidas discrepancias, pensando en la naturaleza humana; hoy, me atrevo a escribir acerca de la vindicación. Entendida como venganza o derecho que puede tener una persona de defenderse o recuperar lo que le pertenece.

Todos pasamos por situaciones en las cuales somos tratados injustamente. Chismes, injurias, calumnias, cuyo propósito es hacernos sentir mal y dañar nuestra imagen ante el colectivo. La respuesta normal es defenderse, devolver el golpe y pagar con la misma moneda. Nuestra naturaleza clama venganza. Nos gusta ajustar cuentas.

Pero Dios ha dicho: “Mía es la venganza y la retribución”. Esto significa que Dios intervendrá en el asunto. Enmendará nuestros errores y equivocaciones y compensará cada injusticia recibida. Él es un Dios de justicia.

Si nosotros sacamos nuestras manos del asunto y permitimos que Dios meta las suyas, seremos los últimos en reír. Podemos vengarnos nosotros mismos o dejar que Dios nos reivindique, pero no podemos tener ambas cosas. ¡No nos venguemos nosotros mismos, sino dejemos todo en las manos de Dios!

Amados amigos: Esto parece difícil de aprender. Pero si permanecemos confiados en el amor de Dios y no desperdiciamos el tiempo tratando de justificar nuestras acciones, dando explicaciones de todo y tratando de vengarnos de quienes nos critican o hacen daño; entonces, Dios promete reivindicarnos y ser nuestro ayudador.

Recuerdo la historia bíblica de David: Ya ungido rey de Israel, fue sometido al escarnio y la persecución de Saul, rey en propiedad; quien no solamente era injusto, sino que intentaba matarle. Pero, David nunca se levantó contra Saúl, sino esperó el tiempo de Dios para su reivindicación. Me pregunto: ¿Cuántos de nosotros, al igual que David, fuimos ungidos para hacer cosas grandes, desarrollar liderazgos, ocupar cuadros de honor y cumplir los sueños; pero no pasamos la prueba porque estábamos ocupados vengándonos de quienes nos hicieron daño? Cada uno de nosotros, tiene su propio Saúl, quien procura desacreditarnos o apartarnos. ¿Nos vengaremos o pasaremos la prueba?

El procurar vengarnos nosotros mismos, nos roba la energía y produce distracción, haciéndonos desenfocar del verdadero objetivo. Mi consejo sincero, es que evitemos la trampa de la venganza y permitamos que sea Dios mismo quien nos reivindique.

En el verso del epígrafe, Dios no solamente nos vengará y enderezará las ofensas, sino que también nos bendecirá en presencia de nuestros enemigos. Si pasamos por alto las ofensas y no tomamos en cuenta las palabras negativas, Dios tendrá preparada una mesa donde estamos invitados.

Los enemigos o detractores no podrán robar nuestro gozo. Plantarán dudas y sembrarán juicios descalificadores, pero la promesa de Dios es que quienes nos obstaculizan e intentan derribarnos, nos verán disfrutar de su favor y misericordia de maneras sorprendentes.

La reflexión conclusiva es: Sin importar el tamaño de la ofensa, no tomemos el asunto en nuestras manos.

Permitamos que Dios sea nuestro vengador. Así, quienes, en su soberbia, nos descalifican y pronostican que fracasaremos, nos verán teniendo éxito y alcanzado los sueños.

Es posible que estemos rodeados de críticos, negativos, murmuradores, traidores, insatisfechos y celosos que dicen que nunca lo lograremos; pero, si confiamos en Dios y renunciamos a la venganza por nuestros propios medios, Dios se asegurará de que nos vean sentados a su mesa.

Dejemos que Dios sea nuestro vengador. Que Dios enmiende cada ofensa recibida. Y por dura que sean las circunstancias, recordemos que Dios es fiel y al final, final, Él traerá justicia a nuestras vidas y reiremos de último, y el que ríe de último…

Abrazos y muchas bendiciones en Cristo…

Por Valerio Mejía Araujo